El exilio compulsivo, el desarraigo, el visceral rechazo, la represión y la violencia expulsiva son los cuatro pilares temáticos de “La frontera verde”, el formidable filme testimonial de la realizadora polaca Agnieszka Holland, que indaga en las vicisitudes de las víctimas de la barbarie, mediante una impronta descarnada y de agudo realismo, que trasunta el padecimiento de las víctimas. La película obtuvo el Premio del Jurado del Festival de Cine de Venecia.
En este caso, la cineasta, de 75 años de edad, que en 1990 adquirió singular notoriedad por su potente filme testimonial “Europa, Europa”, que se inspira en la historia de Salomon Perel, un niño judío que sobrevivió al régimen nazi haciéndose pasar por un ario alemán, aborda otro tema sin dudas traumático de ahora y de siempre: la emigración compulsiva. Con esta nueva propuesta la directora confirma su predilección por abordar tópicos vinculados a las decisiones de los gobiernos que afectan particularmente las expoliadas poblaciones civiles del planeta, como el holocausto y la persecución política, entre otros.
Por cierto, la diáspora es ciertamente un tema que, en el pasado, laceró, con dramática intensidad, a la sociedad uruguaya, castigada radicalmente por el autoritarismo desde fines de la década del sesenta y comienzos del setenta del siglo pasado, cuando el despótico mandatario colorado Jorge Pacheco Areco decretó medidas prontas de seguridad a partir de 1968, lo cual devino en una cruda represión callejera, el asesinato de estudiantes, la ilegalización de partidos políticos y organizaciones gremiales y sociales, la militarización de funcionarios públicos y la censura de prensa.
A este componente eminentemente ideológico, se sumó la crisis económica instalada en la primera mitad de la década del sesenta. Esa corriente se intensificó obviamente durante la dictadura liberticida (junio de 1973- febrero de 1985) y, aunque luego de la renga reapertura democrática se verificó una corriente inversa marcada por algunos regresos, el fenómeno se volvió a potenciar sobre comienzos del siglo XXI, con la devastadora crisis económica y social que eclosionó en 2002. No en vano, se estima que la diáspora uruguaya suma 600.000 compatriotas.
Por supuesto, Uruguay siempre fue, desde su origen, un país de acogida, para españoles, italianos y ciudadanos de otras nacionalidades. En ese contexto, en la década del treinta del siglo pasado la Guerra Civil Española y la posterior instauración de la dictadura fascista de Francisco Franco, que se prolongó hasta su fallecimiento en 1975, generó una fuerte corriente migratoria de españoles hacia el Río de la Plata, con directo impacto en Uruguay.
Otro tanto sucedió con los judíos que llegaron a nuestro país, huyendo de la barbarie del nazismo instalada en Alemania a partir de 1933, que luego contagió a casi todo el continente europeo.
El fenómeno migratorio a nivel global siempre coincidió con guerras, dictaduras y hambrunas y ha sido recurrentemente registrado por el cine, en numerosos títulos que sería redundante evocar. Uno de ellos, tal vez el más reciente, que reseñamos para este portal, es “El último pub”, del iconoclasta cineasta británico Ken Loach, que narra la historia de un grupo de refugiados sirios, que huyen de la violencia instalada en su país. El relato pone particular énfasis en el rechazo que genera la presencia de estos extraños entre los lugareños de un pueblo minero en decadencia.
Por supuesto, el exilio también tiene un componente económico, particularmente en el caso de los africanos que huyen del hambre en sus países de origen y apuntan casi siempre a radicarse en Europa. Esa contingencia ha devenido en la aparición de partidos ultra derechistas francamente xenófobos, aunque este problema no es exclusivamente europeo, ya que también tiene como epicentro a los Estados Unidos, donde el nuevo triunfo del derechista Donald Trump, quien ocupará nuevamente el despacho oval de la Casa Blanca, augura nuevos ataques contra los migrantes latinos. No en vano, el multimillonario republicano se transformó, por segunda vez, en presidente de los Estados Unidos, luego de su contundente triunfo sobre Kamala Harris. El correlato es que, la mayoría del electorado norteamericano se pronunció por un xenófobo autoritario.
