CINE | “Noches mágicas”: Entre la decadencia y la corrupción

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La radical decadencia del cine italiano y las miserias de una fauna empresarial tan mediocre como estereotipada, es el revulsivo disparador temático que propone “Noches mágicas”, la comedia dramática del acento paródico del realizador peninsular Paolo Virzi, que se exhibió en el ciclo semanal Cinemateca te acompaña, que se proyecta los viernes y los domingos a las 22 horas, por la señal TV Ciudad.

La película, ambientada en el ya lejano año 1990, cuando internet era apenas una novedad y la telefonía celular estaba escasamente desarrollada, es una suerte de ácida fábula que alude al descaecimiento de la creatividad en la industria cinematográfica.

Por entonces, los cinéfilos asistían con lógico estupor a la paulatina desaparición de los referentes del neorrealismo italiano nacido en la post-guerra, que marcó un auténtico mojón en el cine con rostro social de la producción de dicho país.

No en vano, en la historia son recurrentes las alusiones, directas o tangenciales, al inconmensurable maestro Federico Fellini, quien falleció tres años después, y a otros directores de cine de trayectoria realmente rutilante.

En cierta medida, esta propuesta puede ser valorada como una suerte de homenaje crepuscular a ese cine emblemático que por entonces se encontraba en su ocaso o bien como una suerte de despiadada crítica a la frivolidad que se iba adueñando de la industria.

En efecto, los tres jóvenes protagonistas de esta suerte de parodia con trasfondo dramático son aspirantes a ganar un famoso certamen de guiones y a ver plasmado sus trabajos en el celuloide.

En ese contexto, los personajes centrales de la trama fílmica son Antonino (Mauro Lamantia), un intelectual que sueña con trabajar con el mismísimo Fellini, Luciano (Giovanni Toscano), un talentoso joven impactado por la muerte de su padre y con una permanente pulsión sexual, y Eugenia (Irene Vetere), una emancipada mujer  perteneciente a una acaudalada familia burguesa, que busca evadirse de un entorno familiar realmente contaminante y construir su propio destino profesional.

Obviamente, el propósito que los une es presentar sus propios guiones cinematográficos en un prestigioso certamen, que bien les puede permitir ingresar al exclusivo ámbito de la industria cinematográfica de su país. Aunque obviamente compiten por el mismo galardón, igualmente desarrollan una amistad.

Por supuesto, se trata de tres utópicos incurables, que idealizan la producción del cine italiano, sin advertir que los tiempos de gloria ya han pasado y ahora se trabaja únicamente para el mercado.

Paolo Virzi, director y guionista de este film, extrapola esa terrible decadencia con la eliminación de la selección italiana de fútbol del campeonato mundial de la cual fue anfitriona, al caer en definición por penales ante el combinado de Argentina, con un gol del genio futbolístico Diego Armando Maradona.

En ese marco, en las primeras secuencias del relato los italianos observan -con indisimulable tensión, nerviosismo y estupor- el momento en el que el astro argentino convierte su penal y luego las dos magistrales atajadas del portero albiceleste Sergio Goycochea, que dejaron a los itálicos fuera de la final con Alemania.

Por entonces, Maradona era una suerte de ídolo para la afición italiana, merced a su descollante desempeño en filas de Nápoles. Luego de ese episodio, fue naturalmente denostado.

Por supuesto, el fracaso de la selección azul provocó una suerte de duelo nacional en toda Italia, que estaba naturalmente muy ilusionada con alzar la copa en su propio mundial.

Mientras se consuma esa auténtica tragedia que enluta a los fanáticos de todo el país, un lujoso automóvil se sumerge misteriosamente en el Río Tíber, originando una pesquisa policial.

En este caso concreto, la víctima es el poderoso, taimado y estafador productor  de cine Leandro Saponaro (Giancarlo Giannini), un mitómano y mujeriego empedernido que manipula a quienes lo rodean y se mofa hasta de su propia esposa relacionándose con mujeres que por edad pueden ser sus hijas.

Dado las enigmáticas características de un episodio que parece más un incidente que un mero accidente, existe un considerable margen para especular con la posibilidad de que el empresario haya sido asesinado.

En ese contexto, los tres noveles guionistas, que aparecen en una foto rescatada de los bolsillos del fallecido, son detenidos por la Policía para ser indagados por su presunta responsabilidad en la muerte del magnate.

En lo sucesivo, lo que parecía una mera comedia costumbrista muta en una suerte de intriga policial, con un muerto y tres sospechosos que confiesan cuál era su relación con el infortunado productor cinematográfico y narran sus propias experiencias.

El realizador apela naturalmente a los flashbacks, jugando hábilmente con los tiempos narrativos y las peripecias individuales de los personajes.

Paolo Virzi –que en 1990 era muy joven- sugiere, con singular elocuencia,  que el mundillo del cine permaneció ajeno al magno acontecimiento deportivo que se dirimía en territorio peninsular.

En este caso concreto, las “noches mágicas” a las que alude el himno de la Copa Mundial de Italia 1990 no refieren ciertamente a la pasión futbolera que impregnaba a todo el país desde el verde gramado de las canchas a las calles, sino a las fastuosas fiestas donde los magnates del negocio cinematográfico destilan sus vicios y frivolidades y a la intransferible magia de una actividad que a menudo muta en quimera.

La película, que tiene un trasfondo dramático más allá de su mero formato de comedia, es realmente una delirante sátira que denuncia- sin ambages- la terrible decadencia terminal de una industria cinematográfica que conoció memorables momentos de gloria y amplia consideración a nivel mundial, pero comenzó a decaer dramáticamente durante la década del ochenta.

En tal sentido, el film naturaliza que famosos cineastas caídos en desgracia sobrevivan en paupérrimas condiciones en un contexto de absoluta indiferencia, que actores otrora famosos se hayan transformado en meros sirvientes de los ricos, así como la abundancia de productores corruptos y mentirosos, que no se ruborizan al contratar a guionistas mercenarios que escriben a destajo en el más absoluto de los anonimatos.

Tampoco faltan elocuentes y reconocibles referencias a la fina ironía del monumental  maestro Federico Fellini, que por entonces estaba en el último tramo de su trayectoria artística, de cuya impronta abreva en buena medida esta película.

Esta suerte de disfrutable e inteligente parodia tiene una formulación estética realmente destacable, con una espléndida fotografía que se nutre de la inconmensurable riqueza artística y arquitectónica de una Roma eterna que, en tiempos de la antigüedad, supo ser un imperio que gobernó al mundo conocido.

“Noches mágicas” mixtura la comedia, la intriga, el drama y la sátira bien costumbrista, reflexionando, con acento crítico, sobre los mitos, las decadentes grandezas y las deleznables miserias.

Al frente de un reparto actoral realmente competente, sobresale nítidamente la actuación del gran Giancarlo Giannini, una suerte de leyenda viviente del cine italiano y universal.

 

Noches mágicas (Notti magiche), Italia 2018. Dirección: Paolo Virzì Guión: Francesco Piccolo, Francesca Archibugi y Paolo Virzì. Fotografía: Vladan Radovic. Montaje: Jacopo Quadri. Música: Carlo Virzì. Reparto: Mauro Lamantia, Giovanni Toscano, Irene Vetere, Giancarlo Giannini, Roberto Herlitzka, Marina Rocco, Paolo Sassanelli, Giulio Scarpati, Simona Marchini, Té Falco, Ornella Muti y Jalil Lespert.  // INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA

 

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico de cine

 

 

 

 

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