CINE | “Lady Bird”: Un agudo retrato social

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Los sueños de una adolescencia que a menudo colisionan dramáticamente contra una realidad que tiene poco de gratificante y mucho de decepcionante, es el tema central de “Lady Bird”,  el primer largometraje como directora de la actriz y guionista Greta Gerwig.

 Esta comedia dramática, que es una suerte de autobiografía de la debutante cineasta y resalta por su sensibilidad y honda emotividad, es un auténtico retrato de la baja clase media estadounidense.

Ambientada en los suburbios de Sacramento, California, esta es la historia de Christine McPherson (Saoirse Ronan), una joven de apenas diecisiete años de edad que aspira a construirse un destino venturoso y radicalmente diferente a su presente.

En ese contexto, esta díscola adolescente, que asiste a un colegio secundario religioso, planea desarrollar sus estudios terciarios en una universidad de la Costa Este, concretamente de Nueva York.

Sin embargo, su humilde condición social se transforma en un verdadero obstáculo para la consecución de ese proyecto, que  ciertamente tiene mucho de utópico.

Para mejorar su autoestima y consolidar una personalidad que le permita trascender, la protagonista se bautiza a sí misma como Lady Bird, que vendría a ser una suerte de doble personalidad.

Obviamente, como la traducción al castellano de bird es pájaro, evidentemente ese apelativo puede ser simbólicamente asociado con un ave que desea migrar lejos de su espacio de radicación.

El relato, que narra obviamente peripecias propias de una adolescencia problemática, indaga en la conflictiva relación entre Christine y su madre Marion McPherson (Laurie Metcalf), con quien colisiona permanentemente.

Es tan tenso el vínculo entre ambas, que a menudo parece hasta que se odian. Sin embargo, lo que sucede realmente es que la mujer protege en exceso a su hija y esa actitud se transforma en contraproducente.

Por supuesto, la situación familiar no es la mejor, en la medida que el padre está desocupado y por su edad no logra reinsertarse laboralmente, y la madre, en cambio, trabaja en doble turno para solventar los gastos del hogar.

Aunque la protagonista no parece comprender cabalmente qué está sucediendo, aspira a educarse y a adquirir el rango profesional que le permita no padecer las mismas inseguridades e incertidumbres que sus padres.

Esa coyuntura modifica radicalmente la versión edulcorada propia de la idiosincrasia hollywoodense, que presenta habitualmente a los Estados Unidos como una sociedad modélica.

En ese contexto, “Lady Bird” es una mirada desencantada sobre una amarga realidad casi siempre soterrada, que afecta a millones de habitantes de un país recurrentemente inmerso en un océano de contradicciones.

En tal sentido, el film denuncia también las diferencias de clase, entre la alta clase media burguesa acomodada y una baja clase media trabajadora que padece las mismas vicisitudes que los habitantes de un país subdesarrollado.

Paralelamente, la historia no soslaya críticas al dogmatismo de la enseñanza religiosa, que con su prédica puede condicionar a los jóvenes en su desarrollo personal y en su eventual inserción en la sociedad de los adultos.

Sin desestimar esa compleja escenografía, Greta Gerwig construye la peripecia de esta joven algo rebelde y muy personalista, quien, pese a su temperamento, tiene facilidad para relacionarse.

No en vano entabla amistad con compañeras del colegio y hasta desarrolla sus primeras experiencias afectivas y sexuales, pese a la frustración de que su primer novio es un homosexual.

Empero, tal vez la peor ruptura de Lady Bird con el mundo que la rodea tenga connotaciones sociales. No en vano trata de aparentar lo que no es, con tal de no ser depreciada y segregada.

Ese es realmente el meollo de este relato, que es bastante más que una mera historia de adolescentes inadaptados y refractarios a aceptar el férreo control y rígido statu quo de sus mayores.

Greta Gerwig, que en su primera experiencia detrás de cámaras en solitario se revela como una realizadora realmente muy promisoria, sabe conjugar esas tensiones hacia el interior de un núcleo familiar y en el territorio bastante más vasto, variopinto y mutable del propio colectivo social en el cual interactúan los personajes.

En ese contexto, una de las mayores cualidades de esta película, que debió merecer mejor suerte en la entrega de los premios Oscar, es la sensibilidad de su autora para hurgar en profundidad en las psicologías humanas.

Esa es una de las claves de un film que no se agota en la mera percepción y descripción de los problemas vinculares y generacionales, en tanto indaga en conflictos que ciertamente trascienden a la intimidad de la vida privada.

Aquí hay una visión amargamente desencantada, que cuestiona los ritualismos y las costumbres de una sociedad que vive a contramano de lo que ideológicamente pregona.

“Lady Bird” es una comedia de sabor agridulce, que reflexiona sobre el amor, el desamor, el despertar sexual, las radicales diferencias sociales, los problemas cotidianos de las clases bajas de un país desarrollado y las utopías juveniles.

En el contexto de un reparto actoral muy calificado, sobresalen las actuaciones protagónicas de Saoirse Ronan  -que a los veintitrés años de edad ya ha obtenido tres nominaciones al Oscar- y de Laurie Metcalf, en el conmovedor papel de enérgica y abnegada madre.

 

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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