Reseña de «Casa de Salud»/ Re-composición sobre la madre

Tiempo de lectura: 15 minutos

“Verte ahí, mamá, es la querencia
Eso que destilamos en la infancia”
Gerardo Ciancio

 

Casa de Salud, el nuevo libro publicado del profesor y poeta Gerardo Ciancio, fue ganador del Primer Premio en el Concurso Literario de Montevideo Juan Carlos Onetti, organizado por la Intendencia de Montevideo, en 2022.

Compuesto de dos partes, la primera lleva el título del volumen, y la segunda parte se llama Coral de Hijas. En la primera podríamos hablar del duelo por su madre, como afirma Ricardo Pallares en el prólogo, el tono de lo inevitable, la voz calma y transida de la vida anterior y la desolada realidad; pero también habla de una estética de la inconformidad del hombre de nuestro tiempo, una pronominalidad, con la re-creación del lenguaje, la existencia de un sujeto enunciador, las yuxtaposiciones y fragmentos de otros discursos.

¿Utiliza el recurso de la parodia?

Hay, también, una recomposición del pasado y una descomposición minuciosa de lo que fue, entendida esta última como un des-fragmentar para mejor ver y deslindar.

El poeta Jorge Arbeleche, en unos breves comentarios al final del libro señala a la madre como objeto de su poemario y el poder de la mirada del poeta que combate con seriedad y sin queja alguna sus propias dudas, y agrega la calidad del semitono poético y el uso de palabras similares para describir la temática mientras se habla de lo otro, lo que permanece en la sombra del discurso, la ausencia, siempre presente, de la madre.

Sobre el título hemos de decir, paradojalmente, que en las casas de salud la salud se  pierde, se va perdiendo y se termina, aunque en sus paredes aún reverberen los ecos de los pensamientos, los sentires y los dolores de sus habitantes ocasionales; las historias puntuales, las trayectorias de los y las circunstantes.

Gerardo Ciancio (Montevideo, 1962) es profesor de Literatura (Instituto Profesores Artigas) y magíster en Dirección Educativa (Universidad Complutense). Fue docente de Educación Secundaria, Formación Docente y de la Udelar y Universidad ORT. Coordinó talleres literarios del Ministerio de Educación y Cultura (MEC) y la Biblioteca Nacional. Actualmente es director del Liceo 10 de Montevideo e Investigador Asociado a la Academia Nacional de Letras de Uruguay.

Entre sus publicaciones Ciancio ha incursionado en el ensayo con La crítica literaria integral (1997), Entretextos (1999), La ciudad inventada (1998), La cultura en el periodismo y el periodismo en la cultura (2007), Soñar la palabra (2012), alternando con la poesía: Arquitrabe (2010), Cieno (2011), Haikus de Kyushu (2017), Los ojos críos (2021), Linaje (2021), la mayoría de ellos premiados. También tiene participación en antologías poéticas.

En una entrevista que le hice a Gerardo Ciancio durante la pandemia, mediante las tecnologías a distancia, afirmaba: “…mi madre era sus cuentos, su biblioteca, era una modista, una mujer sencilla pero muy cultivada y fue quien me llevó a la lectura y al amor a la lectura especialmente, junto, luego, a algunas maestras. Ambos (padre y madre) aparecen en mi poesía, a ambos los tematicé por el lado de la creación verbal, por distintas situaciones. Pero siempre tiene un carácter de elegía esa puesta de los padres en el poema…”.

Aquí conoceremos a la madre en su última parada, cuando el recuerdo se abre paso en medio de una realidad que llega a ser silenciosa pero a menudo cruel, una voz que se va perdiendo en el fondo del tiempo pero que desde la poesía trasciende la propia vivencia personal y para ello la forma elegida es un trans neo barroco, o el “neobarroso”, a lo Perlongher.

En una de las ocasiones en que nos hemos encontrado, Ciancio manifestó su experiencia personal que, algún tiempo después, se transformó en este libro, y me contó, también, que fue un sueño que se le presentó lo que abrió paso al recuerdo y éste a este libro de poemas. Coincidimos, por cierto, en la importancia de los sueños para la creación literaria.

