La pesadilla de la guerra, el inexorable drama de la vejez y la nostalgia son los tres ejes temáticos que propone “El último escape”, el dramático largometraje del realizador británico Oliver Parker, que indaga en un acontecimiento verídico sucedido hace ya ochenta años, que fue evocado, con grandes homenajes, hace exactamente una década.
El corazón temático del film es el épico desembarco en Normandía, Francia, concretado en junio de 1944, en el marco de la ofensiva aliada contra los nazis en el frente occidental, mientras, en el frente oriental, el más cruento y despiadado, las tropas soviéticas comenzaban a someter a los alemanes.
Si bien la literatura norteamericana e inglesa suele atribuir a ambas potencias anglosajonas los mayores éxitos militares contra el imperialismo hitleriano, lo real es que los rusos fueron los que más padecieron las ambiciones expansionistas del nazismo y los que infligieron las peores derrotas al ejército germano. No en vano, las tropas soviéticas fueron las que concretaron la caída del último reducto de Berlín, el 2 de mayo de 1945. Fueron, realmente, los que sometieron al dictador Adolfo Hitler, que por entonces ya se había suicidado, luego que sus lugartenientes lo convencieron que la guerra estaba inexorablemente perdida.
Empero, la invasión a las costas de Normandía, Francia, que se inició el 6 de junio de 1944, constituyó un indudable hito histórico en el desarrollo de la guerra, no exento de heroísmo. No en vano, en el desembarco, que incluyó vehículos mecanizados que fueron transportados a bordo de inmensos buques de guerra, perecieron más de 5.000 soldados. Aunque ese número no puede ser minimizado, las víctimas fatales de ese episodio no pueden ser parangonadas con las pérdidas de vidas humanas que deparó la hecatombe, que sumaron 60 millones, entre civiles y militares.
Este acontecimiento fue recreado por el cine en reiteradas oportunidades, en títulos más bien complacientes, como “El día más largo del siglo” (1962), una superproducción poblada de grandes estrellas y de escaso vuelo artístico, cuyo núcleo es precisamente la invasión, “36 horas” (1965), “Asalto a Juno” (2010) y “Rescatando al soldado Ryan”, del gran Steven Spielberg, que es, sin dudas, la película que reconstruye con mayor rigor y dramatismo y mediante soberbios planos secuencia rodados con cámara en mano, la guerra entre las invasoras tropas aliadas y las baterías de artillería nazis que defendieron sin éxito las playas galas. Esta película también aportó la mirada más desencantada en torno a uno de los capítulos más impactantes de la segunda gran conflagración bélica del siglo pasado.
En efecto, salvo en el caso de esta recordada película de Spielberg, la mayoría de las recreaciones cinematográficas del episodio están impregnadas de un patrioterismo barato, que resalta la impronta de naturaleza épica pero oculta la dimensión de una de las tantas tragedias que deparó la hecatombe que transcurrió entre 1939 y 1945, año del epílogo de la Segunda Guerra Mundial, luego de los devastadores y criminales holocaustos de Hiroshima y Nagazaki perpetrados por los Estados Unidos.
Empero, contrariamente a lo que se podría suponer, “El último escape” no es propiamente un film de género bélico, por más que el disparador temático sea naturalmente este genocidio, que, durante seis años, transformó a Europa en un paisaje de muerte, desolación y escombros y a dos ciudades japonesas en un sendos territorios dantescos y arrasados.
Esta película británica, que es un drama no exento de amargura pero tampoco de algunos momentos de fino humor bien británico, evoca únicamente el encuentro entre veteranos sobrevivientes del desembarco setenta años después, concretamente en junio de 2014. En Francia.
El relato se centra precisamente en Bernie Jordan (Caine Caine), un nonagenario sobreviviente del desembarco de Normandía, quien comparte los últimos años de su vida con su esposa René (Glenda Jackson). Ambos viven en una confortable habitación de un residencial para ancianos, donde un personal altamente calificado y profesional los atiende como corresponde, demostrando gran cariño y un superlativo compromiso.
Mientras ella, que está físicamente más deteriorada apenas camina con bastones y pasa casi todo el día recostada en la cama, el, en cambio, aunque debe usar un andador para trasladarse, sale frecuentemente a pasear, cargando su cuerpo maltrecho. Para este hombre, el establecimiento es una suerte de prisión, ya que está cognitivamente impecable.
