La criminal contaminación ambiental como rasgo más perverso del capitalismo extraccionista y depredador constituye el eje temático central de “El precio de la verdad”, el potente film del realizador estadounidense Todd Hayes, que se exhibe en el Autocine Club el Faro, un circuito al aire libre que ofrece una variadas programación en plena pandemia, mientras aguardamos la ansiada reapertura de las salas.
La película, que tiene un trasfondo intransferiblemente testimonial, recrea un sonado caso real que llegó a los estrados judiciales, el cual involucra a una empresa multinacional que provocó un desastre ambiental y sanitario de proporciones en el estado de Virginia Occidental, Estados Unidos.
Esta película se inspira en un artículo publicado en el diario New York Times, que rescata la épica cruzada judicial del abogado Robert Billot (interpretado a la sazón por Mark Ruffalo), cuyos servicios son requeridos por familias de ganaderos en la ciudad de Parkersburg, quienes denunciaron la extraña y hasta ese momento inexplicable mortandad de reses.
De la pesquisa emergió la dramática verdad sobre los deletéreos efectos del vertido de un pesticida realizado por la empresa DuPont, que vaciaba sus residuos en el río Ohio. La sustancia contaminó el curso de agua durante casi cuarenta años, afectando seriamente tanto a la fauna acuática como al ganado que bebía de esa corriente.
Lo realmente grave es que la firma conocía el alto rango tóxico del producto. Sin embargo, igualmente depositó los efluentes en una zona de máximo riesgo, lo que envenenó literalmente el agua y las tierras de la región afectada.
El resultado de la pesquisa, además de la contaminación de la fauna y la flora del lugar provocada por el químico, reveló que numerosos habitantes de la localidad contrajeron graves enfermedades –incluyendo cáncer- y hasta se reportaron casos de niños nacidos con deformaciones.
Empero, la película también denuncia el entramado de corrupción que rodeó a estos delitos ambientales, ya que la empresa agresora compró las voluntades de personas que accedieron a empleos rentados y el cómplice silencio de gobernantes y científicos.
No en vano el título original en inglés de esta propuesta cinematográfica es “Dark Waters”, cuya traducción es aguas oscuras o bien aguas turbias. Naturalmente, en este caso la turbiedad está relacionada con la afectación del líquido elemento consumido por animales y humanos, pero también con los actos cuasi mafiosos de una multinacional inmoral y sólo preocupada por el lucro.
El precio de la verdad”, que es naturalmente también un título altamente significativo y si se quiere hasta dotado de un componente simbólico, es la detallada crónica de una investigación y un litigio judicial que duró nada menos que siete años, con la participación de nada menos que 69.000 personas entre denunciantes, denunciados, testigos y damnificados.
Tal vez el detalle más relevante es que el osado letrado, que no dudó en enfrentar el poder económico, modifica radicalmente su conducta ética, pasando de defender los intereses de las grandes compañías a embanderarse con la causa de los damnificados por el desastre ambiental provocado por el ejercicio del capitalismo salvaje, en nombre del mentado libertinaje de mercado.
Todo comienza con una denuncia formulada por el granjero Wilbur Tennand (Billa Camp), quien aporta pruebas contundentes sobre las devastadoras consecuencias ocasionadas por la letal sustancia sobre su ganado. Con estos elementos en su poder y la aquiescencia de su jefe Tom Terp (Tim Robbins), el letrado inicia la compleja pesquisa destinada a determinar la responsabilidad civil y penal de la multinacional en el siniestro ecológico.
En el curso de una intrincada investigación no exenta de dificultades por presiones internas y externas, el protagonista abre una suerte de Caja de Pandora, prostituida por la corrupción, el silencio y el encubrimiento de procederes siempre deleznables.
En ese contexto, la historia, que está narrada con singular brío, prolijidad y elocuencia, comienza en 1998 con las primeras denuncias y se extiende virtualmente hasta el presente.
En el transcurso de todo ese proceso, que es retratado con minuciosidad, el abogado descubre el lado más oscuro de estos auténticos delincuentes de cuello duro, cuyo desprecio por la vida articula perfectamente con su voraz codicia mercantilista.
El relato tiene la virtud de no enfatizar solamente en la materia judicial de este escándalo, sino que también incursiona naturalmente en la interna familiar de Bilott, describiendo los previsibles conflictos con su esposa Sarah (Anne Hathaway).
Todd Hayes administra adecuadamente los eslabones temporales de una historia que transcurre en casi dos décadas, logrando esclarecer los entretelones del abominable accionar de estas empresas, que tiene una dimensión penal pero también moral.
Aunque se pueda aducir que el film abusa por momentos de los tecnicismos para explicar pormenorizadamente las connotaciones ambientales y legales del tema, ello para nada minimiza su intrínseca y esclarecedora carga testimonial.
Sin soslayar naturalmente su costado dramático, la película aporta todos los elementos de juicio necesarios para que el espectador pueda comprender y evaluar la grave dimensión de un problema que tiene una proyección realmente planetaria.
En efecto, más allá del mero caso puntual de los episodios narrados, este osado largometraje adquiere un valor de alegato, que cuestiona –simultáneamente- tanto el acto de contaminar a sabiendas como la corrupción que ampara esas operativas ilegales, que no siempre son condenados como es menester.
Desde este punto de vista, “El precio de la verdad” resulta ciertamente una experiencia aleccionadora, que más allá de la mera temática que plantea, convoca a una profunda reflexión sobre las graves consecuencias devenidas de la desregulación y del libertinaje de mercado, tan habitual en una economía global gobernada por el lucro.
A una prolija narración y aciertos fotográficos varios, se suma la plausible interpretación protagónica de Mark Ruffalo, bien secundado por un reparto actoral altamente profesional, en el cual destaca –nítidamente- también la actuación del siempre talentoso y convincente Tim Robbins.
Por Hugo Acevedo (Analista)
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