Recordando a Stephen Jay Gould

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 LAONDADIGITAL / En mayo del año 2006 yo me desempeñaba como secretario de la Facultad de Arquitectura de la UdelaR. Desde mi acceso a ese cargo solía compartir con mis compañeros, funcionarios no docentes de la Facultad, textos e informaciones que iban mucho más allá de las propias de la gestión de la casa de estudios. Así que recorriendo la bibliografía de uno de mis autores preferidos me encontré con un pequeño ensayo que entonces solamente se podía leer en inglés. Sin dudarlo lo traduje y lo hice circular con la introducción que sigue:

Montevideo, mayo de 2006.

Estimados compañeros:

Stephen Jay Gould es un autor conmovedor, en el más cabal sentido de la palabra. Muchos recordamos con emoción el primer trabajo que leímos, impresionados con su apasionante capacidad para echar luz sobre complejos temas de la biología, del origen y la evolución de la vida en la tierra. Su rigor filosófico de vívida dialéctica, su amenidad cálida de buen amigo, su crítica humorística y siempre precisa. Ha sido, seguramente, el mayor divulgador de temas científicos del siglo pasado y principios del actual.

Hace cuatro años, en mayo del 2002, murió a los 60 años de edad. Pocos sabíamos que había luchado durante diez años contra un cáncer implacable y que venció porque en esos años publicó las obras que le consagraron. No se si este ensayo habrá sido traducido al español. Yo lo conocí hace poco tiempo revisando su copiosa bibliografía. Creo que es un magnífico legado sumamente útil para enfrentar los momentos críticos de la vida y no solamente las enfermedades ominosas que nos acechan.

Creo que es una lección de vida plena y es el secreto de Gould que como todos los grandes sabios lo ha brindado para que lo usemos para restañar nuestras propias heridas pero sobre todo para ayudar a nuestros amigos y familiares que sufren, para alentar a nuestros compañeros atribulados. Es la magia del conocimiento que nos brinda este luchador materialista chapado a la antigua; como dijo su amigo el Dr. Steve Dunn, son “las armas de la razón y de la esperanza”.

LA MEDIANA NO ES EL MENSAJE

Por Stephen Jay Gould

Mi vida se ha entrecruzado recientemente en la forma más personal, con dos de los famosos dichos de Mark Twain. Uno de ellos lo diferiré para el final de este ensayo. El otro (a veces atribuido a Disraeli), identifica tres tipos de mendacidad, cada uno peor que el anterior: mentiras, malditas mentiras y estadísticas.

Consideren el ejemplo corriente de estirar la verdad con números; un caso completamente relevante para mi relato. LA estadística reconoce diferentes medidas de un “promedio” o tendencia central. La media es nuestro concepto habitual del promedio de un conjunto: sume los ítems y divídalos por el número de participantes (100 caramelos reunidos por 5 niños en el pasado Halloween arrojarán 20 para cada uno en un mundo equitativo). La mediana, una medida de tendencia central diferente, es el punto del medio camino. Si yo pongo en fila cinco niños según su altura, el chiquilín de la mediana es más bajo que dos de ellos y más alto que los otros dos (que podrían tener problemas para recibir la porción media de caramelos). Un político en el poder podría decir con orgullo : “el ingreso medio de nuestros ciudadanos es de $ 15.000 por año”. El líder de la oposición podría replicar: “pero la mitad de nuestros ciudadanos obtienen menos de $ 10.000 por año”. Ambos tienen razón pero ninguno de ellos cita la estadística con impasible objetividad. El primero invoca una media, el segundo una mediana. (Las medias son más elevadas que las medianas en tales casos porque un millonario puede contrabalancear a cientos de personas pobres al establecerse dicha media, mientras que solamente puede compensar a un solo mendigo al calcular una mediana).

El asunto más importante que es el que genera la común desconfianza o desprecio por la estadística es más problemático. Mucha gente efectúa una desafortunada e inválida separación entre el corazón y la mente o entre los sentimientos y el intelecto. En algunas tradiciones contemporáneas, ambientadas por actitudes estereotípicamente centradas en el sur de California, los sentimientos son exaltados como más “reales” y como el único fundamento apropiado para la acción – ‘si se siente bien, hágalo’ – mientras que el intelecto recibe escasa consideración como un colgado elitismo pasado de moda. LA estadística, en esta absurda dicotomía, a menudo se convierte en el símbolo del enemigo. Como escribió Hillaire Belloc: “las estadísticas son el triunfo del método cuantitativo y el método cuantitativo es la victoria de la esterilidad y la muerte”.

Este es un relato personal de estadísticas adecuadamente interpretadas que resultan profundamente educativas y dispensadoras de vida. Le declara la guerra santa a la degradación del intelecto al contarles una pequeña historia acerca de la utilidad del estricto conocimiento académico sobre la ciencia. El corazón y la mente son puntos focales de un cuerpo, una personalidad.

