La quimera de la vida eterna, la explotación laboral, el drama de un planeta en vías de extinción por la contaminación, la política como negocio sucio, la colonización compulsiva y los sueños de grandeza en un mundo utópico con plena felicidad son los cinco ejes temáticos de “Mickey 17”, la revulsiva comedia dramática de intensa impronta negra del laureado realizador surcoreano Bong Joon-Ho, quien, en 2020, en plena pandemia, rompió una tradición histórica al cosechar, con su formidable filme “Parásitos”, el Oscar a la Mejor Película.
Fue la primera vez que la preciada estatuilla fue otorgada a una película de habla no inglesa, a lo cual se sumaron otros tres galardones, a Mejor Película Extranjera, Mejor Director y Mejor Guión Original, completando cuatro premios en cinco nominaciones. En esta memorable noche hollywoodense, “Parásitos” rompió todos los pronósticos, derrotando a otros tres favoritos de la crítica que pudieron haberse adjudicado el premio mayor con toda justicia: “1917”, el magistral film bélico de San Mendes, “El irlandés”, uno de los mejores films policiales del maestro Martín Scorsese, y “Guasón”, el impactante drama Todd Phillips.
Aunque se hubiera retirado de la dirección, Bong Joon-Ho ingresó ese año en la historia, con una película ambientada en su país, que impacta por su planteo de la lucha de clases, en una sociedad occidentalizada y con veleidades de gran potencia económica pero con groseras asimetrías sociales y miserias subyacentes.
En ese contexto, la película reflexiona sobre varias violencias: la violencia del desprecio por el diferente, la violencia que ejerce la oligarquía burguesa con ínfulas monárquicas sobre sus súbditos pobres, la violencia de la degradación humana y la violencia explícita y sin concesiones, con toques de fino humor negrísimo y no menos sardónico. Pese a su costado intransferiblemente crítico, la película obtuvo un gran éxito de público, pese a que en ella subyacen furibundas críticas no demasiado soterradas a un sistema que mantiene enhiesto un estatus quo económico y social injusto, que divide radicalmente a la sociedad entre privilegiados, postergados y pobres, aunque se trate de una nación desarrollada que creció bajo el paraguas de Estados Unidos luego de la guerra de Corea, que dividió al país entre el sur capitalista y el norte comunista, en un latente estado de tensión permanente que originó una suerte de colonización con ocupación, ya que, hace 70 años, hay bases norteamericanas en el territorio surcoreano. Naturalmente, el relato ironiza esta situación y el temor de los surcoreanos a ser invadidos por sus hermanos del norte.
Luego de ese logro, ya nada fue igual para el galardonado cineasta oriental, que no ha dejado de hacer cine y, en ese contexto, ha demostrado su gran versatilidad explorando variados géneros cinematográficos. Obviamente, después del éxito de “Parásitos” sus nuevas entregas despertaron razonables expectativas, aunque pocos aguardaban que alcanzara la misma cima, tanto en materia de calidad artística como en taquilla.
En ese marco, la irrupción de “Mickey 17” marca el reencuentro con un realizador inteligente, que sigue destacando por su originalidad y por su impronta rupturista, que no soslaya, en modo alguno, la apelación a la fantasía y al absurdo. Este largometraje es un buen ejemplo de esa búsqueda creativa no exenta de experimentación, que apunta de conmover a las audiencias con un productos de intrínseco sesgo iconoclasta pero no menos revulsivo y, naturalmente, reflexivo.
En tal sentido, esta es una película de cienciaficción que abreva de la materia prima de la revolución tecnológica contemporánea, con la inteligencia artificial como herramienta tendiente a la automatización de las tareas complejas que requieren la lógica de la inteligencia humana. Si bien esos dispositivos fueron creados inicialmente para aliviar el esfuerzo de los procesos cognitivos que suelen deparar agotamiento emocional, con el tiempo se han transformado en una potencial fuente de desocupación, en la medida que algunos trabajos otrora desempeñados por ser humanos ahora están a cargo de máquinas.
El resultado de estos avances tecnológicos está haciendo desaparecer millones de fuentes de trabajo a nivel global, con el consecuente aumento de la tasa de desempleo. Obviamente, invertir en inteligencia artificial y en nuevas técnicas que cumplan eficientemente con tareas repetitivas de baja, mediana o gran complejidad es un buen negocio para los empresarios y el gran capital pero una pésima noticia para los trabajadores, que de ser meros engranajes del aparato productivo comprados como mercancía pasan a ser mano de obra ociosa, susceptible de reconversión para reinsertarse en el mercado de empleo.
Aunque este tema no está planteado mediante un acento político en este nuevo film del aclamado realizador coreano, si está subyacente en una historia que, pese a su tono de comedia, promueven varias líneas de reflexión.