La madre, hemos de decir, es todas las madres, su instinto el mismo, las trayectorias declinan con el tiempo pero no podrán detener la sucesión de imágenes que, como unas figuritas, pasando de páginas el álbum, están adosadas a tiempos precisos del recuerdo y su sombra incluida, adyacente al olvido.

I. Taxonomía barroca

Una serie de elementos, entrecruzados, podemos ver como introducción en la obra del poeta, en esa Casa de salud donde, “mamá la habita con su decir desmadejado…”, pero no escucharemos su voz, sino la voz del hijo ante el silencio, ante lo yermo de la casa, ante el dolor suyo, y hablará con una voz “desalineada”. Porque la madre está aunque en la ausencia, y en una mirada otra.

Metáforas, metáforas que funcionan, como golpes de balde sobre el piso, rajando la mañana: “baldosas de amianto”, es decir que son resistentes a la combustión (aunque su polvo es cancerígeno, aseguran); “ardor de la siesta” que supondremos del verano; “un quieto pájaro de rigor”, esperando ando; un “búho abigarrado”, con lo que de sapiencia viene adosado; el “vuelo atronador”, como un oxímoron, y “te ladra el destino”; “aire castrado” como si pudiera castrarte el aire, al voleo; “baldío de la voluntad”, esa voluntad vacía, hueca, estéril o inútil; “trino muerto” –que viene siendo otro oxímoron– “en tu garganta”.

Anotemos la fuerza intrínseca de las imágenes: “parece que bramaban tus ojos resecos”, “el paisaje se fatigaba”, “empañados de perros”, “palomas tristes en tus mejillas secas”, el olor de los manteles sin visitas, “un alfombrado de escamas que refulgen”.

Algo de metalingüística: “tacto de la palabra noche”, “resbala el lenguaje”, “el aire empluma cada palabra que toca”, palabras que “se sostienen en finos estambres”, como anuncios de flores, “un hervor de fe. Un fervor” donde, por cierto, el hervor se repite en el poemario y es una característica de esta poesía asociada a la madre, y que revierte a imágenes domésticas relacionadas con la comida, y esto que nos dice el cómo habla: “Por lo menos eso veo en el arqueo de tus labios/ la a tres veces/ dos veces la i// vocales/ y la sílaba gran mordida entre tus dientes”. O bien esa escritura como algo especial, mágico, y tenaz, [que] “pone una hendidura en el lenguaje que porfía”.

Un uso de la voz, y su ausencia, también, como elemento para reconocer al otro. Un decir desmadejado, silencio (ausencia) desalineada, que raspa, remendada; aullido y silencio por oposición, el silencio de tu boca en movimiento (el silencio no es el de permanecer quieto), o (la luna) como si estuviera rezando, presente.

El uso de la luz se ve muy nítido, en: animal de luz, “nos hacemos puros ojos”, envío de luz, transparencia, horizonte rosáceo, “nos ciega tanta luz”, “una luz que llega del pasado”, como la de que proviene de las estrellas, “haz de luz” (“Aúlla cada mota de polvo que refleja ese haz de luz por/ la ventana”, p. 66), luna-noche-corromper, una luz oblicua (“que dominó la tarde”), y una especie de conclusión: “toda luz batalla contra su sombra aunque anticipe su derrota”. (p. 89)

II.El hilo del tiempo

Entra en el ayer, ahora revivido, “sacabas las palabras/ como barro/ de tu garganta”, en ese estar suspendido entre la vida y la muerte, el afuera y el adentro, como en “Afuera/ miramos cómo el mar se pone rojo/ nos ciega tanta luz por todas partes/ y nadie parte las aguas/ nadie las cruza”, donde, además, nos habla del mar Rojo (y podríamos ver allí una parodia de La Biblia, y de la mediación de Moisés), y luego Ciancio remata en “han blindado la tarde/ y nosotros acá/ mirando el ojo incendiado del crepúsculo” (p. 37).

