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En la nota anterior demostramos la traición al artiguismo de Manuel Oribe, luego fundador del Partido Blanco.

Ahora le toca al fundador del Partido Colorado.

En 1819 Lecor al frente de las tropas invasoras portuguesas, toma Canelones y San José. Para consolidar su conquista empieza una trama para ganarse al jefe de la vanguardia artiguista, Fructuoso Rivera. Con gente cercana a Don frutos, empezó su plan de seducción en enero de 1820.

El 15 de febrero de ese año, Artigas cruzaba el río Uruguay, para recuperar fuerzas después de la derrota en Tacuarembó. Ordenó a Rivera que estaba en el campamento de Tres Árboles., que se le sumara con su División de Vanguardia. Y las órdenes y más en una guerra deben ser obedecidas por un militar como Rivera.

En lugar de obedecer al jefe de los Orientales, Rivera en secreto negocia con el enemigo, Lecor. Éste les manda para el “ablande” una comitiva selecta: Juan José Durán, Lorenzo Justiniano Pérez y Francisco Muñoz, lo más selecto de los grandes estancieros latifundistas, traidores a la patria, vinculados al Cabildo títere de Montevideo. Se le sumó otro hipócrita permanente (HP), Julián de Gregorio Espinosa, viejo amigo de Rivera de toda la vida, para realizar los primeros contactos.

En Tres Árboles Rivera reunió a los jefes y oficiales de sus divisiones y les comunicó que Espinosa era portador de una propuesta del Cabildo, para llegar a un acuerdo. Cincuenta y tres oficiales presentes encargaron a una comisión de seis la redacción de las condiciones de sometimiento al poder portugués. Espinosa retornó  a San José con el capitán Pedro Amigó, como delegado de Rivera.

Mientras tanto Lecor mandó al general Curado para que atacara a Rivera, que fue sorprendido el 2 de marzo de 1820 y lo redujeron con todas sus fuerzas.

Ese mismo día Rivera manda una carta al Cabildo dando cuenta de haberse entregado al teniente coronel Manuel Carneiro y al mismo tiempo manifestando su enojo por la violación del armisticio celebrado.

Enseguida se encontraron en Canelones Lecor y Rivera y allí se selló el acuerdo definitivo. O sea la traición. Primero desobedeció una orden nada menos, del propio Artigas y luego se unió al invasor. Esto en cualquier parte del mundo es traición a la patria.

Hay que reconocerle que quedó muy molesto por el accionar rastrero de Lecor. Como se trasunta en una carta que le envía a Francisco Ramírez, al caudillo entrerriano, el 4 de marzo de 1820, donde calificaba a los portugueses como peores que los españoles.

En la correspondencia de esa época hace una dura crítica a la estrategia militar y política de Artigas y a la hipocresía de los portugueses.

El 5 de junio la correspondencia de Rivera pega un giro, diciendo que ha sido ganado por la seductora política del Barón de la Laguna. Rivera propone el mutuo apoyo de los “probos” portugueses y los entrerrianos con la sola misión de destruir al común enemigo de la felicidad de ambas provincias: José Artigas.

¿Por qué ese giro?

De las cartas con Ramírez, y con Bustos, gobernador de Córdoba, se desprende con meridiana claridad, la descalificación sobre la política artiguista. No eran solo por razones militares o estratégicas entre Artigas y Rivera.

En abril de 1820 Rivera le escribe al “Pancho” Ramírez:

“Nunca buscaré otra causas destas desgracias q,e las de haber sido governados por un hombre desconfiado, criminal, y sin conocimiento del corazón humano p.a dirigirlo.”

En 1823, cuando el Cabildo de Montevideo lo quería ganar para revelarse contra los portugueses, la respuesta de Rivera era que la Banda Oriental, nunca había sido “menos feliz que en la época de su desgraciada independencia. La propiedad –se lamentaba-, la seguridad y los derechos más queridos del hombre en sociedad estaban a la merced del despotismo y de la anarquía.” Luego ya reincorporado al bando oriental en la lucha contra el Imperio del Brasil le decía a Brito del Pino que su separación de Artigas se explicaba porque no había querido hacer “la guerra a los particulares ni a sus haciendas.”

El latifundista Joaquín Núñez Prates oponiendo al comportamiento de Artigas destacaba la actitud de Rivera en defensa de los intereses de los grandes propietarios.

Rivera era un partidario del orden y la propiedad. O sea, que el poderoso hacendado que era Rivera, se alejó del artiguismo por otras razones.

Primero: porque la larga guerra de recursos fue siempre odiada por los sectores dominantes del campo. Segundo: porque el radicalismo de la política agraria de Artigas había terminado por alejar a aquellos tenientes que por su prestigio podían considerar que no los iba a tocar la dureza del Reglamento de Tierras.

“Del mismo modo que los cabildantes y hacendados residentes en Montevideo en 1817, del mismo modo que Oribe y Bauzá meses después, o García de Zúñiga en 1818, Rivera, en esos días de 1820, no podía entender que la revolución se hubiese llevado hasta el fin.”  Para estos eran normales las negociaciones con los españoles, porteños o portugueses a espalda del pueblo.

En cambio, Artigas como verdadero revolucionario radical, un revolucionario, que  no tenía “flexibilidad” frente al dominio extranjero, no convenía a los grandes estancieros orientales.

Como dijera su amigo, refiriéndose a sus pérdidas económicas, Julián Gregorio Espinosa, a Rivera. “Este favor le debo a Doña Revolución; ¿y habrá alguno que no se horrorice hasta de su nombre?”

Los cinco mil orientales muertos por la defensa de la patria y de la revolución agraria, no podían contestar, dicen los autores que vengo citando desde el primer artículo.

 

Por el Prof. Gonzalo Alsina

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