La política parece haber perdido sus fuentes de inspiración. Ya no creemos en los partidos políticos, y este es un sentimiento casi universal, y ahora podemos descreer también de nuestra propia capacidad colectiva de administrar el mundo.
En lo que dice relación a los grandes problemas de hoy, ninguno acierta sobre qué hacer. Ni en los Estados Unidos ni en Europa ni en lugar alguno: cambio climático; crisis económica; lucha contra el terrorismo; enfrentamientos religiosos y guerras civiles; concentración de la renta y aumento de la pobreza y de la miseria; la construcción de un sistema internacional más justo y democrático… Todas esas situaciones críticas permanecen lejos de la esperanza de alguna solución.
Tal es la convergencia de tendencias e incidentes negativos que recayeron sobre nosotros, ocasionando problemas en la economía, que para, en la política, que se lacera, en las calles sembradas de desorden, en las relaciones internacionales, en que los errores se acumulan, que prácticamente no hay lugar para una visión optimista del presente y del futuro.
Nada más difícil que colocar en perspectiva el presente. En verdad, el momento en el que se vive siempre tiende a parecer excepcional, lleno de veloces transformaciones e incertidumbres. Pero, a juzgar por la experiencia acumulada, hay épocas en que los acontecimientos realmente se aceleran. Como la época de Alejandro, el Grande, como la época de Leonardo da Vinci.
A partir de la revolución industrial, con las primeras máquinas, a fines del siglo XVIII, vivimos una serie casi interminable y vertiginosa de revoluciones en los transportes, en las comunicaciones, en el crecimiento poblacional, en el desarrollo de la ciencia, en la diseminación de las tecnologías, en la globalización de los contactos, en la perdición de la violencia y en el encuentro de los límites del mundo.
A política parece ter perdido suas fontes de inspiração. Já não acreditamos nos partidos políticos, e este é um sentimento quase universal, e agora podemos descrer também da nossa própria capacidade coletiva de gerir o mundo. Leia mais
Hoy vivimos una de esas épocas en que todo parece suceder al mismo tiempo y escapar al propio control de la humanidad. Con la acumulación de un fabuloso progreso tecnológico, algunas líneas del gráfico global continúan subiendo vertiginosamente, como la de la tecnología de la información, y otras tienden a precipitarse en el caos.
Muchas de tales líneas ya se sitúan en niveles claramente peligrosos, como la desigualdad de la distribución de la renta, sobre todo en las economías más ricas, la cantidad de contaminantes en la atmósfera y los consiguientes cambios climáticos, potencialmente catastróficos, los crímenes de masa provocados por pequeños grupos de individuos, la proliferación de los ataques cibernéticos, los choques anárquicos del terrorismo, la constante amenaza de crisis económicas, las crecientes dificultades de gobernar, las tensiones entre la voluntad soberana de los Estados y la necesidad cada vez más apremiante de tomar decisiones en nombre de toda la humanidad, la lucha sorda y aún no definida entre la diversidad étnica y el racismo, la articulación cada vez más poderosa de las cuadrillas de corrupción que amenazan la estabilidad de las instituciones.
La política parece haber perdido sus fuentes de inspiración. Ya no creemos en los partidos políticos, y este es un sentimiento casi universal, pero, aparentemente, continuamos con el pensamiento de que podemos confiar en un modelo de gobernanza política, la democracia representativa, que sólo parece funcionar bien en los países nórdicos. Allí, incluso cuando los conservadores vencen, el patrón social-democrático permanece, porque funciona admirablemente.
Estamos como en los años veinte del siglo pasado: El mundo como era, el mundo de las monarquías y del equilibrio europeo, había terminado, pero el mundo nuevo no había surgido aún. Entonces, así como ahora, reinaba la perplejidad. Entonces, esa perplejidad generó el fascismo y el comunismo. Ahora, ¿qué generará?
En cuanto al cambio climático, probablemente la humanidad tendrá que hacer un esfuerzo gigantesco para remediar a tiempo la situación. No es sólo el nivel del mar que va a subir: se prevén intensos disturbios climáticos en los más diferentes lugares. Pueden faltar agua y alimentos. Y nada de lo que ha sucedido hasta ahora nos autoriza a pensar que ese esfuerzo sea realizable.
La crisis económica expuso los riesgos traídos por la fuerte concentración del poder financiero en ambiente desregulado, corroyó la fe en la ingeniería y en la arquitectura de la integración europea, y también en la nuestra, la sudamericana, y generó una recesión, o estancamiento, cruel, que causó sufrimientos inmerecidos, sobre todo en la Europa meridional.
La crisis también afectó pesadamente la confianza en los mecanismos de representación política. La izquierda no consiguió presentar una propuesta de superación. La derecha quedó cautiva de la política de austeridad, ultraconservadora y falta de imaginación. Las elecciones en los países de la Unión Europea se transformaron en un juego de trueque: en los países donde la izquierda gobernaba gana la derecha. Donde gobernaba la derecha la izquierda vence, pero luego se aquieta. O entonces no gana ninguno y se queda un buen tiempo sin gobierno, sin que se note mucho la diferencia. La ultra derecha parece estar beneficiándose de esos acontecimientos.
