La siempre compleja y a menudo inextricable tensión entre la impronta radicalmente racionalista de las ciencias duras y la fe que alimenta la espiritualidad religiosa es la propuesta temática de “El hombre que conocía el infinito”, el film biográfico del realizador Matthew Brown.
La película, que está inspirada en hechos reales y es una adaptación del libro homónimo de Robert Kanigel, recrea la sorprendente vida del brillante matemático autodidacta indio Srinivasa Ramanujan, interpretado a la sazón por Dev Patel, quien conmovió a sus contemporáneos con sus removedores estudios y conclusiones.
En efecto, Ramanujan, quien poseía una mínima educación académica en matemáticas recibida en su India natal, hizo contribuciones extraordinarias al análisis matemático, la teoría de los números, las series y las fracciones continuas.
Además, desarrolló inicialmente su propia investigación matemática en forma individual, lo cual fue reconocido en su país de origen antes de trascender fronteras.
Durante su efímera vida -ya que falleció a los 33 años víctima de una tuberculosis, patología que por entonces era incurable- logró compilar casi 3.900 resultados, en su mayoría identidades y ecuaciones.
La película, que está ambientada durante la segunda década del siglo pasado, reconstruye el problemático y a menudo traumático itinerario existencial de este auténtico genio, que desafió las paupérrimas condiciones que le imponían su humilde origen social y la segregación y el desprecio de la comunidad científica anglosajona.
No en vano por entonces su país era una colonia que estaba bajo la égida del imperio británico. En ese contexto, los indios eran considerados ciudadanos de segunda categoría.
Esta historia real reconstruye los diversos contratiempos de una vida cotidiana dura y signada por la pobreza, que forzó al protagonista incluso a vivir en la indigencia en plena calle y separado de su joven esposa Janaki (Devika Bhise) y de su madre.
Incluso, explicita el desprecio y la marginación padecida en su propio país, cuando el joven intenta ingresar como empleado contable en una empresa local y luego demuestra que es un verdadero talento matemático.
Dividiendo el relato en dos partes, que se desarrollan inicialmente en India y ulteriormente en Inglaterra, Matthew Brown condensa la peripecia vital y humana de este auténtico sabio de los números, quien abandona su país para integrarse a la comunidad intelectual de la elitista Universidad de Cambridge, donde es patrocinado por el agnóstico profesor Godfrey H. Hardy (Jeremy Irons) y su colega John Littlewood (Toby Jones).
Empero, la adaptación a ese ámbito colmado de inteligencia pero también de soberbia y vanidad, será, sin dudas, una experiencia singularmente compleja.
Uno de los cotidianos síntomas de esa actitud rigurosamente segregacionista es la absurda prohibición que padece el visitante, quien no puede ni siquiera transitar por el césped del jardín interior del Trinity Collage.
Otro tanto sucede cuando el emigrante indio es radicalmente humillado por un docente dentro del aula con alusiones directas a su etnia y al color oscuro de su piel, luego de demostrar que la clase es demasiado elemental para él.
El realizador sabe integrar la tragedia de la Primera Guerra Mundial al territorio de la institución educativa, aunque se limita a explicitar las secuelas del sangriento conflicto bélico sin incluir escenas de combate.
En ese contexto, la narración se concentra particularmente en el trabajo del protagonista y de su equipo, en cuyo marco resalta particularmente la controversia dialéctica entre el matemático indio y Godfrey H. Hardy.
En efecto, mientras el primero afirma que sus lucubraciones y sus conocimientos innatos están inspirados por sus creencias religiosas, el segundo reivindica su racionalismo y su ateísmo.
De todos modos, ambos luchan hasta las últimas consecuencias por el reconocimiento de la comunidad científica, que se niega a aceptar que un hombre humilde procedente de una colonia del imperio puede sacudir el tradicional dogmatismo de la ciencia matemática, alcanzar nuevos estadios en materia cognitiva y así transformarse en una auténtica eminencia a la altura del mismísimo Isaac Newton.
“El hombre que conocía el infinito” es una biografía de acento testimonial, en tanto reconstruye minuciosamente la peripecia de un inconmensurable talento que desafío los saberes de la ciencia dura de hace casi un siglo, luchando épicamente contra la incomprensión, el desprecio y su propia enfermedad.
Sin ser propiamente una obra maestra ni nada que se le parezca, el equipo de producción imprime un particular cuidado a la reconstrucción de época, incluyendo fotografía, música y vestuario, entre otros rubros formales.
Empero, tal vez la cualidad más trascendente de la película sea su reparto actoral, donde destacan las interpretaciones protagónicas del flemático pero brillante Jeremy Irons y la intensidad dramática de Dev Patel.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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