“Stella, una vida”: La mutación de víctima a victimaria

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La inenarrable pesadilla del nazismo, que devino inexorablemente en tragedia, el enfermizo odio racial, la violencia visceral, la cruda represión y  la barbarie autoritaria son los cinco ejes temáticos que desarrolla “Stella, una vida”, el conmovedor y removedor film del realizador alemán Kilian Riedhof, que narra la historia real de una judía que de víctima del nazismo devino en victimaria.

El film aborda el lacerante drama de la comunidad judía en la Alemania nazi, aunque sin la crudeza de una obra mayor como

 “Zona de interés”, ganadora del Oscar a la Mejor Película de habla no Inglesa 2024, del cineasta germano Jonathan Glazer -reseña que puede leerse en esta publicación – ni la abominación retratada en la memorable “El pianista”, del maestro polaco Roman Polanski y “El hijo de Saúl”, el magistral film del cineasta húngaro László Nemes, y, por supuesto, en la antológica “La lista de Schindler”, obra mayor del laureado Steven Spielberg.

Empero, está película está ambientado en un crudo contexto de persecución antisemita, que se inició en la primera mitad de la década del treinta del siglo pasado, cuando llegó al poder el demente dictador Adolf Hitler.

Sin embargo, como otros títulos de idéntica temática, este film soslaya toda referencia a los antecedentes que devinieron en el estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania invadió Polonia el 1º de setiembre de 1939,  y, como respuesta a esta agresión militar, Gran Bretaña y Francia le declararon la guerra. Sin embargo, pocos meses antes, concretamente el 15 de marzo, las tropas germanas ya habían invadido el territorio de Checoslovaquia, país al que anexaron en el marco de su proyecto expansionista.

Como se sabe, esta demencial conflagración bélica se extendió hasta 1945, luego de los dos holocaustos nucleares de Hiroshima y Nagazaki del 6 y el 9 de agosto, que derivaron en la total rendición de Japón, que integró el denominado Eje junto a la Alemania nazi y la Italia fascista. Previamente, el 5 de junio de

1944, se concretó el desembarco de los aliados en Normandía, lo cual inició la ofensiva en el frente occidental, mientras los rusos avanzaban y avasallaban a las tropas de Hitler en el frente oriental. En ese contexto, el 8 de mayo de 1945, el ejército alemán se rindió ante las fuerzas aliadas y soviéticas, culminando definitivamente con una larga pesadilla, que derivó en el asesinato de seis millones de judíos, que fue históricamente conocido como el holocausto judío.

Fue una de las peores expresiones de  odio racial que registra la memoria colectiva, que no se apagó totalmente con la derrota de los nazis y el epílogo de la más sangrienta confrontación bélica de la era contemporánea.

En efecto, aun hoy existen partidos y organizaciones de ultraderecha en Europa, que pregonan el antisemitismo y otras expresiones de segregación por razones étnicas, en muchos casos en clave de violencia. El objetivo de estos dementes, además de los judíos, suelen ser los inmigrantes extranjeros, particularmente los procedentes de África, América Latina y Oriente Medio, quienes huyen de las guerras o del hambre y las privaciones.

“Stella, una vida”, película ambientada naturalmente en la década de cuarenta, narra la historia real Stella Goldschlag, encarnada por la formidable actriz alemana Paula Beer. La protagonista es una hermosa cantante de jazz germana, que sueña con transformarse en una estrella e incluso trascender fronteras. En su trabajo cotidiano esta mujer, junto a su amigo, Manfred Kübler (Damian Hardung), interpreta canciones de Cole Porter y de otros grandes referentes de la época.

Seducidos por su arte y por su libertad creativa a interpretativa, los integrantes del grupo parecen ignorar que en su país se está registrando una mutación política y social de perfiles siniestros.

En efecto, mientras crece el horror, los jóvenes siguen adelante como si nada estuviera sucediendo, porque su indiferencia los transforma, momentáneamente, en actores de reparto de la dantesca tragedia que se está instalando lentamente en una nación fanatizada.

