CONSIGNAS
“El campo alimenta al país”
¿De que otro lugar que su propia tierra puede alimentarse un País? Salvo que la tierra no sea del mismo. En esa premisa está basada la afirmación y su demagogia: la tierra no es de todos y mucha siquiera de los uruguayos.
“El país vive del campo”
El argumento es que las mayores cifras de exportaciones siguen siendo las de productos derivados de la tierra. Pero no son los únicos bienes producidos ni los mayor valor agregado. Tampoco las que producen más derrame en la sociedad.
“La ciudad no quiere al campo”
Entonces con quien se llenan los eventos tales como festivales folclóricos, domas, carreras de caballos y raid hípicos. Como es que todos los años miles de ciudadanos capitalinos, además de los paisanos venidos del resto del país, acuden al predio del Prado pagando a la Asociación Rural para poder ver actividades camperas y los magníficos (y valiosos) animales.
“El gobierno es contrincante del campo”
En una historia lejana se enfrentaron blancos desde el campo y colorados desde la ciudad. De la reconciliación de esas cruentas luchas nació el Uruguay moderno. Remitirse a la misma no solo es actualmente falso. Es renegar de nuestra convivencia respetuosa y pacífica.
“El campo somos todos”
El campo a escala del sustento familiar con trabajo humano, nada tiene que ver con las grandes extensiones de cría y engorde con pasturas naturales, ni las de siembra tercerizada de soja o forestación, y mucho menos, las arrendadas para pastoreo.
¿Es involuntario o intencional usar estos mitos y definiciones ya perimidas? En el afán de juntar se suman novillos con lechugas, ovejas con zanahorias. Como si mil hectáreas fueran igual a diez. En el afán de llevar agua para el molino ideológico se suman arrendatarios con arrendadores, empresarios con dependientes, intermediarios con camioneros y hasta patrones con peones. No son lo mismo.
Por Luis Fabre
Aquí puede leer «El campo que conocí, desde la ciudad, 1ª Parte»
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