En julio de 1992, me enteré que estaba sufriendo de mesotelioma abdominal, un cáncer raro y serio, usualmente asociado con la exposición al asbesto. Cuando reviví después de la cirugía , le hice mi primera pregunta a mi doctora y quimioterapeuta: ¿cuál es la mejor literatura técnica sobre el mesotelioma? Ella me contestó, con un toque de diplomacia (fue el único apartamiento de la franqueza directa que hizo alguna vez) que la literatura médica no contenía nada cuya lectura realmente valiese la pena.

Desde luego, tratar de mantener a un intelectual alejado de los trabajos escritos es como recomendarle castidad al Homo sapiens, el más sexuado de todos los primates. Tan pronto como pude caminar me fui volando a la biblioteca médica de Harvard y marqué mesoteliona en el programa de búsqueda bibliográfica de la computadora. Una hora después, rodeado por la últimas publicaciones sobre mesotelioma abdominal, me di cuenta, tragando saliva, porqué mi doctora me había brindado un consejo tan humano. La literatura médica no podía ser más brutalmente clara: el mesotelioma es incurable, con una mediana de supervivencia ubicada solamente a ocho meses después de ser diagnosticado. Estuve allí sentado y petrificado por quince minutos, después sonreí y me dije a mi mismo: así que es por esto que no me dieron nada para leer. Entonces mi mente empezó a trabajar nuevamente, gracias virtud.

Si es que un conocimiento escaso puede llegar a ser peligroso, yo encontré un ejemplo clásico. La actitud importa, claramente, en la lucha contra el cáncer. No sabemos porqué (desde mi perspectiva materialista, al viejo estilo, yo sospecho que los estados mentales se retroalimentan al sistema inmunológico) pero si se equiparan personas con el mismo cáncer en cuanto a edad, clase, salud, situación socioeconómica, en general quienes tienen actitudes positivas, con una fuerte voluntad y propósito para vivir, con el compromiso para luchar, con una respuesta activa para ayudar a su propio tratamiento y no una mera aceptación pasiva de cualquier cosa que le digan los médicos, tienden a vivir más. Unos pocos meses después, le pregunté al Dr. Peter Medawar, mi gurú científico personal y Premio Nobel en inmunología, cual sería la mejor receta para triunfar sobre el cáncer. “Una personalidad sanguínea” me contestó. Afortunadamente (desde que uno no puede reconstruirse a si mismo en plazos breves y para un propósito definido, yo soy, ecuánime y confiado, justamente de esa manera.

He aquí el dilema para los doctores humanistas: desde que la actitud importa tan críticamente ¿debería advertirse acerca de tan sombrías conclusiones especialmente cuando pocas personas tienen una comprensión suficiente de las estadísticas para evaluar lo que realmente significan sus afirmaciones? A partir de años de experiencia con la evolución en pequeña escala de los moluscos de las Bahamas mediante tratamiento cuantitativo, he desarrollado este conocimiento técnico y estoy convencido de que jugó un papel muy importante en la salvación de mi vida. El conocimiento es poder, según el proverbio de Bacon.

Resumidamente el problema puede ser establecido así: ¿ qué significa una “mediana de mortalidad o de supervivencia de ocho meses” en nuestro lenguaje cotidiano ? Sospecho que la mayoría de las personas sin entrenamiento en estadística leerán esa afirmación como “probablemente estaré muerto en ocho meses”; precisamente la conclusión que debe ser evitada porque no es así y porque la actitud importa mucho.

Desde luego yo no estaba regocijándome pero tampoco leí esa afirmación en la forma corriente. Mi entrenamiento técnico conllevaba una perspectiva diferente acerca de “ocho meses de mortalidad (o supervivencia) mediana”. El punto es sutil pero profundo porque entraña el característico modo de pensar en mi propio campo de la biología evolutiva y la historia natural.

Nosotros todavía arrastramos el bagaje de una herencia platónica que busca esencias nítidas y límites definidos. Por eso esperamos encontrar un “comienzo de la vida” o “definición de muerte” exentos de ambigüedades, aunque la naturaleza llega a nosotros a menudo como un continuo irreductible. Esta herencia platónica, con su énfasis en las distinciones claras y las entidades separadas e inmutables, nos conduce a ver incorrectamente a las medidas estadísticas de tendencia central, de hecho en forma opuesta a la interpretación apropiada en nuestro mundo actual de variación, sombras y continuos. En suma, vemos las medias y las medianas como las duras “realidades” y la variación que permite su cálculo como un conjunto de medidas transitorias e imperfectas de esa esencia escondida. Si la mediana es la realidad y la variación en torno a la mediana solamente un recurso para calcularla, el “probablemente estaré muerto en ocho meses” puede pasar como una interpretación razonable.