Por supuesto, atrás quedaron sus gloriosos años de juventud, cuando conoció a su esposa e inició un largo romance que ni la pesadilla de la guerra logró horadar. Es un sobreviviente, no sólo por haber emergido con vida de ese infierno, sino también por todavía respirar, movilizarse y pensar. Naturalmente, el sabe que le queda poco tiempo y, por ende, decide experimentar el último escape, ese que le trasladará imaginariamente a un pasado duro por la violencia que debió afrontar en esa playa de Normandía, transformada en un paisaje de desastre. Hoy, ese lugar, que en 1944 se anegó de sangre y de cuerpos sin vida u horriblemente mutilados, es una suerte de remanso.
El anciano quiere regresar allí, porque los veteranos de guerra celebran los 70 años de ese histórico hito. Sin embargo, para concretar su proyecto, es menester escapar, en secreto y sin que lo advierta el personal del residencial y su propia esposa.
En hurtadillas y con pasaje de barco pero sin derecho a camarote, se lanza a la aventura del segundo y definitivo desembarco, para reencontrarse con algunos longevos ex soldados conocidos y con otros ex militares aliados, aunque la celebración incluye también a ex soldados alemanes, que festejan, junto a sus enemigos del pasado, un acontecimiento que coadyuvó al epílogo de la guerra.
En este contexto, la narración transcurre en tres planos, dos de ellos pertenecientes al presente y uno al pasado. Mientras su esposa aguarda azorada y algo ansiosa en el residencial por su regreso, que se supone es de un mero paseo, el protagoniza su última aventura.
Aunque el residencial sea confortable –no como algunos uruguayos, donde mueren ancianos calcinados por falta de previsión y omisión de regulación gubernamental- para el protagonista es una suerte de prisión. El desea vivir, el tiempo que le queda, con la mayor libertad ambulatoria posible, pese a sus obvias dificultades de movilidad.
En ese contexto, se embarca en un viaje que no es meramente espacial, es fundamentalmente temporal y es, en cierta medida, una suerte de reencuentro con su juventud perdida.
Felizmente, gracias a la solidaridad de un compañero de armas, el anciano, encuentra un lugar donde cobijarse y una cama en la cual descansar. En ese marco, aunque está lejos físicamente de su amada, está cerca de su esencia y vuelve a ser protagonista, siete décadas después de un episodio que marcó a fuego la Segunda Guerra Mundial.
Incluso, en una de las secuencias sin dudas más significativas, comparte una mesa con veteranos alemanes, con quienes mantiene un fecundo y amable intercambio. Aunque hablan diferentes lenguajes, todos, indistintamente, comparten el lenguaje común de la paz. Atrás han quedado las animosidades provocadas por un enfrentamiento que sólo deparó tragedia, tanto a los militares como a los civiles, cuyos países fueron asolados por la violencia, en un contexto de virtual genocidio.
Aunque en su corazón guarda un secreto y una culpa que lo atormenta, se siente libre, contrariamente al sentimiento que experimenta en el residencial, donde se moviliza en espacios rigurosamente acotados, por más que los médicos y los enfermeros lo traten con cariño.
En ausencia de Bernie, ese cariño es sí recibido por René, quien requiere permanentemente la atención de Adele (Danielle Vitalis), una enfermera de color que se hace cargo de todas las necesidades de la anciana, pero también le brinda algo indispensable: cariño, ese cariño que hay que dispensarle a todas las personas, particularmente a aquellas que están limitadas y disminuidas porque padecen patologías propia de su edad.
Aunque René sabe que el final está muy cerca (de hecho Glenda Jackson falleció el año pasado a los 88 años de edad luego de la culminación del rodaje), igualmente se transforma en una suerte de cómplice de su marido. Aunque no sabe a ciencia cierta dónde está su amor, puede intuirlo y no se turba por su ausencia.
Hace exactamente diez años, Bernie Jordan se transformó en un personaje célebre en su país, cuando los medios de prensa lo identificaron entre otros tantos veteranos de guerra. Por supuesto, el no aspiraba a tanta notoriedad, porque era una persona de bajo perfil, que además cargaba con el agobiante peso de una culpa que asumió sin ninguna explicación, por la muerte de un compañero de armas en pleno campo de batalla.
