Una referencia a “El Popular” y su proyección actual

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Aterrizó en mi computadora una nota firmada con el título: “Bajo ningún concepto, jamás”, que se refiere a un conflicto sindical en el periódico “La Juventud”, impreso en Cidesol SA, imprenta propiedad del grupo político 26 de Marzo. Se trata del despido efectuado el 17 de marzo de una obrera (L.C.), especializada en fotomecánica, que el autor considera una “mujer maravilla” por sus condiciones técnicas, y que además es integrante del Consejo Directivo del Sindicato de Artes Gráficas (SAG) y delegada del taller ante el sindicato. El despido es catalogado de “abusivo y regresivo”.

No voy a referirme al conflicto sindical. Pero sí a un concepto incluido en los fundamentos de la nota de referencia, que cito textualmente: “Hoy, resulta inimaginable la existencia de un diario que solamente produzca ideología política bajo la forma de un periódico, y, mucho menos, que lo haga principalmente con mano de obra ‘militante’, como ocurría antes de la dictadura con ‘El Popular’, por ejemplo, único diario de izquierda por entonces hecho fundamentalmente por trabajadores gráficos en forma honoraria, luego de sus respectivas jornadas de trabajo asalariado en otros talleres del gremio”.

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La referencia a “El Popular” es absolutamente falsa. No sé de dónde la sacó el redactor (G.C.). Los trabajadores gráficos que confeccionaban “El Popular” cobraban su salario, tanto el personal de las linotipos (¡qué tiempos aquéllos!) como de la impresora. Algunos eran trabajadores de alto nivel. En la etapa preparatoria de la salida de “El Popular” confeccionábamos “Justicia diario” en la imprenta de la calle Uruguay casi Julio Herrera, dirigida por el entrañable amigo Lucio, y allí trabajaba César Reyes Daglio, veterano linotipista, dirigente del sindicato y también del PCU. Lo recuerdo perfectamente porque, en la trajín de nuestra labor y las urgencias de tiempo, me tocó más de una vez dictarle un artículo que iba trasladando directamente a la linotipo. Él, a su vez, había formado en el oficio a varios otros trabajadores de la imprenta. Todos hacían un trabajo regular y cobraban salario.

Cuando finalmente empezó a salir “El Popular”, después de una serie de vicisitudes muchas veces narradas, el 1º de febrero de 1957, en nuestro local de la calle Justicia casi Lima funcionaba la redacción y en el fondo la imprenta, con su taller de composición y armado y la rotativa adquirida al diario “Acción” de Luis Batlle. El administrador era Juan Acuña, y tanto los redactores como los trabajadores gráficos trabajábamos a permanencia y cobrábamos salario. A veces con atraso, pero se cobraba. Lo mismo ocurría con el personal que se ocupaba de la expedición.

En la etapa siguiente, que duró hasta la dictadura, nos trasladamos al local de La Tribuna Popular en 18 de Julio y Río Branco, con la redacción en el primer piso, el taller de armado en el primer subsuelo y la rotativa en el segundo subsuelo. Allí el administrador era Luis Rodríguez, y se atenía a una estrictez absoluta en el pago de los salarios, que se cobraban indefectiblemente el 1º de cada mes. Nunca falló. En este caso en la expedición trabajaba el camarada Luis Alberto Mendiola, uno de los fusilados de la seccional 20ª del PCU en la noche del 17 de abril de 1972.

En resumen, siempre se cobró. Esto era válido para el grueso del personal permanente, aunque desde luego había colaboradores diversos que trabajaban en forma honoraria ya que contaban con otro trabajo remunerado. Lo que sí fue objeto de discusión era el monto de dicho salario. Allí se enfrentaban distintos criterios. Por una parte, algunos (y en buena medida la dirección del PCU) se jugaba a la variante máxima: cobrar en cada caso lo que establecía el laudo respectivo del Consejo de Salarios. Otros, entre los que me incluyo, creíamos que debíamos cobrar (en esencia, con gradaciones) lo mismo que los denominados, según un concepto leninista, funcionarios del Partido a tiempo completo, equiparados a un obrero especializado. Yo, por ejemplo, sostenía que no había razón para que ganáramos más que un funcionario del Partido que se esforzaba día y noche, yendo de un lado para otro, en las tareas de la organización y las afiliaciones partidarias. Las discusiones al respecto fueron extensas, reiteradas y de alto valor conceptual. Coincidía además con el hecho de que algunos de nosotros (en un período me tocó a mí, en otro al fallecido compañero Ismael Weinberger) integrábamos a permanencia, junto con Carlos Borche, el Consejo Directivo de la Asociación de la Prensa Uruguaya (APU) y nos correspondía defender sin pausa, en la labor gremial, la vigencia y aplicación de los laudos de los Consejos de Salarios, a menudo violados por las empresas periodísticas.

