Los desgarradoras traumas del exilio

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El exilio político como fuente de traumáticos dramas, secretos y resentimientos es el convocante disparador temático de “El silencio”, la removedora y emotiva novela de la periodista e investigadora María Urruzola, que fue publicada por el Grupo Editorial Planeta.

El relato, que en parte tiene una inspiración autobiográfica y abreva de algunos acontecimientos registrados en la propia familia de la autora, nos interpela como sociedad, condenada, desde hace décadas, al implacable drenaje humano devenido del exilio.
No en vano la diáspora uruguaya comenzó ya a fines de la década del sesenta del siglo pasado, por motivos multicausales derivados de la represión política instalada en nuestro país y de la crisis económica de impronta expulsiva provocada por un modelo concentrador y excluyente.

EL SILENCIOPor supuesta, nadie ignora que hubo por lo menos dos grandes oleadas de exiliados en nuestra historia reciente, que coincidieron, naturalmente, con la instalación de la dictadura liberticida y con la devastadora crisis económica y social que eclosionó en 2002.

A consecuencia de esta dispersión poblacional- que fracturó familias enteras- hoy el denominado Uruguay peregrino es otro país, que insólitamente es privada del derecho al voto por la obcecación de una derecha conservadora y temerosa.

En ese contexto, uno de los más recurrentes e invisibilizados núcleos de tensión son los hijos de los exiliados nacidos en el exterior, compelidos a crecer en lares y culturas que no son las propias.

Por supuesto, esta traumática situación les suele generar un lógico sentimiento de desarraigo no exento de crisis de identidad, que los sitúa a kilómetros de distancia de su origen.

En buena medida, esta es la materia temática de “El silencio”, una conmovedora novela de ficción fuertemente impregnada por una densa pátina de realidad, que, por supuesto, narra historias de exiliados.

Las protagonistas de este relato son tres mujeres pertenecientes a diferencias generaciones, que, en forma absolutamente involuntaria, han devenido en víctimas propiciatorias de la barbarie del autoritarismo instalado en dos continentes del planeta.
Obviamente, las tres debieron asumir las consecuencias de la inexorable lógica de las causalidades, durante tiempos oscuros de violencia política, persecución y prepotencia.

La novela entrecruza tres locaciones geográficas (Pamplona, Montevideo y París) en distintas épocas, todas pautadas por el advenimiento de las dictaduras, tanto en España como en nuestro desgarrado continente americano. El personaje central de esta historia es Lola, una joven hija de exiliados políticos residente en París, quien viaja a nuestra capital para atender los requerimientos de su abuela, aunque para ello deba dejar pendientes algunos asuntos de su vida privada, incluyendo los afectos.

Aunque haya caído el telón del gobierno autoritario y nuestro país viva en plena democracia recuperada, la joven debe comenzar a rearmar el rompecabezas de una familia segmentada.

Por supuesto, en ese gélido agosto montevideano todo le resulta extraño, desde los ambientes a las personas y, obviamente, muchos de sus familiares, que sólo están registrados en la imaginación devenida de las anécdotas y las evocaciones.
Aunque la motivación de Lola sea la búsqueda de un tío que se ha escindido del núcleo familiar, la indagación es una auténtica aventura de descubrimiento de una suerte de mundo para ella desconocido.

Por supuesto, la clave está también en otras dos mujeres mayores- Socorro y Charo- quienes la pueden conducir a sorprendentes revelaciones, impregnadas por el amor, el desamor, los prejuicios, el drama generado por el exilio, la ruptura y el abandono.

En ese marco, el silencio al cual alude el título es subsidiario de acontecimientos a menudo estremecedores, ligados a experiencias de barbarie, cárcel, tortura y desaparición.

Ese ocultar o no comentar lo inconveniente tiene una lectura claramente histórica, nacida de las aberraciones perpetradas por la tiranía franquista en una España sometida durante cuarenta largos años y en la pesadilla originada por la dictadura uruguaya, que asoló a las organizaciones políticas y sociales opositoras de izquierda y conculcó las libertades públicas de todos los uruguayos, entre junio de 1973 y febrero de 1985.

“El silencio” es una novela de acento realmente dramático, contaminada por el dolor físico y espiritual que toda experiencia de autoritarismo conlleva.

María Urruzola construye un cuadro de sesgo testimonial, que, a través de la ficción, recrea un pasado reciente de espanto que no debe ser olvidado.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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