Los delirios de grandeza, la soberbia de una intelectualidad clasista, la hipocresía, la mediocridad y la obsecuencia son cinco de los múltiples ejes temáticos de reflexión que propone “El ciudadano ilustre”, el gran film argentino de los realizadores Mariano Cohn y Gastón Duprat.
No en vano ambos cineastas son responsables de títulos realmente referentes de la filmografía del vecino país, como “El Artista” (2008), “El Hombre de al Lado” (2009) y “Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo” (2011), entre otros.
Se trata de dos creadores independientes que han sabido cultivar un estilo propio rico en originalidad y apuntes críticos, acorde con la emergencia de remover el statu quo cultural.
En esta oportunidad, la propuesta es una comedia ácida y de humor vitriólico y por momentos hasta irreverente, que retrata en muy buena medida a la idiosincrasia de su país.
En función de nuestros orígenes históricos y afinidades culturales, en muchos casos esta película nos permite también identificarnos a los uruguayos como colectivo.
El protagonista de esta delirante farsa no exenta de dramatismo es Daniel Mantovani (Oscar Martínez), un célebre escritor argentino radicado hace cuatro décadas en Europa, que acaba de cosechar el Premio Nobel de Literatura.
Obviamente, esta contingencia, que es por supuesto ficticia, alude subliminalmente al monumental escritor Jorge Luis Borges, quien murió sin recibir una distinción para la cual acumuló sobrados méritos en el decurso de su esplendorosa carrera. Por supuesto, no haber sido premiado con el preciado galardón fue para él una amarga frustración que lo acompañó hasta el epílogo mismo de su longeva existencia.
Desde el comienzo, el relato insinúa ya su acento trasgresor, cuando el artista pronuncia un discurso de impronta crítica en el cual cuestiona el rol de la cultura y hasta al propio premio, en presencia de la acartonada familia real sueca.
Sus reflexiones sintetizan su radical aversión y deprecio por la monarquía, así como su aburrimiento por tener que soportar los clichés y la parafernalia de la industria editorial.
En efecto, aunque su producción artística es la que le ha permitido solventar une estándar de vida de riqueza, en su fuero íntimo no comulga con las imposturas de ese mundillo elitista.
Pese a esas refractarias actitudes, vive en solitario en una inmensa mansión con todas las comodidades que le permiten su status burgués, como si se tratara de un monarca sin corona.
Paradójicamente, su literatura ha abrevado temáticamente de los personajes de su pueblo natal Salas, una localidad que sobrevive malamente en la periferia de la sociedad y parece congelada en el tiempo, por su intrínseca mediocridad y sus costumbres arraigadamente conservadoras.
En efecto, se trata de una suerte de Macondo a la Argentina, que condensa muchos de los convencionalismos de los pequeños poblados del Río de la Plata, por sus crónicos complejos de inferioridad y su escasa autoestima.
Luego de cuatro décadas, allí regresa el laureado escritor, respondiendo a una invitación de la municipalidad que ha resuelto designarlo como Ciudadano Ilustre.
Su primera experiencia de desexiliado es por cierto decepcionante, ya que el automóvil que lo transporta desde el aeropuerto a su destino es un vehículo de alquiler ilegal. Incluso, carece de neumático auxiliar, lo cual lo expone a indeseables percances.
Corroborando su reconocido talante iconoclasta, Mariano Cohn y Gastón Duprat transforman la visita del novelista en una suerte de delirante odisea, donde abundan la hipocresía y la más rampante de las falsedades.
Por supuesto, esa auténtica corte de alcahuetes encabezados por el inefable intendente jamás leyó ni una página de los libros del homenajeado, por lo cual ignoran que la obra del autor los descalifica y denosta permanentemente.
En esa proverbial “fauna” pueblerina sobresale el matrimonio integrado por su ex novia Irene (Andrea Friggerio) y su mejor amigo del colegio Antonio (Daddy Brieva), quienes tienen una desprejuiciada hija.
En ese contexto, resultan realmente hilarantes las conferencias dictadas por el escritor, el acto protocolar de designación como Ciudadano Ilustre, el descubrimiento de un busto en su homenaje en la plaza pública y un concurso de pintura absolutamente fraudulento, entre otras contingencias.
En todas estas situaciones subyace el radical desprecio del intelectual por sus propios orígenes, en una dicotomía impregnada de profundo surrealismo propio de la mejor tradición del denominado “realismo mágico”.
“Ciudadano Ilustre” es una sátira aguda y desmesurada, que fustiga ácidamente la soberbia del statu quo cultural euro-centrista, la vanidad, el mercantilismo de la industria editorial, la demagogia política, la ignorancia y hasta la violencia cerril.
Sostenida por un libreto de superlativa riqueza, esta película es una suerte de metáfora sobre la semántica dicotomía entre civilización y barbarie a la cual aludía Domingo Faustino Sarmiento, que confronta al intelectualismo de más rancia prosapia con las costumbres y los ritualismos de comunidades humanas radicalmente segregadas.
Las grandes actuaciones protagónicas de Oscar Martínez y de Daddy Brieva transforman a esta historia costumbrista dividida en cinco actos en un demoledor retrato de la condición humana.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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