A veces nos hacemos trampas al solitario. Afirmamos que lo permanente es el cambio. Reafirmamos que lo incierto del futuro político es por la ausencia de nuevos paradigmas o porque éstos están en gestación. Sin embargo, los que somos de izquierda muchas veces quedamos atrapados por la fatalidad de los ciclos. Describimos las tendencias generales desde las ondas que determinan triunfos electorales de derecha a izquierda o viceversa.
Por estos días parece ser que esto último es lo que sucede en nuestro continente. Los embates de la derecha con éxitos electorales. El marco del enlentecimiento o estancamiento económico y los escándalos sobre corrupción parecen decir dos más dos…..fin del ciclo progresista en América. ¿Es cierto? ¿Hasta dónde? ¿Dónde queda entonces el espacio para la incertidumbre? ¿Lo permanente del cambio es unidireccional?
Las experiencias de los años setenta fueron intensas. Las guerrillas foquistas, los conflictos armados, los procesos de unidad política de las izquierdas en frentes políticos que abrían la polémica sobre “el acercarse o tomar el poder” por vías electorales. En aquellos días nacía nuestro Frente Amplio, ganaba las elecciones la Unidad Popular de Allende. No fueron precisamente esas experiencias químicamente puras ni fatales en sus recorridos. Unas más que otras pautaron los sucesos posteriores. La ferocidad del fascismo en el continente puso a prueba el valor de las ideas, las construcciones históricas y el valor democrático como gran bandera de nuestros pueblos.
Basta recorrer las cifras de la barbarie represiva y las cifras de la transferencia de la riqueza para encontrar correspondencias entre quienes promovieron aquellos sucesos. Sin embargo la izquierda latinoamericana mantuvo viva la llama libertaria y las generaciones que vieron el resurgir democrático recibieron de aquella izquierda ideologizada y combativa la bandera de la lucha contra el terror y las dictaduras como un camino posible.
También recibieron nuestros prejuicios, nuestras batallas ideológicas no zanjadas, nuestras decepciones por el socialismo ideal que no fue. Muchas veces todo eso tapó lo que si pasó, lo que si sucedió.
Países de América que llegaron a contar con más golpes militares que años de vida independiente como Bolivia, han tenido construcciones democráticas muy sólidas. Argentina viene transitando por su recorrido más extenso de vida institucional sin golpes de Estado. El propio Chile, donde fue derrocado violentamente un gobierno electo de izquierda ya soportó una breve restauración de la derecha liberal y los amplios procesos de unidad volvieron a cerrarle el paso a la derecha. Como paralelismo indispensable estos procesos estuvieron emparentados con índices de inclusión no vistos en América. Esa costumbre sistemática de empobrecimiento y desplazamiento de grandes sectores a manos de pocos se vio modificado claramente.
¿Frente a qué estado de cosas estamos? Creo que las lecciones de la historia y de los sucesos recientes no nos dan solo retrocesos y fatalidades.
La sociedad argentina no se deja embretar por las noticias sobre corrupción gubernamental. Las 5 grandes centrales de trabajadores, como nunca se encuentran en las calles precipitando la defensa colectiva de sus intereses.
Casi imposible imaginarnos ese escenario en la política argentina. El pueblo brasilero vive lo que habilita el presidencialismo de ese país. El derecho vigente habilita a que una presidenta electa por decenas de millones de votos meses después pueda ser removida por un cuerpo legislativo. Los brasileños tendrán mucho para hacer por la defensa de su vida ciudadana y democrática. El PT, tendrá que interrogarse sobre sus maneras de gobernar, sus políticas de alianzas, pero los millones de brasileños que vieron el fruto de las políticas sociales están en las calles defendiendo sus conquistas.
La historia la hacen los pueblos, las subjetividades, aquellas que se imponen unas sobre otras son las que las mayorías aceptan. ¿Hasta donde va a avanzar la restauración de la derecha?
De algo podemos estar seguros, no ofrecen recetas nuevas, piensan en los mismos sectores de siempre para pagar los reajustes, siguen siendo privatizadores, achicadores del Estado ahora con el envase desideologizado de la eficiencia y la anticorrupción.
Si confiamos en que hemos defendido, alcanzado y construido democracia y que ella ha sido buena para nuestros pueblos, debemos confiar en la sabiduría popular. La gente no va contra sus intereses durante mucho tiempo. Pueden ser engañados o adormecidos por campañas publicitarias o mensajes dominantes durante un tiempo, pero a la hora de saber lo que le conviene o no…..Cada quien de acuerdo al lugar que ocupa en la sociedad hará la síntesis.
Finalmente y también como parte de los conflictos de este tiempo, los espacios conquistados deben ser defendidos por la sociedad y no por delegación. Quienes son electos deben ser controlados y éstos aceptar el control ciudadano. La participación de la gente en los procesos de cambios es la única garantía de continuidad. La corrupción se desarrolla en las sombras y ésta es desvastadora sobre todo para la democracia. En nuestro país tenemos mucho capital colectivo que defender. Empresas Públicas, Enseñanza Gratuita, Atención Médica, Cobertura Previsional, tenemos la estructura de un Estado presente y solidario. Con todo esto aún las relaciones económicas y de producción dieron a los privados niveles enormes de ganancias privadas.
¿En manos de quien va a estar el capital de toda la sociedad? ¿Será sano que quienes solo conocen el sistema desde una mirada empresaria lo gobiernen?
El Frente Amplio fue la herramienta más importante conocida por la sociedad uruguaya para defender la democracia primero y para devolver índices generales de mejora a todos los sectores más humildes. No alcanza, aún la pobreza afecta a miles. El manto de protección del Estado no cubre a todos en sus necesidades básicas.
También disputamos sobre los valores con que construiremos la sociedad por venir, sobre la derrota del socialismo se ha construido una caricatura de las miradas colectivas, casi como fuera de uso, el nosotros se concibe como una vieja ortodoxia conservadora de izquierda. El consumo, los bienes de usufructo que se multiplican, nos dan siempre un nuevo horizonte de algo a obtener, dándole al yo, al individuo, jerarquía privilegiada que corre por la felicidad. Casi como si lo que está en disputa sea solo una lucha gramatical también dirimimos este tiempo entre le yo y el nosotros.
Por Walter Martinez
Columnista uruguayo
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