“La habitación de al lado”: El paradójico derecho a una muerte digna

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/ La enfermedad, la inminencia de la muerte y la posibilidad de decidir sobre el epilogo de la vida propia en un contexto terminal son las tres desafiantes vertientes temáticas de “La habitación de al lado”, el nuevo film del afamado pero controvertido realizador manchego Pedro Almodóvar, quien, por primera vez en su extensa carrera de más de cuatro décadas, ambienta su historia fuera de su España natal, concretamente en la vertiginosa y cosmopolita Nueva York, y con sus personajes hablando en inglés.

Este radical cambio de paradigma responde únicamente a su intención de explorar nuevos territorios de la condición humana, por más que la muerte y la enfermedad están presentes en algunas de sus películas precedentes. Empero, si en algo se diferencia este título de su extensa producción anterior es que en este caso está casi totalmente despojada de humor, que ha sido una suerte de signo de identidad de su extensa producción artística. En efecto, este film es un drama por donde se le mire, aunque las situaciones más lacerantes sean abordadas con superlativa sutileza, acorde con la sensibilidad de un autor sin duda mayor, más allá de eventuales controversias.

Pedro Almodóvar es uno de los grandes íconos del destape del cine español que siguió a la muerte del dictador Francisco Franco –acaecida en 1975-, al cese de la censura y a la democratización del país. En ese contexto, fue y sigue siendo el cineasta que más ha cultivado el cine dominado por la sexualidad y, en forma muy particular, por la homosexualidad, terriblemente penalizada por el régimen y por la Iglesia Católica.

Su impronta cinematográfica -siempre provocadora, desafiante y recurrentemente impregnada de superlativa y despiadada acidez crítica- retrata descaradamente los inconformismos varios de una sociedad jaqueada por las rupturas, la disfuncionalidad de las relaciones personales y las frustraciones individuales y colectivas.

En tal sentido, toda su producción, que abarca más de cuarenta años de actividad artística ininterrumpida, pone particular énfasis en los dramas humanos, con un reflexivo acento en lo existencial, no exento de humor sardónico y desenfadado.

Su tan abundante como fecunda filmografía incluye títulos referentes como: “¿Qué he hecho yo para merecer esto?” (1984), “Matador” (1986), “La ley del deseo” (1987), “Mujeres al borde de un ataque de nervios” (1988), “¡Átame!” (1990), “Tacones lejanos” (1991), “Kika” (1993), “La flor de mi secreto” (1995), “Carne trémula” (1997), “Todo sobre mi madre” (1999), “Hable con ella” (2002), “La mala educación” (2004),  “Los abrazos rotos” (2009), “La piel que habito” (2011) , “Dolor y gloria” (2019) y “Madres paralelas” (2021), entre muchos otros.

Más allá de naturales altibajos- que ciertamente los hay- la extensa filmografía de este auténtico arquitecto del desencanto constituye una suerte de cine si se quiere testimonial, por más que siempre se nutre de la ficción con un trasfondo realista.

En ese marco, la apelación al formato de teleteatro como retrato social y no como mera frivolidad de consumo masivo, gastronómico y pasatista, le ha permitido posicionarme como uno de los realizadores más populares de la cinematografía de habla hispana.

Una de las vertientes que más ha explorado al maestro manchego es el cine de mujeres y, por ende, el que otorga el rol más protagónico al sexo femenino, en varios títulos de su ya tan extensa como prolífica filmografía.

En ese contexto, “La pieza de al lado”, que es su último opus, vuelve a otorgar visibilidad a las mujeres, que en este caso son dos, quienes protagonizan un drama realmente lacerante y absolutamente exento de eventuales guiños humorísticos. En esta historia el realizador sale en cierta medida de su zona de confort, para internarse en una suerte de inframundo, como si se tratara del escritor italiano Dante Alighieri y de su guía el poeta Virginio, en “La divina comedia”, un clásico de la literatura universal.

Las protagonistas de este drama realmente lacerante por donde se le mire son, Martha ((Tilda Swinton), una ex corresponsal de guerra que padece un cáncer terminal y su amiga Ingrid (Julianne Moore), una escritora famosa, quienes han permanecido durante  un buen tiempo distanciadas. Ambas son personas mayores y sus vidas han transcurrido por diferentes carriles, naturalmente no exentos de conflictos.

Lo cierto es que la enferma, que sabe bien que no tiene futuro, se plantea un desafío que es contrario a las normas jurídicas: suicidarse mediante la ingestión de una cápsula letal que solamente se puede adquirir en el mercado negro, porque, por supuesto su comercialización está prohibida.