Antes, Adolf Hitler había llegado al poder mediante un acuerdo político, merced a que su Partido Nacional Socialista Obrero Alemán se transformó en el más votado y por la actitud pusilánime de otros actores de la época, que no advirtieron el riesgo que se le otorgara el gobierno a una organización radical y fanatizada, que creció a expensas de la crisis social y económica y el descontento popular parido por las sanciones y restricciones que se aplicaron a Alemania en el marco del Tratado de Versalles suscripto por los aliados triunfadores y de la ulterior debacle de la Gran Depresión devenida de la crisis global de 1929, que contaminó a todo el planeta.

En ese marco, Hitler asumió el poder y abolió la democracia alemana, instalando una terrible dictadura genocida que se prolongó hasta su suicidio y caída, cuando las tropas rusas irrumpieron en Berlín, luego de una incontenible ofensiva que hizo añicos a los militares alemanes.

Aunque el horror crecía incesantemente desde la primera mitad de la década del treinta y alcanzó su primer pico en 1938 con la dantesca jornada denominada la Noche de los Cristales Rotos, que culminó con la detención de miles de judíos, asesinatos y destrucción y vandalismo de comercios, la protagonista seguía indiferente a su situación, como si esto no estuviera sucediendo.

Sin embargo, ella era tan judía como otras personas que estaban siendo objeto de agresiones, de torturas, de detenciones masivas e incluso de desapariciones, como sucedió en Uruguay durante la década del setenta y la primera mitad de la década del ochenta, en la dictadura cívico militar de corte fascista que detentó el poder absoluto durante doce años de espanto.

Aunque la diferencia de escala es obvia y tampoco puede parangonarse al genocidio perpetrado por el gobierno autoritario que padeció Argentina ni a la feroz dictadura de tirano chileno Augusto Pinochet, Uruguay también padeció su propia pesadilla, tiene sus muertos, sus desaparecidos y tuvo sus torturados, muchos de los cuales aun viven.

La ideología de los militares que tomaron el poder en nuestro país, con el auspicio de más de dos centenares de civiles blancos y colorados, era la misma de los nazis, que, además de antisemitas, eran también rabiosamente anti-comunistas. Esta patología no está definitivamente enterrada en el planeta y tampoco en Uruguay, donde hay un partido político como Cabildo Abierto que reivindica y justifica todo lo que pasó e incluso algunos núcleos minoritarios de los partidos tradicionales, en los cuales subyace el odio visceral hacia toda expresión de izquierda.

En la Alemania de la época en la cual está ambientada esta película existía una organización muy similar al Servicio de Información de Defensa (SID), que operó durante la dictadura uruguaya en materia de inteligencia: la Gestapo, que era la Policía Secreta del Estado por su denominación en alemán, que funcionó bajo el paraguas de la tristemente célebre SS, una suerte de máquina de picar carne que fue el más potente brazo armado de la dictadura nazi.

La función de la Gestapo, cuyos miembros eran bien reconocibles por lucir sombrero y vestir gabardinas de color oscuro, era desarrollar tareas de espionaje, de inteligencia y de contrainteligencia, con el propósito de identificar a los eventuales enemigos del régimen, detenerlos, someterlos a apremios físicos hasta que revelaran lo que sabían y hasta matarlos.

Estos patéticos personajes se tornan recurrentes en casi todo el desarrollo de la película y, en ese contexto, el objetivo son las familias judías alemanas y las de los otros países ocupados por el imperialismo nazi.

Empero, la joven conserva una actitud inicialmente pasiva pese a lo que está sucediendo en torno a ella, hasta que sus padres la ponen al tanto de la situación y del riesgo que corren, si son identificados como pertenecientes a la comunidad semita.

En esas circunstancias, es muy importante su vínculo con el falsificador de pasaportes Rolf Isaacson (Jannis Niewöhner), quien se dedica a adulterar documentos con el propósito de lograr que centenares de judíos logren abandonar el país antes que el aparato del estado caiga sobre ellos con el máximo rigor y los mate o los envíe a campos de concentración, que eran verdaderos centros de exterminio.

Antes de ingresar en un auténtico torbellino de emociones, la protagonista deviene de esplendorosa cantante y de hermosa mujer rubia y con ojos azules como lo marcaría el ideal de la raza aria entronizada por los nazis, a esforzada trabajadora industrial.

