La tormentosa historia de un amor prohibido que genera reacciones de cruda intolerancia en una sociedad pacata, conservadora e intransigente es el tema vertebral de “Carol”, el laureado film del realizador Todd Haynes.
Inspirado en la novela “The Price of Salt”, de Patricia Highsmith, este drama romántico ambientado en nueva York en 1952 pone en cuestión la mentalidad de una época particularmente intransigente en la cual la mujer ocupaba un lugar meramente marginal.
Contrariamente a lo que sucede en el presente, el género femenino estaba radicalmente acotado en sus derechos civiles y sojuzgado por un modelo patriarcal de impronta machista.
Es precisamente en ese contexto que se desarrolla esta historia, que ha obtenido numerosos premios en prestigiosos festivales internacionales, merced a la exquisita calidad artística de su propuesta.
El disparador de la anécdota es el encuentro entre dos mujeres en una tienda, en vísperas de la navidad. Allí concurre Carol Aird (Cate Blanchett), con el propósito de comprar un tren de juguete para su hija, quien es atendida por la joven empleada Therese Belivet (Rooney Mara).
Mientras el personaje encarnado por Blanchet es una mujer casada y desencantada perteneciente a la alta sociedad neoyorquina, Belivet interpreta a una trabajadora dependiente de un comercio que aspira a transformarse en fotógrafa.
No obstante, el vínculo entre ambas es provocado, en la medida Carol le proporciona a la joven su dirección para que le sea entregado lo comprado en su propia casa.
Ante esta actitud, la empleada le envía una postal de navidad, lo cual genera un posterior encuentro en condiciones bastante más propicias.
Por más que pertenezcan a mundos radicalmente diferentes, el destino las une como una suerte de determinismo que soslaya obstáculos y eventuales condicionantes.
Aunque a priori todo las separa, ese fortuito contacto -que tiene más de causal que de casual- derivará con el tiempo en una relación que desafiará todos los cánones de convivencia de la época.
Se trata de dos mujeres infelices y con profundos vacíos existenciales, que se desafían a sí mismas con una actitud rupturista que les aparejará traumáticas consecuencias.
Esta es la historia de un romance lésbico apasionado, pero reprimido por un statu quo social realmente intransigente que se alimenta de principios morales inconmovibles.
En ese marco, la inicial fascinación muta inexorablemente en afecto y ulteriormente en amor, que trasciende a las limitaciones y las cortapisas de un tiempo histórico que no admite conductas desviadas de lo que marca la moral hegemónica.
El contexto histórico -que es realmente agobiante- opera en cierto sentido como una suerte de acicate para estas mujeres, cuya única aspiración es ser felices, aunque para ello deban enfrentar una suerte de conspiración social y familiar.
Incluso, para Carol –quien padece un matrimonio muy mal avenido que realmente la hastía- el riesgo de su actitud claramente iconoclasta es perder a su propia hija.
Tal posibilidad, no exenta de cobertura legal, constituye una flagrante violación de los derechos humanos ante la cual la comunidad de referencia permanece indiferente.
La película plantea un crucial dilema moral, en la medida que denuncia una situación de hostigamiento realmente aberrante, que impacta y degrada a las damnificadas.
Partiendo de la tesis que en pleno tercer milenio existen aun unos setenta países en el mundo donde la homosexualidad es ilegal, Todd Haynes aborda el controvertido tema con la adecuada ponderación.
Incluso, resuelve una secuencia de erotismo con singular sutileza, corroborando su reconocida sensibilidad para articular la emoción con la imagen.
Otra virtud de esta película colmada de lirismo es el rodaje en super 16 mm, que confiere al relato un realismo y una estética propia de las producciones de la década del cincuenta, que contempla una cuidada reconstrucción de época.
Esta es una historia de más silencios que palabras, en la cual el lenguaje gestual trasunta los sentimientos que circulan internamente, porque casi nunca pueden ser explicitados.
En tal sentido, las miradas entre las mujeres tienen mucho de complicidad, en el marco de una escenografía signada por el conflicto y la más salvaje de las intolerancias.
Un capítulo aparte merecen las actuaciones de la inmensa Cate Blanchett y de la sugestiva Rooney Mara, quienes protagonizan un auténtico contrapunto histriónico.
“Carol” es un film de una superlativa calidad artística, que denuncia las crudas disfuncionalidades de una sociedad enferma de intransigencia, hipocresía y represión.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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