El miedo, el aislamiento, la enfermedad y la incertidumbre son los cuatro ejes temáticos que sostienen “Ni siquiera las flores”, el documental testimonial de la realizadora uruguaya Mariana Viñoles, quien recrea el cuadro de convivencia durante la emergencia sanitaria declarada por el gobierno derechista de Luis Lacalle Pou, en el contexto de la pandemia de coronavirus que azotó al país entre 2020 y 2021.
Este es el primer exponente cinematográfico de producción nacional que alude a esa situación extrema, que causó verdaderos estragos en nuestro país, no sólo en materia sanitaria sino también económica y social, por la paralización de buena parte de la actividad económica y la escasa respuesta de la administración coalicionista para afrontar una contingencia tan adversa a la altura de las circunstancias.
En efecto, sólo en 2020 la pobreza trepó exponencialmente hasta afectar a más de 100.000 personas y otras 100.000 fueron amparadas por el seguro de desempleo, por la afectación de sus fuentes laborales. En tanto, más de 400.000 uruguayos quedaron casi sin ninguna ayuda estatal, por su condición de trabajadores informales que no fueron identificados a tiempo por el Estado.
En ese contexto, es pertinente recordar que Uruguay fue el país que menos invirtió en la región en la atención de la emergencia social, según lo reportado por la propia Comisión Económica para América latina (CEPAL), lo cual devino en un exponencial aumento de la pobreza, particularmente la infantil y la adolescente, y, naturalmente, las personas en situación de calle, que crecieron más de un 50% durante los últimos cinco años.
A consecuencia de ello, proliferaron las ollas populares y se abrieron numerosos comedores estatales para alimentar a miles de uruguayos hambrientos, situación que se mantiene virtualmente hasta el presente, cinco años después del comienzo de emergencia sanitaria, pese a que el gobierno saliente afirma el 1º de marzo entregó el país en mejores condiciones que en 2019, lo cual obviamente es falso.
Por su parte, en materia sanitaria, si bien la campaña de vacunación aunque algo tardía puede considerarse exitosa, fallecieron más de 7.000 compatriotas. Muchas de esas muertes pudieron haberse evitado si el gobierno de la época no se hubiera aferrado como una suerte de dogma a su tesis de “libertad responsable”, que tuvo poco de libertad y nada de responsable, ya que el gobierno limitó la libertad ambulatoria y de reunión, desplegando un amplio aparato de represión y criminalizando las reuniones.
Por supuesto, la administración encabezada por Luis Lacalle Pou gestionó la crisis en forma razonablemente prolija, en muchos casos gracias a las fortalezas heredadas de quince años consecutivos de gobiernos progresistas.
En efecto, esos tres lustros permitieron construir un Estado activo y con capacidad de respuesta, como ser un sistema sanitario sólido y ordenado, un sistema de seguridad social con razonable capacidad de amparo y la universalización de la conectividad digital, que permitió, por ejemplo, la prosecución de las clases a distancia en Educación Inicial y Primaria, Educación Secundaria, Educación Técnica y en el nivel terciario. De no haber sido por el salto cualitativo que experimentó el país en materia de expansión de la fibra óptica esa circunstancia jamás hubiera sido posible.
Este es el contexto en el cual se inscribe este contundente documental de Mariana Viñoles, que tiene el intrínseco valor de describir lo que sucedió durante los años 2020 y 2021, a través de la experiencia personal de la propia cineasta.
Criada en el interior de Uruguay, Mariana Viñoles se graduó como Directora de Fotografía con honores en el IAD (Institut des Arts de Diffusion) de Louvain- la-Neuve, Bélgica. Cofundó Cronopio film en Ginebra en 2005 y se dedica a la realización de documentales de creación. Asimismo, en 2016 fundó en Montevideo La Piscina Film y continúa desarrollando una filmografía constante y diversa, que oscila entre lo público y lo privado.
Entre 2017 y 2023, fue docente de realización en la Facultad de Artes de la Universidad de la República. También es consultora de proyectos y películas en producción, así como evaluadora de fondos dentro y fuera de Uruguay.
Su extensa filmografía incluye títulos como “Crónica de un sueño” (2004, codirigida con Sefano Tononi), “Los uruguayos” (2005), “La Tabaré, rocanrol y después” (2008, también con Tononi), “Exiliados” (2011), “El mundo de Carolina” (2015) y “El gran viaje al país pequeño” (2019). Actualmente se encuentra trabajando en su próxima película “Las demoliciones”.
Aunque su peripecia personal de convivencia en un contexto de pandemia no difirió de la de miles de uruguayos, la virtud de la autora fue aprovechar esa suerte de tiempo muerto para trabajar en un nuevo proyecto artístico, que nos vincula con la realidad de esos tiempos tan aciagos como dramáticos.
Obviamente, el título de la película conecta a la audiencia con un tema referente del desaparecido cantautor uruguayo Eduardo Darnauchans, aunque en este caso las flores puedan referir a un acontecimiento luctuoso, como la muerte de personas, víctimas del letal virus que nos martirizó durante dos años.
Este es un documental autorreferencial, en la medida que la protagonista es la propia creadora y narradora, aunque sólo se escuche su voz y la de los integrantes de su familia pero no podamos verla en ningún momento. En ese contexto, Viñoles filmó, desde la ventana de su vivienda, durante 173 días de autoconfinamiento, a diversas horas del día y en todas las estaciones del año, con sol, lluvia, con cielo cubierto o despejado.
Esa continuidad le permitió captar todo lo que sucedía en esa esquina del barrio La Comercial, que casi siempre luce desolada y con escaso movimiento, acorde con las precauciones que adoptaron la mayoría de los habitantes de Montevideo, pese a tener que cumplir con sus rutinas cotidianas.