“La frontera verde” aborda el problema de la migración masiva por razones políticas centrado en la zona fronteriza entre Polonia y Bielorrusia, un país soberano que hasta 1991 formó parte de la disuelta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que es gobernado por Aleksander Lukashenko, quien ejerce el poder hace veinte años, luego de ganar las elecciones de 1994 e instaurar un socialismo de mercado. Posteriormente, fue reelecto en seis oportunidades aunque, según la oposición, los comicios fraudulentos. Además, es acusado de represión y violación a los derechos humanos, así como de connivencia con la Rusia de Putín.
Si bien por la escasa información disponible no podemos confirmar ni desmentir estas versiones, lo cierto es que miles de ciudadanos han abandonado el país, buscando refugio en países europeos, particularmente en la vecina Polonia, que, desde 1999, es miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la alianza militar liderada por los Estados Unidos desde la posguerra. Empero, los personajes ficticios de esta historia también son sirios, musulmanes y negros.
El largometraje, que está dividido en secciones numeradas, se inicia con la toma aérea de una zona boscosa de intenso color verde que es naturalmente simbólica y luego muta a un contundente blanco y negro que acompaña a todo el metraje.
Sobre ese paisaje vuela un avión abarrotado de migrantes, en el cual conviven varias nacionalidades y lenguas, como si se tratara de la bíblica Torre de Babel.
Aunque el contingente es tan diverso como numeroso, la cámara se posa sobre una familia de procedencia siria, antes naturalmente de la caída del dictador Bashar al-Assad y luego de una guerra civil de más de una década. Por supuesto, la composición de la coalición rebelde no augura nada mejor que el autoritarismo que ha sido hegemónico.
Este contingente está integrado por Bashir (Jalal Altawil)
y Amina (Jalal Altawil), quienes viajan junto al abuelo (Mohamad Al Rashi) y los tres hijos de la pareja. Cuando el mayor de ellos, un dulce niño preadolescente llamado Nur (Taim Ajjan), le pregunta a la mujer sentada entre él y la ventana si pueden intercambiar lugares para que él pueda disfrutar de la vista, se abre este pequeño círculo. Entra Leila (Behi Djanati Atai), una afgana de mediana edad que hace el viaje en solitario.
Aunque el núcleo familiar planea radicarse en Suecia, para llegar a esa nación nórdica antes debe trasponer otras fronteras. No en vano, la primera escala del avión es Bielorrusia, donde, en primera instancia, todo parece transcurrir con naturalidad, ya que el viaje está planeado de antemano, tanto en lo que concierne a las rutas como a los vehículos, que fueron previamente contratados.
Sin embargo, al arribar a bordo de furgonetas a la frontera con Polonia todo cambia, por el trato violento que los guardias de frontera bielorrusos le prodigan a la familia. En ese momento, abundan el maltrato, los gritos y las corridas y hasta los disparos de armas de fuego de tono intimidatorio. Incluso, los refugiados deben pasar a través de un cerco de alambre. Por supuesto, los interlocutores no logran entenderse porque ignoran las lenguas, lo cual incrementa la confusión y el caos.
Para cumplir con su propósito de llegar hasta Suecia, estas desdichadas personas deben pagar el peaje de pasar por Polonia, un país fronterizo que está en conflicto con Bielorrusia, porque el gobierno de esta nación es aliado a la Rusia de Vladimir Putín.
En ese marco, se transforman en víctimas de un álgido diferendo político entre Occidente y Oriente, que no se laudó con la descongelación de la Guerra Fría entre el bloque capitalista y el bloque comunista que hegemonizaron el planeta durante la segunda mitad del siglo pasado.
Sin rumbo y permanentemente hostigadas por los guardias de los dos países, estos seres humanos deben dormir a la intemperie y pasan hambre y sed. Incluso, deben pegar hasta por agua para seguir sobreviviendo, ya que los policías de frontera se aprovechan de su precaria situación para extorsionarlos. La película generó una airada protesta del gobierno polaco, que no toleró que se denunciara la corrupción.
Empero, la narración no se centra únicamente en esta familia, sino también en activistas políticos que se movilizan y trabajan para acoger a refugiados de otros lugares del planeta, como Julia, una joven psicóloga que, al presenciar una tragedia humana, decide dejarlo todo y ponerse a ayudar en la zona divisoria
Sin soslayar la represión a la cual son sometidos los migrantes, el film también observa la situación desde el otro lado, que es el de los presuntos verdugos. No en vano, se centra en la peripecia de un guardia de frontera, que está literalmente estresado por su trabajo y por el cumplimiento de sus obligaciones y de las directivas de sus superiores, que no siempre comparte.
