“Un completo desconocido”: Crónica de un icónico transgresor

Tiempo de lectura: 9 minutos

 / La música como expresión artística pero también como mensaje político, denuncia y compromiso con la lucha por la dignidad, la justicia social, la liberación y la emancipación es el disparador temático de “Un completo desconocido”, la biografía ficcionada del versátil realizador James Mangold, que indaga en los primeros años de la carrera del icónico compositor y cantante estadounidense Bob Dylan.

La película se centra en la primera mitad de la década del sesenta del siglo pasado, cuando se inició la meteórica trayectoria de un artista que sigue vigente a los 83 años de edad, luego de haber cosechado éxitos y premios durante más de seis décadas, incluyendo el Premio Nobel de Literatura en 2016 por su producción poética. Es el único compositor en haber que obtuvo el preciado galardón, que siempre se otorga a escritores.

Bob Dylan, a quien todas las personas de mi generación identificamos como un autor de protesta, aunque luego su trabajo haya mutado hacia otras propuestas, es un típico producto de la década más fermental del siglo pasado, por su militancia por la paz, la libertad y contra las agresiones imperialistas perpetradas por los Estados Unidos en todo el planeta.

Por supuesto, su irrupción en la escena artística coincidió en el tiempo con el auge del movimiento hippie, una corriente contracultural y realmente libertaria que pregonaba el amor libre, la paz, el consumo de drogas, algunas de ellas alucinógenas, y también la vida en contacto con la naturaleza y fuera del circuito de consumo del sistema capitalista hegemónico.

Naturalmente, en materia musical, se inclinaban masivamente por el rock clásico, aunque también adherían a otros estilos artísticos como el folk, en su impronta más contestataria. Por su parte, en lo estrictamente político, si bien no se alineaban con ningún partido, profesaban una ideología identificada con el anarquismo u otras vertientes de la izquierda radical.

Por supuesto, esa turbulenta década del sesenta, que está intrínsecamente identificada con Bob Dylan y con otros emblemas de la música, estuvo cruzada por acontecimientos violentos, como los asesinatos del presidente John Kennedy, el de su hermano Robert Kennedy, el del pastor bautista Martin Luther King y el del activista negro por los derechos humanos y civiles Malcolm X. Este último fue un crimen racista, característico de un tiempo histórico de cambios, como la habilitación del voto negro en 1965, durante la presidencia de Lyndon Johnson.

Otro acontecimiento sumamente influyente de la época fue la Guerra de Vietnam, y, en ese contexto, el envío de tropas norteamericanas a la Península de Indochina para apoyar el régimen derechista instalado en el Sur de ese país y combatir a las tropas del Norte y a los guerrilleros comunistas Viet Kong, que eran apoyados y aprovisionados por China y la Unión Soviética.

Todos estos episodios influyeron en forma determinante en las temáticas abordadas por los músicos, en plena Guerra Fría entre ambas potencias hegemónicas y con dictaduras cobijadas por la Casa Blanca que se expandieron en toda América Latina.

Las letras de Dylan, que siempre fue consecuente con sus ideas, incorporan una variedad de temas sociales, políticos, filosóficos y literarios que desafiaron la música pop de la época, apelando a la matriz contracultural inspirada por Woody Guthrie, Robert Johnson, Hank Williams y hasta Johnny Cash.

De su genio musical emergieron composiciones que exploran inicialmente el folk, pero también el rock, el blues, el country y el góspel. Esa policromía creativa lo transformó en un auténtico referente para varias generaciones de fans, que vieron en él no sólo a un artista sino también a un emblema contestatario.

Esa poética del desencanto también fue y es una poética de la esperanza y de la utopía, que pregonan aquellos que sueñan con una sociedad y un mundo sin explotadores ni explotados y sin privilegiados ni excluidos.

Todo eso representó y en algunos casos representa Bob Dylan, a cuya personalidad se asoma esta película de impronta biográfica, que, como en toda versión ficcionada, se toma muchas libertades para narrar algunos hechos de la vida real.