No en vano, esta historia de ficción está ambientada en 2045, en un futuro próximo pero no menos incierto, en el cual el planeta Tierra se ha transformada en un lugar virtualmente inhabitable, por la contaminación ambiental y el calentamiento global. No en vano, 2024 fue el año más caluroso desde que existen mediciones y registros, según lo reportó recientemente Servicio de Cambio Climático de Copernicus.
Como es notorio, este fenómeno es provocado por le emisión de gases de efecto invernadero, principalmente por la quema de combustibles fósiles, devenido de las emisiones de los vehículos y de la actividad económica. A esa contaminación aérea se suman, naturalmente, los vertidos industriales en los cursos de agua y la tala y quema de áreas verdes, a los efectos de expandir las actividades agropecuarias con valor de mercado. Pese al compromiso contraído por la comunidad internacional en 1997, en el marco del denominado Protocolo de Kyoto, el nivel de emisiones no ha decrecido lo suficiente para mejorar la situación.
Una de las peores consecuencias del calentamiento global es el derretimiento de hielos en las áreas polares, lo cual, con el tiempo, provocará, el aumento del nivel de los mares y la desaparición de numerosas ciudades bajas.
Aunque esta película no denuncia los estragos provocados por la actividad humana ni enfatiza acerca del uso o mal uso de las nuevas tecnologías, sí propone una trama de cienciaficción en la cual el homo sapiens pretende erigirse en una suerte de dios, con capacidad de hacer resucitar a las personas, mediante un complejo mecanismo de escaneo. Este procedimiento, que consiste en copiar documentos de un soporte impreso a un soporte digital, sería, en este caso, la estrategia de un grupo de científicos para lograr que un ser humano muera y a su vez reviva varias veces. Esta hipótesis, que es naturalmente inverosímil y acientífica, constituye el corazón del argumento de esta película hablada en inglés y con un reparto enteramente internacional, que parece ser más una obra del iconoclasta realizador canadiense David Cronemberg que del propio Bong Joon-Ho.
El protagonista de esta fábula alegórica es Mickey Barnes (Robert Pattinson), un individuo bastante inservible que se cuela casualmente en la escenografía de la historia para escapar del acoso de unos peligrosos usureros, quien es tomado como una suerte de cobayo por un grupo de científicos tan geniales como alienados, que son parte de un proyecto destinado a la creación de una estirpe de personas presuntamente superiores, todos ellas burguesas, que aspiran a radicarse en otro planeta, donde procurarán fundar una colonia de gente feliz.
La idea es emigrar de La Tierra, que cada vez se torna más inhabitable, por la contaminación, el hacinamiento y la violencia. Al frente de este descabellado proyecto está un político fracasado, multimillonario y ultraderechista, encarnado por el talentoso Mark Ruffalo, quien lidera, junto a su no menos inefable esposa, interpretada por Toni Collette, una misión colonizadora, a bordo de una nave de lujo cuyos selectos pasajeros son todos ricos.
El político, que ha fracasado varias veces en su aspiración de transformarse en diputado, es un alienado de rasgos bien populistas, que sin demasiado esfuerzo podría ser comparado con el insano presidente norteamericano Donald Trump, quien antes de ser electo y transformarse nuevamente en inquilino de la Casa Blanca, manifestó su intención de colonizar Groenlandia, Canadá y hasta apropiarse nuevamente del Canal de Panamá, que fue devuelto por Estados Unidos a su verdadero propietario, luego del acuerdo alcanzado, en setiembre de 1977, entre el presidente norteamericano James Carter y su homólogo panameño Omar Torrijos.
El plan de colonización incluye una incursión previa en el planeta a conquistar, a cargo de recursos humanos desechables, como Mickey Barnes, que está en su versión número 17, luego de haber sido escaneado (resucitado) en 16 oportunidades. Insólitamente, para este redivivo Mickey 17 la muerte es una experiencia cotidiana. No se trata de una experiencia de reencarnación como la que conciben las religiones orientales, sino de una suerte de resurrección en el mismo cuerpo, con la misma psiquis y con la memoria de las vidas pasadas. Empero, el proyecto sufre un inesperado contratiempo cuando el individuo es clonado sin que haya muerto su versión anterior. El resultado, obviamente, es la convivencia simultánea de Mickey 17 con su gemelo Mickey 18. Si bien ambos por supuesto son iguales, uno de ellos es más bien tímido y apocado, pese a lo cual es seducido por una audaz mujer negra, y el otro, que tiene la libido al tope, es pasional.
En ese contexto, se generan algunas instancias hilarantes típicas de la mejor tradición de la comedia norteamericana, mientras el líder de la expedición sigue experimentando con el clon 17, a quien explota como si se tratara como una suerte de esclavo, instigado por una esposa que parece estar tan demente como él.