Para graficar ese complejo paisaje humano, la directora Agnieszka Holland, junto a su equipo de producción, entrevistó a guardias de fronteras, quienes, con las obvias reticencias del caso, se prestaron a dar su testimonio en torno a la gravedad de la situación.
Este film contiene varias historias y numerosos personajes, cuyas peripecias se entrecruzan para conformar un corpus dramático dado por una situación de total indefensión, que permite, sin mucho esfuerzo, evocar los estragos de la Segunda Guerra Mundial, por más que en este caso la violencia sea moderada.
No obstante, la que no es moderada es la violencia psicológica que padecen los aspirantes a refugiados, que, a la sazón, se transforman en víctimas del conflicto entre dos países que representan a otros tantos bloques que se disputan la hegemonía geopolítica, como sucedía, en el pasado, con Estados Unidos y la Unión Soviética.
Esta situación se ha tensado aun más desde el comienzo de la invasión rusa a Ucrania y a raíz del apoyo de occidente los invadidos han podido conservar parte de su territorio.
Obviamente, pese a la información difundida, que a menudo es contradictoria, se trata de una guerra en la cual está nuevamente en juego el poder, las apetencias territoriales y hasta la dimensión económica, que sigue siendo la que prevalece.
Pese a la sobriedad de su abordaje en un tema que sin dudas se prestaba a los excesos, la película trata descarnadamente el drama de los migrantes y los refugiados, que es real aunque los circunstanciales personajes –adultos jóvenes, niños y ancianos- sean ficticios. En este caso, no se oculta nada. Por eso, abundan la violencia, el maltrato, la discriminación, las privaciones y hasta el hambre, de personas cuyo único “pecado” es aspirar a iniciar una nueva vida lejos del infierno del autoritarismo y la guerra.
El extenso relato, que tiene un formato casi documental, no pontifica ni incurre en la recurrente tentación panfletaria. Al respecto, se limita a describir minuciosamente las vicisitudes de estas personas, que en casi todos los lugares transitados se sienten rechazadas únicamente porque proceden de regiones problemáticas y turbulentas,
La realizadora polaca, que tiene una reputación consolidada en base a su producción de cine eminentemente testimonial, no se limita a narrar los meros eventos, sino que también describe el perfil psicológico de los personajes, emocionalmente impactados por todo lo que les sucedió en el pasado y les está sucediendo en el presente, cuando pensaban que el infierno padecido ya era historia y finalmente habían alcanzado la utopía de la libertad.
Este admirable largometraje es producto de mucho trabajo de investigación y de campo, ya que con la información disponible, que es casi siempre sesgada, no es posible componer un cuadro que retrate fehacientemente lo que está realmente sucediendo.
“La frontera verde” corrobora que, en pleno tercer milenio, la barbarie, que toda la humanidad creía superada luego de la extinción de las hogueras de por los menos cuatro cruentas guerras que oscurecieron el horizonte histórico del siglo pasado, sigue martirizando al homo sapiens, por razones políticas, ideológicas, étnicas y, naturalmente, económicas.
Esta película es un formidable fresco humano de inconmensurable emotividad y soberbia factura artística, que reflexiona sobre la supervivencia en condiciones extremas, el autoritarismo, el abusivo ejercicio del poder, el coraje y hasta la solidaridad de quienes de comprometen con el otro sin pedir nada a cambio y aprendieron muy bien la lección que deparó la pandemia.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
FICHA TÉCNICA
Frontera verde (Zielona Granica). Polonia, Francia, República Checa, Bélgica 2023. Dirección: Agnieszka Holland.
Guion: Gabriela Lazarkiewicz-Sieczko, Maciej Pisuk, Agnieszka Holland. Fotografía::Tomasz Naumiuk. Música: Frédéric Vercheval. Música: Tomasz Naumiuk. Montaje:
Pavel Hrdlička. Reparto: Jalal Altawil, Maja Ostaszewska, Behi Djanati Atai y Tomasz Włosok.
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