De todos modos, no quiere dar ese paso sola sino acompañada por alguien que le brinde apoyo, comprensión y contención emocional. Sin embargo, su búsqueda resulta inicialmente infructuosa, porque nadie quiere involucrarse en esa aventura, porque la eutanasia está penada por la ley.

Empero, la irrupción de Ingrid, quien se entera del percance de su amiga, encamina una solución, ya que parece estar dispuesta a acompañarla en ese camino sin retorno. Por supuesto, previamente trata de disuadirla de su actitud, aunque la firmeza y determinación de Martha modifica la situación.

La idea de esta mujer, condenada a una muerte anticipada y dolorosa por las singulares características de su patología, es arrendar un inmensa casa de campo con amplios ventanales y con piscina, emplazada nada menos que en un lugar paradisíaco de los alrededores de Woodstock, un sitio obviamente emblemático, donde, en 1969, se celebró, durante tres días, un inmenso festival de música, que reunió a casi todos los grandes exponentes del rock y del folk de la época.

Por supuesto, esta es una tangencial referencia a la propia generación de Almodóvar, que creció, todavía en dictadura, bajo la influencia de ese mega evento de impronta simbólica, que fue, además de un espectáculo, una paradigmática experiencia de convivencia compartida, que congregó a casi medio millón de personas de todas las edades, particularmente jóvenes. El lema de este encuentro fue nada menos que “Tres días de música, amor y paz”, que convocaron a  la nutrida comunidad hippie y a jóvenes pertenecientes a una generación que atesoraba la utopía de la liberación y la emancipación de los poderes hegemónicos de turno, luego de la impactante ebullición del emblemático Mayo Francés de 1968.

Por entonces, España aun vivía para la opresión del fascismo franquista, por lo cual este acontecimiento cultural debe haber significado mucho para Almodóvar y sus compañeros de peripecia generacional.

Aunque en esta película nadie hace ninguna mención explícita a un evento cultural que representó una auténtica rebelión de quienes por entonces repudiaban la sangrienta Guerra de Vietnam y practicaban el amor libre, la referencia a ese lugar debe ser interpretada necesariamente como una apelación autobiográfica por parte del realizador manchego.

En ese inmenso inmueble, que destila valga la redundancia paz a raudales, porque no se percibe ni siquiera un mínimo sónico que pueda perturbar a las inquilinas, transcurrirá el último tramo de la vida de la enferma y la experiencia de acompañamiento de su entrañable amiga, quien se alojará precisamente en la habitación de al lado, como lo señala el título de este relato.

Si bien parte del día ambas permanecen juntas y se acompañan mutuamente, la auto-eliminación se consumará sin previo aviso y la única señal perceptible que dará cuenta de un acontecimiento que ya será irreversible, es que la puerta de la habitación de la valiente Martha estará cerrada.

¿Cuál es en definitiva el sentido de hacerse acompañar por alguien, pese a que la decisión está tomada y es naturalmente irrevocable? Obviamente, sentirse cobijada en los últimos días de su vida por una persona que siente afecto por ella, ya que la única familiar biológica que tiene es una hija, con la cual no se entiende y con quien no se encuentra con frecuencia. Es decir, de algún modo, está sola en el mundo y de allí la necesidad de una compañía que le brinde afecto y contención afectiva y emocional.

El tercer personaje de este relato es Damian (John Turturro), quien encarna el papel de un intelectual académico, amante de Ingrid y ex pareja de Martha, que comparte el secreto con ambas. Se trata de un hombre inteligente e inquieto, que reflexiona en voz alta sobre el neoliberalismo depredador, los estragos provocados por la globalización y los desastres naturales generados por el cambio climático, que son una directa consecuencia de un modelo de desarrollo no sustentable que amenaza con aniquilar a la humanidad. En ese contexto, los diálogos con su novia constituyen, más allá de lo oportuno o no, auténticas válvulas de escape para evadirse del drama, que es el tema central de esta película.

Incluso, para Turturro, por más que su personaje es casi marginal, este filme significó un auténtico desafío porque le recordó la dolorosa experiencia de acompañamiento a su hermano Ralph, enfermo de cáncer y ulteriormente fallecido. En ese contexto, el actor evocó que, con la ayuda de un micrófono, solía imitar las voces de otras estrellas del cine con el propósito de distraerlo y así aliviar su dolor. “El dolor forma parte de la vida”, expresa el actor protagónico de la inolvidable “Barton Fink” (1991), el magistral drama de los hermanos Joel y Ethan Cohen, quien añadió que “cuando te haces mayor es más frecuente que no superes del todo una pérdida. Así que no te queda más remedio que incorporarla”.