En la lucha contra el terrorismo la situación también ha empeorado. Las guerras civiles aumentaron. Los llamados terroristas perfeccionaron su organización y pasaron a actuar junto a los llamados rebeldes, apoyados por Occidente. Este, por su parte, responde usando drones, llevando a cabo incursiones relámpago, practicando asesinatos selectivos, buscando terroristas por el espionaje electrónico, ampliando el caos en el Norte de África y en el Este del Mediterráneo, donde los conflictos religiosos y las guerras civiles parecen no acabar y sí difundirse. En esos lugares ya ni se piensa más en las metas del milenio.
En África, la pobreza y la miseria se multiplican. El contraste entre este hecho y un proceso vertiginoso de concentración de la renta que tiene el epicentro en Wall Street y que se esparce por los centros financieros de todo el mundo, es inmenso. Y las luchas por un sistema internacional más democrático y justo se desvanecen en medio del descreimiento.
En esas circunstancias, hacer un pronóstico optimista requiere cantidades extraordinarias de fe. Esas dificultades no nos autorizan, naturalmente, a cruzar los brazos y renunciar a contribuir para la construcción de un mundo más justo, ordenado y progresista. Pero ¿qué hacer para mejorar nuestro futuro? ¿Cómo ocupar – nosotros y nuestra región – un lugar más positivo en el mundo? Podemos al menos hacer una lista de propósitos.
En primer lugar, la preservación y, más que nada, el perfeccionamiento de nuestra democracia. Hay luchas que son eternas pero que pasan por momentos críticos. Una de ellas es la lucha contra la corrupción, que habremos de ganar haciendo valer el peso de la ley y la voluntad de la mayoría. Asociada a ella está la lucha por la gobernabilidad, que conlleva inevitablemente una reforma política que merezca el nombre y nos permita elegir un Congreso menos sensible a los intereses particulares e inmediatos y más sensibles al bien público. Se trata, sin duda, de una transformación radical del modo de hacer política. ¿Tendremos cohesión y coherencia para hacerlo? ¿De qué manera?
Otros factores de carácter interno claman por soluciones, como la mejora de la calidad de los servicios, públicos y privados, la recuperación de las instituciones que cuidan de la salud y de la educación, la seguridad pública, el descongestionamiento del sistema judicial… ¿Cuáles serán los agentes de tales transformaciones? ¿Quién corregirá los atrasos del Judicial, quién dará solución para el sistema penitenciario, la movilidad urbana, la incapacidad crónica de planificación del Estado?
Desde el punto de vista internacional, a la luz de la experiencia que cosechamos, sobre todo en los últimos cien años, hay componentes estratégicos que merecen nuestra atención y no pueden ser ignorados: el desarrollo de los vínculos entre los países de nuestra región, el progreso económico, político y social de nuestros pueblos, la garantía de la paz y la lucha permanente por la construcción de un mundo más democrático, más justo y más coherente.
No podemos tener dudas en cuanto a la importancia de esos objetivos y en cuanto a nuestra plena capacidad de luchar por ellos. Los avances que logramos en nuestra historia reciente fueron notables y el reconocimiento de nuestra capacidad de acción y de nobleza de nuestros propósitos fue universal. Es evidente que precisamos dar continuidad a esa lucha.
La defensa de nuestra soberanía, de la soberanía colectiva de América del Sur, la protección de nuestros territorios y de nuestras costas, ricas en recursos estratégicos, la capacidad de enfrentar situaciones de emergencia requieren una aceleración del progreso tecnológico que nos permita promover eficazmente la defensa de nuestros intereses, siempre con armonía dentro de nuestra región.
La superación de la convergencia de crisis globales de naturaleza política, económica y social, como señalamos arriba, hace imprescindible una reforma profunda de la ONU, para que esta sea más democrática e más eficaz. Además de mayor agilidad, la ONU precisa también tomar decisiones más justas. El orden global requiere el predominio del Derecho sobre el poder. La reforma del Consejo de Seguridad, cuya estructura aún refleja la situación vigente en 1945, es imperativa para que el órgano más importante de las Naciones Unidas pueda tener la capacidad y la legitimidad necesarias a un buen ordenamiento del sistema internacional.
Precisaremos, cada vez más, de una entidad capaz de actuar con eficacia sobre temas que interesan directamente a los individuos y a las colectividades humanas, como la superación de las desigualdades, la valorización de la diversidad, la supresión de las causas del terrorismo y el respeto a la privacidad de los datos personales de los individuos que cumplen la ley.
Es cierto que incluso en el escenario regional sudamericano, donde avanzamos mucho en la primera década de este siglo, hoy se percibe una ausencia de liderazgo para dar seguimiento a ese impulso. La energía que mostramos con la creación de la UNASUR y otros órganos destinados a promover, consolidar y reforzar nuestra capacidad de acción a nivel global, parece haberse evaporado.
No obstante, sea para movilizar la reforma de la Organización de las Naciones Unidas y cambiar las reglas de la convivencia internacional, sea para alcanzar los objetivos regionales que proponemos, es necesario un esfuerzo conjunto de nuestros países. Nuestra política multilateral, siempre constructiva y progresista, no tiene rivales y nuestra circunstancia geográfica lo demuestra con elocuencia. Alcanzamos un nivel de convivencia armoniosa superior al de toda otra área geográfica. Renovar el Mercosur, reforzar la UNASUR y robustecer los mecanismos internacionales son tareas colectivas que requieren un nuevo impulso a ser dado por nosotros.
José Viegas Filho
Embajador jubilado, fue Ministro de Defensa del Brasil.
Traductor: Héctor Valle
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