El robo con trasfondo político ambientado en un país gravemente horadado por la crisis económica y la corrupción, es el disparador temático de “100 años de perdón”, la coproducción hispano-argentina del realizador español Daniel Calparsoro.
El propio título del film, que reproduce un conocido refrán popular, opera como una suerte de justificación del delito, cuando la víctima del ilícito es también un ladrón.
El “quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón” es realmente la clave de este thriller ambientado en la ciudad de Valencia, donde una mañana lluviosa una banda de asaltantes profesionales disfrazados y armados hasta los dientes se propone atracar un importante banco céntrico.
Antes de la irrupción de este auténtico comando en el edificio del centro financiero, la crisis económica se percibe en el aire en coloquios varios que denuncian la inminencia de despidos.
¿Puede razonablemente un empleado que se quedará sin trabajo serle fiel a su empleador hasta las últimas consecuencias?, es el interrogante que planea como una suerte de incógnita.
El vínculo de confianza mutua se rompe abruptamente cuando una de las partes anuncia el final de una relación laboral y el damnificado se siente liberado de la obligación de guardar secretos profesionales.
Esta suerte de introducción opera como soporte dramático para esta historia, que de mera intriga policial deviene durante su desarrollo en una película con connotaciones políticas.
Empero, casi todo el relato se desarrolla dentro de las cuatro paredes del inmenso banco, donde la banda toma por rehenes a varios clientes con el propósito de garantizar el éxito de la operación.
En este recinto, que dadas las circunstancias deviene claustrofóbico, la actividad se orienta en dos sentidos: el sistemático vaciamiento de las cajas de seguridad individuales que albergan dinero y otros objetos de valor, y la apertura de una ruta de escape a través de un túnel que comunica con una estación de metro abandonada.
El grupo es liderado por dos hombres recios pero antagónicos: El Uruguayo (Rodrigo de la Serna) y El Gallego (Luis Tosar), quienes mantienen una áspera relación que amenaza con malograr los planes. Mientras el primero es un asaltante sagaz, inteligente y bastante paranoico, el segundo es más rústico pero no menos violento.
En tanto, los rehenes, algunos de los cuales con clientes y otros empleados de la entidad bancaria, parecen aceptar sumisamente su suerte, a excepción de la directora de la sucursal, quien está dispuesta a negociar un valioso secreto con los atracadores con tal de obtener algún rédito.
Mientras la intensa tormenta amenaza con entorpecer la fuga de la banda por la inundación del túnel de escape y la tensión sigue en aumento por el cerco montado por policías de elite en torno al local asaltado, los conflictos se multiplican.
Ahora, la aparición de un comprometedor documento en una de las cajas de seguridad que estaría en poder de los atracadores, puede detonar un escándalo de corrupción política de reales proporciones.
Daniel Calparsoro confiere un radical giro al relato, cuando lo que parecía un mero robo a un banco de transforma en una suerte de asunto de Estado, que amerita permanentes consultas entre autoridades policiales y de gobierno.
Tanto dentro como fuera del banco, en Valencia o el Madrid según la circunstancia, todos juegan sus cartas sin advertir que cualquier paso en falso puede configurar un escenario de tragedia.
Están en juego nada menos que las vidas de los rehenes, aunque algunos personajes con poder estén bastante más preocupados por que no salgan a luz algunas verdades.
Como si se tratara de una caudalosa e incontenible cascada, los acontecimientos se van precipitando incesantemente, entre conflictos que enfrentan a los propios asaltantes y fricciones entre jerarcas y políticos.
Por supuesto, no falta dos o tres secuencias de acción muy bien resueltas y con el suspenso y el vértigo requeridos, acorde a las demandas del género policial.
“100 años de perdón” es una potente intriga narrada con superlativa prolijidad y esmero, que conjuga el thriller con el drama y hasta con el alegato de naturaleza política, que denuncia la corrupción de un sistema horadado por la inmoralidad, la crisis, la desconfianza, la sospecha y la desesperanza. En ese contexto, los ladrones no serían meros delincuentes sino una suerte de redentores.
La buena actuación de un elenco binacional realmente muy competente se suma a excelencias varias en materia de montaje, fotográfica, música y sonido, todo lo cual configura una propuesta cinematográfica realmente muy atendible.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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