Sin embargo, con el tiempo, ese sentimiento se transformó en un estigma autoinfligido, que el hombre mantuvo en secreto e incluso no llegó a confiárselo ni siquiera a su esposa.
Los recuerdos de la guerra, que aun martirizan al protagonista, son recreados como meros pantallazos, que representan a soldados en pleno desembarco, en un escenario colmados de gritos, lamentos y explosiones. No hay, en efecto, ninguna escena impactante que sugiera más dramatismo del necesario.
Sin embargo, hay si una breve secuencia que realmente remueve, cuando el anciano visita un cementerio donde están sepultados los cuerpos de los 5.000 aliados caídos en desembarco. En ese contexto, la exclamación de Bernie es tan lacónica como contundente: “¡Qué desperdicio!” Por supuesto, toda guerra inspirada en motivaciones políticas, religiosas o económicas es un inútil desperdicio de vidas humanas, sólo funcional a los intereses de quienes toman decisiones y envían soldados al matadero. Los que imparten las órdenes jamás se exponen.
La alusión al desperdicio también aflora en un diálogo mantenido por la pareja protagónica, durante un paseo en el cual Bernie conduce a Edith en silla de ruedas. En ese marco, ella expresa, con inocultable convicción, una de las reflexiones más significativas del film. “no hemos desperdiciado ni un momento de nuestras vidas juntos”. Es la confesión de un amor devoto de setenta años, que muy cerca del final, opera como una suerte de balance de un romance que padeció la separación impuesta por el conflicto bélico, pero se mantuvo siempre enhiesto.
“El último escape”, tiene la virtud, entre muchas otras, de abordar el lacerante tema de la vejez con inusual sobriedad, sin estereotipos ni excesos, pese a que los protagonistas reales del relato exhiben el desgaste físico y algunas de las patologías propias de su edad.
Por supuesto, la brillante pareja protagónica transforma al relato en realmente disfrutable. En efecto, pese a la avanzada edad que tenían durante el rodaje, ambos corroboraron que sus respectivos talentos estaban intactos. Incluso, en este caso, la propia memorización del libreto no deja de ser un mérito.
Como Glenda Jackson ya no está entre nosotros, porque falleció luego de la culminación de la filmación, en lo personal prefiero recordarla en los momentos más esplendorosos de su carrera, en dos filmes del controvertido cineasta británico Ken Russell: “Mujeres apasionadas” (1969) y “la otra cara del amor” (1970). Empero, es inevitable recordar “Un toque de distinción” (1973), una fina y disfrutable comedia en la cual la gran actriz británica compartió protagonismo con George Segal. Son apenas tres picos de auge de una trayectoria artística brillante.
En tanto, la carrera de Michael Caine, que hoy tiene 91 años de edad, está poblado de grandes hitos, que incluyen películas de espionaje, dramas e incluso comedias. Los títulos en lo que participó suman más de 150, en setenta años de trayectoria.
Entre sus filmes más recordados se incluyen, por ejemplo, “Archivo confidencial” (1965), “Alfie” (1966), “Faena a la italiana” (1969), “La batalla de Inglaterra” (1969), “Asesino implacable” (1971), “El hombre que sería rey” (1975), “El puente lejano” (1977), “Educando a Rita” (1983) y “Hannah y sus hermanos” (1986), por el cual obtuvo un premio Oscar, entre muchos otros largometrajes.
Esta película crepuscular es un digno cierre de carrera para dos artistas de excepción, que escribieron la mejor historia del cine británico y universal, durante las últimas siete décadas.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
FICHA TÉCNICA
El último escape (The Great Escaper). Reino Unido-Francia-Suecia 2023). Dirección: Oliver Parker. Guión: William Ivory. Fotografía: Christopher Ross. Música: Craig Armstrong. Edición: Paul Tothill. Reparto: Michael Caine, Glenda Jackson, John Standing y Danielle Vitalis.
(Síganos en Twitter y Facebook)
INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA
Las notas aquí firmadas reflejan exclusivamente la opinión de los autores.