Sin embargo, luego de su utopía artística que devine en actividades laborales nada emparentadas con su talento para el arte de cantar, esta mujer realmente ambigua asume que el desafío de sobrevivir a los estragos provocados por una ideología patológica que no entiende ni se preocupa por entender. Por supuesto, tampoco la película ingresa en inconvenientes lucubraciones filosóficas o sociológicas para explicar los códigos del demencial mesianismo que contaminó a millones de alemanes, que no fueron únicamente los que rodearon al führer (guía en alemán)  Adolfo Hitler, sino a gente común que creyó que ese aparato político le permitiría a Alemania recuperar su grandeza del pasado y superar las lacerantes heridas heredadas de la Primera Guerra Mundial y del humillante Tratado de Versalles.

Obviamente, este no es el propósito de la película, que no es un ensayo político, sino un retrato del drama que vivió la comunidad judía y todos aquellos que se opusieron a la prepotencia y al despotismo. Es, en efecto, una crónica de la tragedia con un menor grado de crudeza si la comparamos con las antes mencionadas “La Lista de Schindler”, “El pianista” o “El hijo de Saúl”.

En este caso concreto, el personaje femenino, que es un personaje real y no producto de la mera ficción cinematográfica o literaria, es realmente ambiguo, ya que es, a la vez, víctima y victimaria.

En efecto, luego de ser capturada junto a sus padres y sometida a terribles torturas con el propósito que revele la identidad de otros judíos, tal vez por razones de supervivencia e incluso para salvar a sus progenitores, opta por colaborar con el régimen y traicionar a sus compañeros de peripecia.

En ese contexto, la película deviene por momentos en thriller, ya que cada encuentro callejero o en bares y restoranes de esta mujer termina con un arrestado por parte de la Gestapo. Es, como se suele calificar en el lenguaje del espionaje, una doble agente o bien una quinta columna, porque todos los judíos devenidos en víctimas confiaban en ella hasta que descubrieron la verdad.

A raíz de esa extraña mutación, la segunda mitad de la película se transforma en una intriga cargada de suspenso y ritmo por momentos trepidante, con la protagonista devenida en victimaria de su propia gente a la cual “marca” con el único procedimiento del encuentro en un lugar público, que puede ser una calle, una plaza o bien un establecimiento gastronómico.

Una de las intrínsecas virtudes del director y guionista Kilian Riedhof es estructurar un relato despojado de todo eventual juicio de valor en torno a aspectos éticos, con respecto a la conducta de este mujer que, con el tiempo, se transformó en un ser humano deleznable, pese a que no cumplió con el objetivo que se proponía, ya que los nazis enviaron a sus padres al campo de  exterminio de Auschwitz, donde fueron asesinados.

¿El instinto de supervivencia justifica una actitud tan aviesa e impregnada de inmoralidad como la asumida por esta mujer? Ese es un interrogante que corre por cuenta de la audiencia y no del cineasta, que se limita recrear lo que realmente sucedió sin pretensiones pontificadoras.

Empero, cerca del epílogo una escena en la cual la protagonista baila contra su voluntad con un militar nazi que antes la torturó hasta la extenuación, constituye una expresión de complicidad o de mera sumisión ante tanta violencia y degradación humana.

Es muy factible que la comunidad judía experimente una reacción de rechazo a una película sin dudas polémica, porque exhuma a un personaje femenino realmente siniestro que comulgaba la religión judía, más allá que no era de origen semita. Empero, esta película, que destaca también por su cuidadosa ambientación es, sin dudas, un aporte a la reflexión muy necesario, con el propósito de decodificar y reconstruir la verdad histórica, con sus eventuales luces y sombras.

Un activo sin dudas muy importante de esta valiosa propuesta cinematográfica de acento  testimonial, es la actuación protagónica de la formidable Paula Beer, quien encarna a su personaje con su acostumbrado talento histriónico, desnudando todas sus contradicciones, ambigüedades, fortalezas y vulnerabilidades.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

 

FICHA TÉCNICA

Stella, una vida (Stella. Ein Lieben), Alemania-Suiza-Austria-Reino Unido/2023). Dirección:Kilian Riedhof. Guión Marc Blöbaum, Jan Braren y Kilian Riedhof. Fotografía: Benedict Neufels. Música: Peter Hindertür. Edición Andrea Mertens. Reparto: Paula Beer, Jannis Niewöhner, Katja Riemann, Lukas Miko y Bekim Latifi. 

 

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