En ese contexto, la película es un auténtico duelo interpretativo entre estas dos actrices realmente enormes por su talento y versatilidad, quienes encarnan a sus respectivos personajes femeninos con la intensidad dramática requerida.

No obstante, “La pieza de al lado” no es un mero film lacrimógeno ni nada que se le parezca, ya que plantea dos temas que están intrínsecamente imbricados: la muerte y la eutanasia. Incluso, el tercer tema que aborda este largometraje sería la libertad y, por consiguiente, el derecho a una muerte digna, aunque esta reflexión pueda parecer paradojal.

¿Por qué es paradojal? Porque la vida es el primer derecho humano consagrado por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas y por la legislación de la mayoría de los países, aunque en algunos casos exista la contradicción de la existencia de la pena de muerte, que es, sin dudas, un auténtico acto de barbarie. Obviamente, excluimos expresamente el derecho, en nuestro país legítimo, de interrumpir voluntariamente el embarazo, que ampara la libertad de la mujer a no parir, por más que las denominadas organizaciones pro-vida afirmen que se trata de un “asesinato”.

Esta película contrapone dos derechos radicalmente diferentes y que están en las antípodas. Uno de ellos es el derecho a vivir, inherente a todo ser viviente pero particularmente a los seres racionales, que son los humanos, por más que hay personas que se limitan a sobrevivir, porque sus peripecias biológicas transcurren en un contexto de pobreza y extrema y privaciones. En tanto, el otro derecho sería el derecho a morir o a morir dignamente, cuando la persona padece una patología terminal que solamente le depara sufrimiento. Se trata de un tema de singular complejidad, porque esta posibilidad está prohibida en la mayoría de los países del planeta e incluso, en la hipótesis de un suicidio asistido, existe casi siempre delito.

Esta es precisamente la coyuntura que presenta Pedro Almodóvar, en una película que destaca por su sensible y delicada sobriedad, que, para la protagonista, significa casi pasar de un sueño a otro, que es definitivo y sin ensueños.

En ese marco, el maestro manchego vuelve a emplear su acostumbrada paleta de colores intensos característica de toda su filmografía, con el propósito de minimizar la grisura de un drama que igualmente se respira, porque deviene melancolía.

Tanto la estructura como el desarrollo de “La habitación de al lado” contrastan radicalmente con una película sin dudas magistral sobre el mismo tema: “Mar adentro”  (2004), un film biográfico del también cineasta español Alejandro Amenabar, que se inspira en la historia real de Ramón Sampedro, un escritor y exmarino que se quedó tetrapléjico por un accidente ocurrido durante su juventud y permaneció postrado en una cama durante casi 30 años. En ese lapso, luchó denodadamente en los estrados judiciales, por su derecho a acceder a una muerte asistida. La actuación protagónica de Javier Bardem es realmente magistral.

Otro antecedente cinematográfico que acude a nuestra memoria es “Las invasiones bárbaras” (2003), el extraordinario y no menos crítico filme canadiense de Deys Arcand, un drama con algunos apuntes de comedia, que aborda la peripecia de un hombre que padece una patología terminal, quien decide reunir a toda su familia, incluyendo a sus amantes, en una finca de campo, para que lo acompañen en su último viaje, ayudado por una enfermera que le inyecta una sustancia letal que le permitirá descansar de tanto padecimiento.

El primero es sí es un relato realmente desgarrador, que trasunta realmente el sentido del drama del protagonista real de este episodio. En tanto, el segundo título, aunque también está signado por la tragedia, es una historia plagada de humor negro y de ácida crítica al capitalismo y a la mercantilización de la medicina.

En cambio, en la “La habitación de al lado”, que tiene un abordaje diferente, Pedro Almodóvar ensaya una suerte de mensaje aleccionador, en torno a la amistad, el cariño, la empatía y la piedad, en una situación realmente compleja. La película, más allá de la sutiliza y la sobriedad de su abordaje, es realmente emotiva, conmovedora y removedora.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

La habitación de al lado (The Room Next Doo). Estados Unidos/España/2024). Dirección: Pedro Almodóvar. Guión: Pedro Almodóvar, Sigrid Nunez. Fotografía: Eduard Grau. Música. Alberto Iglesias. Edición: Teresa Font. Reparto: Julianne Moore, Tilda Swinton, John Turturro, Alessandro Nivola, Juan Diego Botto, Esther McGregor, Alex Høgh Andersen y Victoria Luengo. 

 

 

 

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