Hay un concepto de “habitante de sí”, un integrante de las ciudades, donde “¿Qué grial buscan esas manos en el pantano de desperdicios.// ¿Cómo se puede ir mascando tréboles/ hasta las raíces mismas del verso/ si vemos tu semblante perdido en improbables memorias” (p. 41), o, dando paso a algo más surrealista, tal vez, pero no por eso menos cierto:

“Miramos con los ojos empañados de perros
y una espuma negra
hunde las flores del patio
y la sorpresa de aquel unicornio
paciendo
junto al aljibe”. (p. 43)

Y también el paso del tiempo, las coordenadas en que transita la vida, en un poema:

“Y te casaste por Civil
en aquella oficina desgloriada
para conformar al padre ácrata
nuestro abuelo –ese anciano ateo

Que respiraba lento en camisilla
y zapatos lustrados
entre las hortensias de tu jardín
que sonreían cuando mentaban
a Tolstoi a Gogol a Dostioevski
que se calzaba los lentes sabios
y abría El Sol de par en par–

y vos, mamá,
ahí al borde tus nupcias
no saludas en el atrio
ni nos reconoces
en la bruma de este presente de la Casa de Salud
que parece imaginario”. (p. 46)

Y aquí, con claridad, se ven las etapas de su existencia y, en el paso de su madre, y la madre es todas las madres, por la casa de salud, mamá deja de ser quien fue para ser otra, y, sin embargo, es la misma. Esa circunstancia nos ofrece el espacio necesario para hacer la síntesis, contar su  historia y, por ese medio, contar, también, su propia peripecia (la del hijo), como modo de continuar con el hilo del tiempo. “Y ahora hay que dejarse ir/ desprenderse de esta madre otra,/ mamá otra ajena”, esa ajenidad, esa distancia hace pensar, y pensar mucho en el destino, en los destinos que tiene la gente, ese norte prefijado que sucederá, irremediablemente. Pero se la debe desprender, a la madre, para volverla a recuperar, entera, para que vuelva a ser la que fue.

Y sin embargo esas visitas a la casa logra instalar dudas sobre sí mismo, como si no pudiera desdoblarse del que fue y del que es, todo su mundo se trastoca y donde había alegría quizá hubiera vacío, y lo real parece no serlo a tal punto que ya no sabe, el poeta, si “¿voy contigo?” o “¿voy conmigo, mamá?”.

Entonces vendrá el vacío, el vacío repentino de los recuerdos y luego el vacío de tus ojos lindos, el mirar el vacío, la nada, algo que está más allá de nosotros mismos, la ausencia; una mirada perdida. Y tras la conmoción de las visitas, “ese borbollón de estrellas/ [que] aquieta lo que está aquí en el mundo”, ese aquietar alude, indefectiblemente, a una agitación interior que no puede cesar.

Habrá dudas, preguntas en torno al destino, en:

Tratamos de comprender
de saber si algo en esta vida tiene sentido
pero hay un  campo verde
un remedo de espacio
una distancia entre nuestras miradas
de un verde pálido
como el de las hojas de los tacos de reina en ese cantero
o el de los lazos de amor en aquel almácigo de la memoria. (p. 54)

El acto (mecánico) de cepillarte el pelo, como un auto reflejo de otros tiempos, en el que se incluye el poeta, fisgoneando, mirando sin ser visto, para que, ahora, pueda volver a ver en la mamá de ahora, algo de la que fue. De ese modo podrá unir a sus dos madres, la anterior y la actual, y hacer emerger una síntesis que es, sin duda, síntesis del paso del tiempo, el paso de la vida a la muerte.

“No alcanzamos a ver detrás de los ojos”, nos dice el poeta, y después nos pregunta: ¿Habrá un valle de santidad en este vacío? (p. 56) Quizá todos seamos corruptos, en un sentido u otro.

III. Tristeza nao tem fin

El clima de la tristeza se cuela por las rendijas, vuelve a revivir desde la naturaleza, que de ahora en más toma protagonismo:

“También maduraba un limonero
en el jardín de casa
con limones orondos
y la fragancia de aquellas tardes
llega a este crepúsculo
con la pátina de una tristeza de lluvia. (p. 59)

Solo que, ¿quién es entonces tu madre?, se pregunta el poeta, nos lo pregunta a nosotros, de modo que también nosotros, lectores, nos preguntemos por nuestra madre, y por todas las madres por cuanto que una madre son todas las madres como hemos de antedicho, y es decir: ¿qué significa el hecho de ser madre? “¿Esta que te ve sin mirarte?”, porque ya tanto te conoce, incluso más que tú mismo, porque puede mirar desde afuera y ver las cosas que comúnmente no se ven, las adentro. De ese modo, a pesar de no revolver en tus pensamientos, pero sí relacionar gestos, palabras, posturas y aposturas, y sin siquiera mirarte, porque ya te tiene muy visto, sabe exactamente lo que estás pasando, o en cómo te está sintiendo, cuál tu estado de ánimo y las dudas que roen tus certezas.