Pero lo biólogos evolutivos saben que la variación en si misma es la única esencia irreductible de la naturaleza. La variación es la dura realidad y no un conjunto de medidas imperfectas de la tendencia central. Medias y medianas son las abstracciones. Por lo tanto, yo miré las estadísticas sobre mesoteliona en forma completamente diferente y no solamente porque soy un optimista que tiende a ver la rosquilla y no su hueco sino, primariamente, porque yo se que la variación en si misma es la realidad. Yo debía ubicarme a mi mismo en la variación.

Cuando supe de la mediana de ocho meses, mi primera reacción intelectual fue: muy bien, la mitad de las personas vivirá más que eso; ahora ¿ cuáles son mis posibilidades de encontrarme en esa mitad?. Leí furiosa y nerviosamente durante una hora y concluí, con alivio, “rematadamente buenas”. Yo poseía cada una de las características que confieren la probabilidad de una larga vida; era joven; la enfermedad había sido detectada en una etapa relativamente temprana; recibiría el mejor tratamiento médico disponible; tenía el mundo para vivir por él; sabía como leer la información y no desesperarme.

Entonces, otro punto técnico me agregó mayor solaz. Reconocí inmediatamente que la distribución de la variación en torno a la mediana de ocho meses debía estar , casi seguramente sesgada, lo que los estadísticos llaman “inclinada a la derecha”. En una distribución simétrica, el perfil de variación a la izquierda es una imagen a espejo de la variación a la derecha. En distribuciones sesgadas o inclinadas, la variación para un lado de la tendencia central está más estirada, inclinada a la izquierda si se extiende hacia ese lado, inclinada hacia la derecha si lo hace hacia alli. La distribución de la variación debía estar sesgada hacia la derecha, razoné. Después de todo la izquierda de la distribución tiene un límite inferior irrevocable de cero (dado que el mesotelioma solo puede ser identificado al morir o antes). Por lo tanto, no hay mucho espacio para la mitad más baja o izquierda de la distribución: debe estar comprimida entre cero y ocho meses. En cambio, la parte más alta o derecha puede extenderse por años y años aunque finalmente nadie sobrevivirá. La distribución debía estar inclinada hacia la derecha y yo necesitaba saber que tanto se extendía esa cola porque yo ya había concluido que mi perfil favorable me hacía un buen candidato para esa parte de la curva.

La distribución estaba realmente fuertemente inclinada hacia la derecha con una larga cola, aunque pequeña, que se extendía por varios años más allá de la mediana de ocho meses. No vi razón alguna por la cual yo no podría estar en esa pequeña cola o extensión y exhalé un muy prolongado suspiro de alivio. Mi conocimiento técnico me había ayudado. Había leído la gráfica correctamente. Había hecho la pregunta correcta y había encontrado las respuestas. Había obtenido, con toda probabilidad, el más precioso de todos los dones posible dadas las circunstancias: tiempo sustancial. No debía detenerme y seguir, de inmediato, la indicación de Isaías a Ezequiel: ‘pon tu casa en orden porque morirás y no vivirás’. Yo tendría tiempo para pensar, para planear y para luchar.

Un último punto acerca de las distribuciones estadísticas. Se aplican solamente a un conjunto establecido de circunstancias, en este caso a la supervivencia con mesotelioma bajo las formas convencionales de tratamiento. Si las circunstancias cambian la distribución puede alterarse. Fui ubicado en un protocolo de tratamiento experimental y, si la fortuna me acompaña, estaré en la primera cohorte de una nueva distribución con una mediana alta y una extensión a la derecha prolongándose hasta la muerte por causas naturales a una edad avanzada.

Desde mi punto de vista, se ha puesto demasiado de moda el contemplar la aceptación de la muerte como algo equivalente a la dignidad intrínseca. Desde luego qeu yo estoy de acuerdo con el predicador del Eclesiastés en que hay un tiempo para amar y un tiempo para morir y cuando mi ovillo se acabe espero enfrentar el fin tranquilamente y a mi modo. Para la mayoría de las situaciones, sin embargo, prefiero el punto de vista más marcial de que la muerte es el último enemigo y no encuentro nada reprochable en quienes se rebelan poderosamente contra la muerte de la luz.

Las espadas para el combate son numerosas y ninguna más efectiva que el humor. Mi muerte fue anunciada en una reunión de mis colegas en Escocia y casi experimenté el delicioso placer de leer mi obituario escrito por uno de mis mejores amigos (el referido sospechó y comprobó la información; él también es estadístico y no esperaba encontrarme tan hacia afuera en el extremo derecho de la distribución). Aún así, el incidente me proporcionó mi primera buena risotada después del diagnóstico. Piensen nada más, yo casi conseguí repetir el más famoso párrafo de Mark Twain: los reportes acerca de mi muerte son grandemente exagerados.

Por Fernando Britos V.

 

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