“No todo es vigilia”; el ocaso del ciclo vital

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La ancianidad como drama, trauma o bien como mera experiencia de resignación de acento nostálgico, simbólico y alegórico, es el tema que aborda “No todo es vigilia”, el conmovedor pero reflexivo film del realizador catalán Hermes Paralluelo.

Esta película, que es más un documental que un relato de ficción en sí mismo, es una suerte de construcción autobiográfica del propio autor, en tanto los protagonistas son sus dos abuelos.

Esa mirada deliberadamente personal, que apela a la pertenencia en clave por supuesto familiar, permite hurgar en el drama de la decadencia derivada del advenimiento de la vejez.

Por supuesto, este es un tema recurrente de la filmografía del presente, que, a partir de la memorable “Amour”, del cineasta francés Michael Haneke, reflexiona sobre los dilemas que plantea la senectud, entendida como desafío para las sociedades del presente.

no-todo-es-vigilia-twoEste título de 2012, que es protagonizado por los estupendos Jean –Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, aborda el tema de la vejez con un sabor amargo y ligado al inexorable descaecimiento físico e intelectual que sobreviene con el transcurso del tiempo.

A partir de este auténtico hito cinematográfico, la industria capitalizó el cine que aborda el tema de los ancianos desde un ángulo más comercial.

Aunque en el presente la expectativa de vida es bastante más auspiciosa por los vertiginosos avances de la medicina y el creciente desarrollo de los sistemas de cuidados, es indudable que se trata de un tópico de alta complejidad.

Si bien la ancianidad tiene una connotación intrínsecamente biológica, también contempla aspectos afectivos, emocionales y, por supuesto, sociales.

En efecto, en un capitalismo tan perverso que considera al ser humano un mero engranaje del aparato productivo, las personas en retiro suelen ser consideradas una carga y un costo adicional.

De allí la necesidad de desafiar a las siempre perversas reglas del mercado y reivindicar la condición humana, con un talante de integración que prevenga toda tentación segregacionista por razones etarias.

En ese contexto, esta película de Hermes Paralluelo narra una historia de amor, cuyos protagonistas reales son sus abuelos Antonio y Felicia, quienes han permanecido más de sesenta años juntos.

Esta larga experiencia de vida compartida ha reforzado los vínculos y también el afecto, generando una auténtica conjunción entre cuerpos y almas.

Sin embargo, el advenimiento del tiempo le ha pasado factura a esta longeva pareja, cuyos miembros ya no son capaces de cuidarse mutualmente.

En ese contexto, el fundado temor es que sean enviados a un residencial de ancianos, donde recibirán la asistencia y los cuidados que les permitirá vivir el último tramo de sus respectivas existencias.

Esa circunstancia supondría una suerte de pérdida de independencia, en tanto ambos se transformarán en seres dependientes y bastante menos seguros de sí mismos.

No obstante, es indudable que ambos están apenas sobreviviendo, con la permanente inquietud derivada de la soledad y tal vez del advenimiento de la muerte, que significará la separación.

Ese cuadro de ruptura es planteado hasta con crudeza por el director y guionista, quien no soslaya las vicisitudes que padecen dos personas que se encuentran en las postrimerías de sus vidas.

Se trata, por supuesto de un camino sin retorno, escindido temporalmente de otros tiempos en que lo cotidiano era disfrutable y no, como en el presente, un mero padecimiento.

Queda claro que la vejez es una auténtica aventura de resistencia, en la cual casi siempre pesa más el instinto de conservación que la plena certeza de seguir existiendo y dilatando la peripecia biológica.

Obviamente, no faltan referencias a la quebrantada salud de los protagonistas, como imágenes de rutinas médicas, salas de espera, consultorios hospitalarios y camillas.

Esas escenografías, que en la paleta creativa de Hermes Paralluelo adquieren una visceralidad singular, conforman un retrato humano profundamente conmovedor.

Aunque por su formato esta historia ha sido recurrentemente catalogada como un documental, la atinada construcción narrativa desestima ese cliché, que es a todas luces inconveniente.

En efecto, el plausible manejo de las herramientas visuales, que están por supuesto al servicio del relato, transforman a esta película es una historia de fuerte acento dramático y hasta simbólico. “No todo es vigilia”, que sugiere subliminalmente que lo onírico es una parte sustantiva de la peripecia existencial, es una suerte de potente alegoría sobre el amor como bálsamo y un exorcismo contra la angustia derivada ocaso del ciclo vital.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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