Las puntillas de ese pañuelo
pliegan tus manos antiguas
como para encontrar un sentido claro de las cosas.

Hay palomas tristes en tus mejillas secas
hay un trino muerto en tu garganta. (p. 61)

Claro, pero también la fuerza del verso: “hay palomas tristes en tus mejillas secas/ hay un trino muerto en tu garganta”, que nos da otra dimensión de la realidad.

Luego, en ese discurso sobre la mar y sus variantes y variaciones, la madre es dejada ahí, en la casa de salud, y se la abandona, en cierta medida, por la circunstancia de los roles sociales; se la abandona, decíamos, “como a un pájaro vacío” que ya no tiene nada para decir, nada más que gestos más o menos ambiguos y los ademanes, que van perdiendo fuerza y terminan, vacíos, huecos, y sólo el eco parece retumbar, “sopla sobre los restos del lenguaje” y por tanto sólo habrá despojos, rastros del pasado, fugaces, frágiles, que apenas se muestran, y las imágenes anteriores, revividas, que se olvidan pronto al punto que su mirar, como “un bálsamo del olvido”, nos hace salir de “la espesura del silencio” en que nos encontramos sumidos, como por compasión.

El punto de vista parece oscilar, hasta que el objeto, la causa original para ese poemar, se traslada de la madre a los recuerdos de la madre que tiene él, el poeta, y ya explicamos que una madre es todas las madres (¿así como un hijo es todos los hijos?), como una estrella es todo el universo, la parte por el todo, y es un recuerdo erizado, que hace recordar “cuando me contaste de tu primer empacho”, con higos de “negra madurez”.

Y sin embargo, hay algo más, “un vértigo horizontal recorre todos los semblantes de la casa de Salud” que, sabemos, son casas para esperar a que venga la muerte, el mientras tanto del tránsito, lo más parecido a Caronte, el barquero del Hades.

La casa es tan oprimente, deprimente y pesada cual dromedario; la casa como centro “de un universo casi deshabitado” y que, seguramente, iba alternando los ingresos con los egresos, balanceando el debe y el haber, los muertos, dentro de los cupos asignados que luego se llenarán con nuevos candidatos y candidatas, a pasar a mejor vida, porque esta casa no es más que el tránsito a la muerte y el fin de la corporeidad de la que necesita, imperativamente, el pensamiento, para pensar, el sentimiento para sentir, y el verbo decir, para enunciar.

Y mientras todo sucede, la naturaleza “naturaliza” su designio, se hace naturaleza, la lluvia la descarga, y el descargar anuncia algo de rabia, de no poder hacer otra cosa, una frustración y la indiferencia de los que están al abrigo. Y esa indiferencia se traslada, porque necesita un objeto, la madre, que nunca sabremos su término, aunque no hay más allá que haya sido estipulado y que pueda comprobarse, puesto que ya está en otro tipo de coordenadas temporales, casi atemporales, y entonces nada, nada hay que le impida responder de otra forma, distinta al común, no la de mirar hacia un costado, sino de aplicar la máxima frialdad posible porque no nos puede doler todo, no, vos no nos puede doler nada.

IV. El osario del poema

El esqueleto es “cada palabra en los tiempos de tus hijas”, por tanto es siempre la palabra, la palabra y no la realidad, sea lo que sea la realidad, idealismo o materialismo, porque este último esta mediado por el primero, es la que le da consistencia, aunque sea temporal. Es decir, lo que queda es, ni más ni menos, la esencia. Y la esencia es el silencio, terco, para que no “salgan necedades del cerco de tus dientes”. Y el aullido es el reclamo.