El combo se completa con los habitantes del planeta a conquistar, que son inmensos gusanos grises muy pacíficos, que sólo se limitan a emitir sonidos para defenderse aunque no son nada agresivos. En ese marco, la película deviene en una suerte de sátira de “La guerra de los mundos”, la célebre novela del autor inglés H. G. Welles, que tuvo varias adaptaciones al cine, además de otros filmes análogos, como “El día de la independencia” y su secuela. La radical diferencia es que, en este caso, los alienígenas no son los violentos ni los invasores, aunque sí los invadidos y los agredidos por los seres humanos.
En buena medida, la película también alude a la tentación imperialista, recurrente en los Estados Unidos, que, desde su nacimiento, hace 248 años, se cree con derecho a invadir impunemente otros países, a instalar dictaduras títere y a clonar su modelo político y social en territorios de otras naciones. Naturalmente, algunas de estas aventuras militares culminaron con estrepitosos fracasos, como la derrota en la Guerra del Vietnam, de donde los soldados norteamericanos salieron despavoridos luego de padecer cuantiosas pérdidas a manos de los valientes guerrilleros Viet Kong.
La película se mofa ácidamente de la política y de los políticos alienados, rústicos y groseros aunque sean millonarios, parafraseando, sin proponérselo, al libro del periodista, investigador y escritor norteamericano Michael Moore, “Estúpidos hombres blancos”, que es una demoledora crítica a sus compatriotas ultraconservadores, fascistas y machistas, que han votado a especímenes como George Bush y Donald Trump.
Naturalmente, también se toma en solfa a la vocación imperialista de los Estados Unidos, transformando a los alienígenas en víctimas y a los humanos en victimarios. En realidad, tal cual lo expresa el protagonista, en este relato se invierten los roles, porque el alienígena es el homo sapiens.
Incluso, “Mickey 17” también ironiza a los científicos que suelen transformar a las personas en meros cobayos, como otrora lo hacían los nazis con judíos y gitanos en los campos de concentración, donde médicos funcionales al régimen solían practicar esterilizaciones masivas, cirugías innecesarias con propósitos meramente investigativos y disecciones, entre otras tantas abominaciones y deleznable actos criminales.
En este caso, los científicos juegan con la vida y la muerte, cuando escanean o bien clonan a individuos, para que estos cumplan con tareas riesgosas. Por supuesto, estas personas descartables serían, en función de las pautas de la lógica capitalista, mera fuerza de trabajo de bajo costo o gratuita, al servicio del poder económico.
Más allá de los reiterados momentos de humor, siempre negro y por momentos hasta escabroso y repulsivo, esta película jamás se desvía del trasfondo sociopolítico que caracteriza toda la filmografía del aclamado realizador surcoreano.
Aunque “Mickey 17” está a años luz de la estatura creativa de “Parásitos”, es fácil advertir algunas analogías entre ambos filmes. En efecto, en los dos hay burguesas idiotas que viven en una suerte de universo paralelo al de la gente común con delirios de grandeza incluidos y también violencia de trazo sarcástico, aunque, a diferencia del oscarizado film, aquí la violencia no es explícita sino más bien simbólica. En efecto, en este caso la lucha de clases es una pugna atenuada y que carece de la intrínseca sordidez y alienación que caracterizaba a la galardonada película que hizo historia en 2020.
Aunque parezca un caprichoso juego de palabras y sin que esta reflexión sea tomada como una paráfrasis de “Parásitos”, este largometraje corrobora que los burgueses siguen siendo los verdaderos parásitos de la sociedad contemporánea y tal vez los sean de la sociedad de 2045 si no es que antes el planeta Tierra no fenece por efectos de la contaminación y la violencia, porque el sistema les ha asignado el rol de explotadores de la fuerza de trabajo, en la medida que detentan la propiedad privada de los medios de producción.
En definitiva, aunque este largometraje no es un alegato político de formato panfletario ni nada que se le parezca pero sí es un ejercicio de sarcasmo antisistémico, habilita varios ángulos para la reflexión, en torno al poder del dinero, los delirios de grandeza, el imperialismo, la explotación laboral, la inteligencia artificial y los científicos que se creen más sabios e inteligentes que sus semejantes.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
FICHA TÉCNICA
Mickey 17 (Estados Unidos-Corea del Sur 2025). Dirección y guión: Bong Joon-Ho. Fotografía: Darius Khondji. Música: Jung Jae-Il. Edición: Jinmo Yang. Reparto: Robert Pattinson, Naomi Ackie, Steven Yeun, Mark Ruffalo, Toni Collette y Chelsea Li.
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