La muerte como castigo y como escarmiento por la trasgresión de las normas legales es la materia temática que aborda “Fusilados y verdugos”, la investigación del joven periodista y escritor Sebastián Panzl, publicada por el Grupo Editorial Planeta.
El libro aborda la historia de la pena de muerte en nuestro país, desde los tiempos de la colonia –antes de la fundación misma del Estado independiente- hasta su definitiva abolición en 1907, durante la presidencia del colorado Claudio Williman.
La obra, que es la materialización de una pesquisa y un proceso de elaboración de largo aliento, indaga en los casos más impactantes de condenados a muerte.
En ese contexto, este trabajo da cuenta de una de las peores aberraciones de las que se tenga memoria documentada, que oponía al Uruguay “bárbaro” al del “disciplinamiento”, según la particular visión atesorada por el docente e historiador José Pedro Barrán, en su emblemática obra “Historia de la sensibilidad en el Uruguay”.
Por supuesto, estos dos conceptos se contraponen radicalmente, en tanto definiciones de naturaleza filosófica y hasta alegórica que recuperan algunas de las costumbres más indignas e indignantes de nuestro pasado más tumultuoso.
En efecto, la pena capital –que es el sustento temático de este libro- era ciertamente un resabio de la época colonial, cuando prevalecía la cultura de la violencia en el ejercicio del poder.
Por supuesto, era aplicada a civiles y militares, presos políticos o delincuentes comunes, con un rigor que estaba absolutamente exento de eventual piedad. Muchas de las víctimas de estas prácticas degradantes eran esclavos.
Aunque ya la propia constitución de 1930 establecía la prerrogativa del indulto presidencial destinado a conmutar las penas, por lo general se seguía adelante con el proceso destinado a “ajusticiar” a los condenados.
El autor recrea varios episodios que evocan la aplicación de la pena capital, abundando en minuciosos detalles acerca de los casos policiales y judiciales y su trágico desenlace. Apelando a documentos y diarios de la época, el joven investigador se adentra en la trama de esos casos, lo cual le permite recrear la sensibilidad o falta de sensibilidad de la época ante estos auténticos actos de barbarie.
No en vano inicialmente las ejecuciones se realizaban en público, con un punto de referencia en la Plaza Constitución, donde, en 1764, el gobernador español de Montevideo Agustín de la Rosa dispuso la instalación de una horca al aire libre. Obviamente, los propios métodos para cumplir la sentencia dan cuenta de la idiosincrasia de la época, ya que los condenados, además de ser ahorcados, eran también descuartizados.
Estos espectáculos dantescos eran habitualmente presenciados por cientos y en algunos casos miles de personas, a quienes las autoridades convocaban.
Estas irracionales “puestas en escena” operaban como escarmiento público, con el propósito de disuadir a los delincuentes y de administrar el miedo en la sociedad de la época.
El autor marca la evolución de la pena capital de la horca a los fusilamientos, que también devinieron en historias no menos escabrosas, ya que –no bien se consumaba el asesinato- algunos testigos presenciales solían mojar sus pañuelos en la sangre de los inculpados.
Por supuesto, este documentado libro no soslaya el cambio que supuso que los fusilamientos se concretaran en las propias cárceles, lo cual despojó de parte de su morbo a una de las costumbres más abominables de otrora.
La obra incluye, además de la mera reseña de las ejecuciones, el debate generado entre abolicionistas y no abolicionistas, que fue uno de los más fermentales y acalorados de un tiempo sin dudas de grandes mutaciones políticas, sociales y culturales.
Dos de los más notorios partidarios de la eliminación de la pena capital fueron el religioso y naturalista Dámaso Antonio Larrañaga y el pintor, abogado, político y escritor Pedro Figari.
Esas y otras voces –que fueron sin dudas pioneras- se alzaron con energía reclamando que el Estado abandonara una de las prácticas más despiadadas de castigo, acorde con un cambio de sensibilidad indispensable para la inauguración del Uruguay de la modernidad.
“Fusilados y verdugos” es un libro sin dudas testimonial, en tanto recrea el tránsito de una sociedad fuertemente marcada por la barbarie hacia un país respetuoso por los derechos humanos.
Ser trata de un trabajo tan prolijo como minucioso, que abunda en elocuentes apuntes históricos no exentos de reflexión, acorde con la necesidad de seguir avanzando hacia un modelo de convivencia cada vez más humano y tolerante.
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