También habrá referencias bíblicas, como la de Lot, que por su desobediencia fue convertida en estatua de sal al mirar hacia atrás, hacia lo que había dejado o lo que iba a dejar. “Algo nos tienta a ser monarcas en las sombras/ y mirarnos cómo el horizonte se vuelve de sal/ antes de girar las cabezas” (p. 72). Porque claro, todo es transparente, ya no hay más misterios, puntos oscuros, tibiezas desmedidas o sorpresas desagradables, hay una estancia amarga y a pesar de todo “un ángel de luz” parecía brotar, salirse desde las paredes, de todo lo que habrán escuchado, de lo que habrán entendido y de lo que no, esa pared, apenas “transpirada por la humedad de las horas”.

Habrá curiosidad, derivada, de los pensamientos externos, los pensamientos otros, que amagan irse por la tangente, y de pronto parecen querer responder a tus inquietudes actuales, tus dudas, y parecen describir, con exactitud casi matemática, los sentimientos que te atraviesan; una curiosidad “de eso que no apresamos”, de lo desconocido, terreno pantano de la ubicuidad. Por eso la necesidad de agarrarse al suelo, a la tierra, de no despegar aún a la mortalidad del recuerdo, que cada vez será más delgado hasta ser un nombre, únicamente, una foto amarillenta, oxidada, nada. Es apenas una semilla de curiosidad; habrá que regarla todas las mañanas o todas las tardes.

Redunda Ciancio en el silencio como una voz por ausencia, o una ausencia, dentro de la presencia física de la madre, ya sin voz: “Cuando tu voz silenciada se diluye” (p. 78) o, en el mismo verso, ya comentado en lo referente en Metalinguística, “Al mover los labios pareces que dijeras” (p. 78) que, de forma aislada nos suena a Neruda, vaya comparación del callar y la voz (¿una parodia del poema 15?).

Dando cuenta del extenso volumen, en el que los poemas no tienen títulos, como si únicamente fueran parte de un poema mayor, una epopeya, pero en este caso íntima y que, por este medio, fragmental, pueda darnos la dimensión de los cuatros costados de la historia de la realidad, de esa realidad que se describe, que se poetiza, aquí. El silencio es el del “grito que no das”, porque está ahí y que, agazapado, ya no sabe cómo accionar el mecanismo para que salga de la boca y haga estruendo, hecatombe.

Y en ese lugar, dentro de un silencio que conmueve, hay otras cosas, un “cristal mosca señal”, porque todo forma parte del lenguaje, lo hemos dicho, que es el que se encarga de decirnos un estado de cosas reinante, esa mosca en el cristal da la señal de que el exterior sigue existiendo, que hay más allá, el más allá de la puerta por la que uno sale de la casa de salud, en su último traslado; sigue existiendo la naturaleza, más allá de nosotros, y que es ella la que gobierna, en definitiva, nuestra vida y nuestra historia.

Así estamos, con la ilusión “vana de poseer las cosas” y no darse cuenta que, ahora, instalados en ese cuarto o en la sala de una casa de salud, somos poseídos por algo que escapa a nuestro control, y nos dejamos llevar, dulcemente, hacia la muerte. Y esa naturaleza, que no es la naturaleza muerta de los pintores, que recrean lo que de la naturaleza queda en estática, en la estática de las cosas inanimadas –incluso las cosas naturales, las que provienen de la naturaleza, como las frutas o las flores– sino que tiembla, se manifiesta e  incluso trotan.

El verde tiemblo
de esos eucaliptos
esperpentos en la tarde
y una manada de animales oscuros
pasa
por nuestras conciencias. (p. 82)

Imagina la noche cuando la encargada “baja el interruptor” y todo se interrumpe, menos esa “luz irreal” del atardecer, “luz oblicua que dominó la tarde”, esa mirada “fija en mis ojos”, como escudriñando quién sabe que oscuros interiores. En esa corriente del mirar, es que ¿“circula el decirnos?”.

Y aquí podremos encontrar una de las claves de la poesía de Ciancio: “Cosmos y lenguaje y memoria”, y ellas tres, trinidad que da vida a todo el resto, como una madre, también, convergen en un único punto, en uno mismo, aunque no quiera, como por derecho divino, y no hablen más los sellados labios. ¡Para qué decir más, para qué decir tanto! Después de todo, claramente, unas “oscuras mariposas reptan ahora por tus entrañas”.