A esa discusión, que estaba siempre sobre la mesa, se agregó un complemento importante: para pagar más salario, había que conseguir más dinero. Para ello se plasmaron varias iniciativas, que a la vez se traducían en un incremento de la difusión del diario, nuestro objetivo fundamental. Con se fin, se realizaban campañas financieras especiales, entrevistando a mucha gente con un criterio de gran amplitud, sin sectarismo, para solventar el déficit del diario. Nosotros, los redactores, también participábamos en esa campaña, y en mi caso coseché experiencias increíbles. Otra vía era la difusión a máxima escala del diario, en la participaban todas las agrupaciones y en la que también nosotros colaborábamos, especializándonos en la difusión en las obras de la construcción de nuestra zona. Otra vía era la ampliación al máximo de la red de avisos publicados en el periódico, en lo cual se empeñaba con éxito nuestra administración.

Mediante todos estos mecanismos, habíamos llegado (casi) a solventar el déficit y a pagar salarios decorosos. Ahí sobrevino el golpe de Estado del 27 de junio de 1973 y el asalto al diario pocos días después.

Al recordar estos hechos me guía el propósito de salvaguardar la historia de El Popular y su bien ganado prestigio, tergiversados en la nota. Pero me interesa además proyectar el tema a un aspecto del gran problema de la prensa en la hora presente: el de la creación, consolidación y difusión de una prensa de izquierda, en sus diversas modalidades hoy posibles, partiendo de la referida experiencia de la prensa escrita.

Una vista al futuro
Si se lee con atención el párrafo transcrito, se deduce que el autor considera imposible viabilizar hoy en día una prensa de izquierda. Creo totalmente lo contrario, y me interesa debatirlo porque, de hecho, un criterio prevaleciente, se diga en forma expresa o no, coincide con el punto de vista expresado en la nota de marras.

Que la llamada “gran prensa” representa los intereses de las clases dominantes y está en contra de las aspiraciones populares, es una verdad de a puño que se ha repetido hasta el cansancio. En esto no hay nada nuevo. Hemos consignado muchas veces el apotegma de Jean Jaurès, gran figura del socialismo francés, que en referencia a la prensa del gran capital, como la llamaba, decía que “parecen cien campanas, pero las mueve un solo hilo”. Desde entonces pasó más de un siglo, y por lo tanto hace tiempo que ha sonado la hora de hacer algo para contrarrestarlo. Y lo malo es que no se hace nada. Solamente lamentarse una y otra vez de cuán malos son los de la “gran prensa”, cómo mienten y tergiversan, y patatín patatán. Mientras tanto, ¿qué hacemos, además de quejarnos? Absolutamente nada.

Yo digo que debemos abocarnos de una buena vez a la construcción de una prensa de izquierda, que represente los intereses auténticos de la inmensa mayoría del pueblo. Si los gobiernos de izquierda (en nuestro país, en muchos otros de América Latina y ahora también en alguno de Europa) han demostrado que son capaces de aplicar una política económica que sea el reverso del neoliberalismo y que salve a los pueblos de sus lacras; si son capaces de aplicar políticas en materia de salarios, de trabajo, de atención a la salud, que modifiquen sustancialmente las consecuencias negativas de las políticas aplicadas por los anteriores gobiernos en todos esos ámbitos, ¿por qué no hemos de ser capaces de construir una prensa de izquierda, que sea la contracara de los medios tradicionales y los supere en todos los ámbitos? Eso es lo que debemos intentar sin tardanza; ya se ha perdido demasiado tiempo.

La trayectoria de El Popular, con toda su modestia, es un ejemplo de que sí se puede. Nadie discute que desempeñó un papel positivo en la forja de la central única de los trabajadores y en la fundación del Frente Amplio, dos logros de gran envergadura del pueblo uruguayo que hoy son plenamente reconocidos a nivel internacional, y en no pocos casos con el ánimo de tomarlos como una experiencia válida, mediando siempre el respeto a las particularidades de cada país. Este fenómeno se ha acentuado visiblemente en los últimos tiempos. Soy testigo de cómo ello aconteció en el caso de Colombia, para citar un ejemplo.

Adivino que de parte de los objetores sempiternos se me va a decir que ya ha pasado el tiempo de la prensa escrita a la vieja usanza, que ya no se utiliza más, que solo tienen vigencia los medios digitales vía internet, etc., así como la difusión por TV. A eso respondo: en primer lugar, que no está definitivamente erradicada la prensa escrita ni mucho menos, aunque en muchos casos se verifica un descenso notorio de su nivel de difusión. Y en segundo lugar, nada impide combinar las distintas formas de llegar al público, usarlas al mismo tiempo. O sea, crear canales en uno y otro ámbito, o utilizar algunos de los existentes. En nuestro país están sobre el tapete iniciativas concretas en ese sentido, por ejemplo respecto a los canales televisivos.

Todo esto estamos en condiciones de hacerlo. Tenemos capacidad y condiciones, recursos humanos valiosos y en número adecuado. Debemos poner manos a la obra en la creación de los medios de difusión de izquierda, y también en ese terreno enfrentar la ola cenagosa de los medios de derecha que nos emponzoñan cada día y a toda hora. Esto es parte insustituible del objetivo de ganar la conciencia de las grandes masas para las ideas de liberación nacional y justicia social, para continuar la obra transformadora de los gobiernos progresistas y de izquierda.

Por Niko Schvarz
Periodista y escritor

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