La violencia, el odio racial, la inmoral manipulación judicial y el irreprimible sentimiento de venganza son los cuatro ejes temáticos de “En pedazos”, el removedor film testimonial del realizador alemán de origen turco Fatih Akin, que cosechó el Globo de Oro a la Mejor Película de Habla no Inglesa.
Como es notorio, Fatih Akin es un creador de estilo potente, frontal y por supuesto trasgresor, que ha sabido construir su itinerario artístico en base a productos de superlativa calidad artística, como “Contra la pared” (2004), que ganó el Oso de Oro del Festival de Berlín, “Al otro lado” (2007) y “El padre” (2014), entre otros títulos no menos relevantes de una ascendente carrera.
Aunque sorprendentemente “En pedazos” no fue nominada al Oscar en la categoría Mejor Película de Habla no Inglesa, realmente lo hubiera merecido por su impactante dimensión dramática no exenta de trasfondo histórico y político.
En esta oportunidad, el director aborda uno de los temas tan vez más urticantes y traumáticos del presente: el arraigado sentimiento de xenofobia y racismo que anida en las sociedades europeas y también en los Estados Unidos. No en vano Donald Trum se transformó en presidente de su país esgrimiendo un discurso radicalmente racista.
No sorprende en modo alguno que Fatih Akin incursione en esta temática, por su condición de hijo de inmigrantes turcos nacido en uno de los países donde el odio étnico es más notorio.
En efecto, desde 2015, coincidiendo con el programa que puso en marcha Alemania para el acogimiento de casi un millón de refugiados, se registraron miles de casos de violencia xenófoba por parte de grupos de ultra-derecha.
No en vano el título original de este film es “En la penumbra””, que constituye una expresión aun más elocuente en torno a la oscuridad que contamina a las sociedades cegadas por el odio.
En ese contexto, el argumento de “En pedazos” es, en muy buena medida, un si se quiere descarnado retrato de lo que está sucediendo en la Alemania del presente.
La protagonista de esta historia de ficción que bien pudo haberse inspirado en la realidad, es Katja Sekerci (una monumental Diane Kruger), quien está casada con Nuri (Numan Acar), un ex narcotraficante de origen turco con quien tiene un pequeño hijo:
Rocco (Rafael Santana).
Las primeras escenas, ambientadas en un establecimiento penitenciario donde el hombre ha permanecido recluido, dan cuenta de la patética distorsión de valores de la población carcelaria, que lo ovaciona como si fuera un héroe.
Sin ahondar en el pasado delictivo del protagonista, Fatih Akinm apuesta fuerte en el comienzo del relato a la reconstrucción de la familia, luego de la ausencia del marido y padre por la prolongada privación de libertad.
En ese marco, todo parece transcurrir con absoluta normalidad, para un núcleo familiar que es notoriamente feliz y que claramente avizora un futuro venturoso.
No obstante, una tragedia intencionalmente provocada hace añicos la dicha de estos seres humanos, cuando la detonación de un poderoso artefacto explosivo de fabricación casera mata al hombre y a su pequeño hijo.
Por más que el relato está narrado con superlativa sobriedad y sin los efectivismos habituales en el cine de industria, igualmente trasunta la angustia de la mujer, cuando –al arribar a bordo de su automóvil al lugar de encuentro con su familia- las fuerzas policiales le impiden pasar alegando que ha sucedido un desastre.
En lo sucesivo, todo será una suerte de pesadilla para la infortunada Katia, quien ni siquiera podrá reconocer los cadáveres de su marido y su hijo, porque estos están obviamente destrozados.
Empero, tal vez más traumático aun es que la policía la somete a permanentes interrogatorios, conjeture que los autores del atentado son miembros de la mafia del narcotráfico y hasta la exponen al escarnio de allanarle la vivienda para encontrar droga u otras evidencias que permitan esclarecer el crimen.
Visiblemente agobiada por el dolor y molesta por el hostigamiento, la mujer pregunta, en un tono cuasi irónico, si el acusado es su marido asesinado o los autores del homicidio.
Ni el arresto de una pareja xenófoba conformada por André (Ulrich Brandhoff) y Edda (Hanna Hilsdorf), contra quienes hay pruebas contundentes, coadyuva a comenzar a restañar las heridas por lo sucedido.
El segundo bloque del relato denuncia –sin ambages- la inmoralidad de las chicanas judiciales y la actitud cómplice del propio tribunal que debería impartir justicia.
Aunque el film en un inesperado giro deviene en thriller y culmina con un desenlace realmente sorprendente, se nota claramente la veta crítica de un Fatih Akin implacable.
Estructurando en tres episodios, “En pedazos” es un drama lacerante y removedor, que discurre entre el abrumador dolor de la pérdida, la desconfianza en un sistema corrupto, la rebeldía ante la impunidad y hasta el sentimiento de venganza, que es incluso comprensible acorde con el desarrollo de la historia.
En este sentido, la película revela, sin eufemismos, los estragos provocados por una sociedad enferma de odio y que no duda en apelar a la violencia extrema para manifestar su aversión.
La exuberante actuación protagónica de Diane Kruger en el papel de una viuda que lucha contra un poder fáctico que parece blindado contra la justicia, resulta realmente impactante y por cierto conmovedora.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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