Tu final vendrá, no podrá detenerse, porque, además, “toda luz derrite las miradas” hasta convertirlas en algo que ya pasó de largo y se fue a otra parte, quizá la escondida treta del recuerdo interior. Porque hay una “soledad enorme y negra”, oscura, y cuando ingresamos podemos sentir la opresión y la presión del ambiente, por eso “siempre está la vida al borde de tus dientes”, dentro de la sonrisa, en el lento masticar, “en ese vértigo suspendido de las horas”, siempre las mismas, y sin embargo ¡cómo pasan mudas!

Pero sólo está el ahora, suspendido en el momento, mientras tu figura está allí, absorta, mirando a los ojos pero ya sin nada para decir sino apenas un estado de ánimo que viene de dentro, de dentro de tú misma, madre; mientras tu figura está allí, existes.

Existencia que se evidencia, al mayor bien, en la templanza y el devenir qué.

Con respecto al tiempo, el pasado y el actual, es un enorme paréntesis en la conciencia, por eso el poeta volverá al recuerdo, a las imágenes interiores, como con la manera “que tenías de observar el hervor/ de las lentejas”, en una acción doméstica –¿domesticada?–, como con amor, hemos de suponer, “como si allí/ en ese universo de vapor y ruidos/ en las burbujas humeantes del guiso/ se vaciara el mundo” (p. 92). Pero la verdad es que ya tu mirada es el de una “niña anciana”, como si pudieras volver a sorprenderte por cosas que, olvidadas por la memoria, desterradas para siempre, reaparecen, humilde mariamol, y te hacen esbozar una sonrisa, a pesar de verla comer “en la mesa/ alargada/ de una Casa de Salud”, perdida de toda empatía, ruidos y silencios, desgarradas envolturas.

Recordará, el poeta, la manta de croché junto a las arrugas de tu frente, las sonrisas “espejadas en el mantel de hule” junto a “una penumbra de palabras” y una plegaria, pagana, entredicha; el balbuceo, inconsciente, la inconsistencia, el temblor de la conciencia, retraída, donde “nuestras miradas/ esperando el abismo/ esperando el alivio” están “en las honduras de los cuerpos/ en la superficie de las almas”, en el interior de nuestro yo, nuestro pasado propio, el corpus del sentimiento que atesoramos, de forma independiente, dentro de nuestros sentidos. Por ello, vendrá la muerte y tendrá tus ojos –dijera Pavese–, y será una “trizadura del silencio”, “luz que decae ni bien asoma”.

V. El coro griego

En cuanto a la segunda parte, Coral de hijas, que contiene 18 poemas, como si fuera la voz del coro entre los griegos, esa voz coral que ve las cosas desde otro punto y distinta intensidad, el punto de vista se traslada a las mujeres de la familia, a sus hijas, y el poeta ve, con sus ojos, como verían ellas a su madre.

Afuera el mar plano que acompaña esta congoja
y la visión de las nalgas del ángel
poca cosa para tanta trascendencia
como si mirásemos todo
desde la superficie de una estrella
y hablásemos con palabras con ojos
que nos dicen que nos miran bien adentro
y nos rodean

Tu lado luminoso
mamá
tapaba la noche. (p. 125)

El poeta, entonces, transformado en informante, fidedigno, interpreta el sentimiento de las hijas, sus hermanas, sobre su madre, sangre de su propia sangre, lengua del hogar, la del herrumbre en nuestra propia carne. Están los desvelos de las mujeres, sus vulvas en comunión, “ángeles de entrepiernas breves”, recuerdos alineados en la memoria familiar de vientres vencidos; hijas que son “larvas hervidas” (y nuevamente el hervor, crepitando), herida y herencia, cardumen, renacer, proyección y heredad, voz desdecida (por tu autoridad), furia y ternura, tesón, “¿dónde aquello continente/ que nos abarca en un mismo/ animal caudal herido?

Allí, las hijas dicen que nunca fuimos reinas, somos criaturas inquietas y nadie, en absoluto, “nadie muere definitivamente, madre”.

(Casa de Salud, Gerardo Ciancio, ed. Yaugurú, 2023, Montevideo, 128 páginas)

Por Sergio Schvarz

 

 

 

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