En ese contexto, tal vez llame la atención que la mayoría de las personas que transitan por el lugar no están provistas de tapabocas, pese a que el virus se transmitía por vía aérea, aunque, por supuesto, a corta distancia.
En ese contexto, el film no tiene actores, ya que los protagonistas son la autora, los miembros de su familia y los seres humanos que transitan por la calle, casi sin detenerse, salvo excepciones.
En efecto, estos montevideanos son intérpretes involuntarios de una trama que no posee casi guión, porque el guión lo construyen quienes interactúan cotidianamente en esa esquina desolada y únicamente ocupada por un contenedor de basura, que parece ser el objetivo focal de la filmación.
Salvo dos niños que conversan sentados en el cordón de la acera y algún marginal que hurga en el contenedor en busca restos de alimentos o de algo que le resulta de utilidad, la mayoría de las figuras humanas no se detienen y ni siquiera se miran, porque todos están sumidos en el abismo de sus reflexiones, en un contento vivencial de alta complejidad.
Así es de contundente y desencantado el panorama, que trasunta, más por la ausencia que por la presencia, la gravedad del momento que vivieron los montevideanos, enfrentados a la incertidumbre pero también al miedo de enfermarse y de perecer.
No en vano, una de las imágenes que más se reitera en esta película son los cortejos fúnebres transitando por la calzada, seguramente de fallecidos a causa de la letal enfermedad.
Obviamente, en este caso tampoco se trata de ficción, porque en este relato documental nada es ficción. Todo es realidad. Todo sucedió, durante casi dos años de espanto que afrontamos los uruguayos, con valentía, coraje y responsabilidad. Incluso, aquellos que en todo su derecho no se vacunaron, ejerciendo su libertad individual.
Empero, aunque esta no es precisamente una película política, la política irrumpe, cuando se escuchan la voz del hoy ex presidente Luis Lacalle Pou ponderando las medidas del gobierno y esbozando su ciertamente muy discutible tesis de libertad responsable, aunque el aparato del Estado ejerció un férreo control de la población, que, cuando fue menester, no soslayo la represión, disolviendo con violencia algunas concentraciones humanas e incluso irrumpiendo en cumpleaños y reuniones familiares donde se registraba una numeroso concurrencia.
No menos descabellada es un mensajes radial o televisivo que llega desde el interior de la casa de la realzadora, en el cual la hoy ex ministra de Economía y Finanzas, Azucena Arbeleche elogia la presuntamente exitosa marcha de la economía, en el mismo momento que el país se estaba derrumbando y la pobreza y la indigencia se dispararon dramáticamente.
Desde ese punto de vista, la película asume un perfil crítico con el gobierno de la época, que, en lo que respecta a la atención a la emergencia social no estuvo a la altura de las circunstancias.
Todo el relato es una suerte de contrapunto entre el afuera y el adentro y de la dicotomía entre la “libertad responsable” que pregona el gobierno y el confinamiento, entre el miedo y la esperanza.
En un momento, surge un planteo algo extraña desde dentro de la casa de la protagonista y directora: “¿A dónde vamos?”, le pregunta uno de sus hijos. “A ninguna parte, a levantarnos para estar vestidos”, responde la madre. “¿Y por qué seguís filmando?”, inquiere el niño, atento a la cámara encendida. “Estoy investigando algo, me interesa todo el movimiento que hay alrededor del contenedor”, explica la realizadora.
Ese “a ninguna parte” marca el drama de los protagonistas, quienes tienen muy claro que casi todo está cerrado en Montevideo y que incluso salir a la calle comporta un riesgo para su salud. En realidad, tienen temor, aunque no lo trasuntan y ese “levantarnos para estar vestidos” es una suerte de rebelión contra los límites a su libertad que imponen tanto la enfermedad como las restricciones del gobierno, que fueron reales y no meramente teóricas.
El film se desarrolla en dos planos simultáneos: uno visual, que registra lo que sucede en la calle, y uno sonoro, que corresponde a las voces de la realizadora y de los miembros de su familia.
Para otorgarle mayor autenticidad a este documento fílmico, la cineasta no oculta los conflictos que se desarrollan en el ámbito familiar, originados, obviamente, en la claustrofobia del encierro y, por supuesto, en la incertidumbre que quienes no saben a ciencia cierta cuándo ni cómo terminará esta pesadilla.
Empero, esta narración que no narra pero si muestra y que en muchos casos expresa sin palabras a través de la imagen, no se detiene en el mero examen de las vicisitudes de una familia enfrentada a una contingencia extrema.
Por el contario, mediante un lenguaje directo y de superlativa frontalidad, denuncia, sin discursos ni eventuales tentaciones panfletarias, las groseras desigualdades sociales que desnudó la pandemia, con personas en situación de calle en contextos de orfandad y sin protección del Estado.
Si no fuera por la breve irrupción de palabras verbalizadas por el hoy ex presidente de la República Luis Lacalle Pou y por la ex Ministra de Economía y Finanzas Azucena Arbeleche, nadie podría no siquiera intuir qué está realmente sucediendo.
En efecto, todo es subliminal en este trabajo audiovisual de elocuente potencia testimonial y de bajísimo presupuesto, concebido únicamente con las herramientas de la sabiduría de la cineasta y, naturalmente, de sus propios aprendizajes.
“Ni siquiera las flores” es el contundente retrato de una sociedad que se desmorona, inmersa en el miedo, la incertidumbre, la ansiedad, la pobreza, la miseria y, por supuesto, la muerte.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
FICHA TÉCNICA
Ni siquiera las flores. Uruguay 2024. Dirección: Mariana Viñoles. Fotografía: Mariana Viñoles. Diseño de sonido: Daniel Yafalián. Montaje: Guillermo Madeiro. Duración: 54 minutos.
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