En ese marco, el exitoso actor Timothée Chalamet, que se transformó en un ídolo de las nuevas generaciones por su papel protagónico en los taquilleros largometrajes de cienciaficción “Dune” y “Dune 2”, encarna a un muy joven Bob Dylan, quien arribó en 1961 a Nueva York, la cosmopolita mega urbe de un país en plena ebullición y atravesado por agrios conflictos subyacentes. Con apenas su guitarra, su armónica y sus partituras a cuestas, este “perfecto desconocido” como reza el títulos de este largometraje, se interna en las entrañas de este auténtico enjambre humano no precisamente para conquistarlo ni para hacerse famoso, sino con el propósito de concurrir al hospital donde, en una solitaria cama, yace casi inmóvil su gran ídolo y prócer del folk Woody Guthrie (Scoot McNairy), quien padece una patología terminal que le impide incluso hablar. Es tan patético el panorama que realmente conmueve.

Junto al enfermo en ese ruinoso nosocomio donde los pacientes parecen desatendidos y olvidados, está Pete Seeger (Edward Norton), otro ícono musical de la época, quien, al igual que el ídolo caído, se conmueve cuando Bob Dylan comienza a cantar, para homenajear a su maestro.

De algún modo, ese episodio, que tiene mucho de ficción, marcó un punto de inflexión en la naciente carrera del célebre referente y compositor de folk, que, en lo sucesivo, comienza a actuar en locales y a participar en conciertos individuales y colectivos que coadyuvaron a cimentar la primera etapa de su periplo artístico.

Desde el comienzo, Dylan impacta a las audiencias por su intrínseco talento y su vuelo poético, en un género tan tradicional como el folk, pero impregnado de un mensaje desafiante que, por su osadía, remueve la sensibilidad de los más jóvenes, ávidos de innovaciones creativas e imbuidos de espíritu revolucionario.

A ello se suma la aparición de otras figuras paradigmáticas de esta corriente artística, como una muy joven Joan Baez ((Monica Barbaro), quien cautiva al protagonista con su brillantez interpretativa, su rebeldía y, naturalmente, con su belleza. El relato pone el foco sobre el probable romance entre Dylan y Baez, que no fue tan tórrido como se describe en esta película y también enfatiza en los escenarios que compartieron ambos, que, tal vez, sintonizaban más en lo artístico que en lo afectivo, aunque fue un romance muy efímero.

Empero, en esta película el protagonismo de Dylan es realmente superlativo, así como su meteórica carrera rumbo al éxito, que pasa de actuaciones en pequeñas salas y hasta buhardillas subterráneas a los estudios de grabación, que comienzan a producir sus primeros trabajos discográficos y así a expandir el ascendente prestigio de este referente cultural.

James Mangold indaga en los conflictos del joven Dylan y hasta ingresa en su vida íntima con Joan Baez y con su novia Suze Rotolo (Elle Faning), presuntamente una de sus misas inspiradoras. Los celos entre ambas generan situaciones de singular tensión, aunque Dylan parece bastante más preocupado por su carrera que por su vida afectiva. No en vano, en una de las escenas domésticas, mientras la ardiente Joan Baez lo espera en su alcoba por supuesto para tener sexo, el artista se sienta a componer con su guitarra, como si estuviera sólo.

Es obvio que el protagonista tiene claro que su arte es más importante que su propia vida privada, porque está radicalmente ensoberbecido por la celebridad y no renuncia a su pedestal.

El vínculo entre el cantautor y el público deviene en devoción, cuando miles de voces corean  “The Times They Are A-Changin”, uno de los temas más clásico de Bob Dylan, que es una suerte de versión adaptaba y cuasi iconoclasta del Sermón de la Montaña pronunciado por Jesús de Nazareth ante su comunidad de fieles. Se trata de un auténtico manifiesto ético, social y político que proclama un cambio profundo e inevitable, el cual, con el tiempo, transformará a los perdedores en ganadores.

Si bien esta canción no tiene una impronta religiosa sí posee una intensa densidad espiritual y por cierto muy esperanzadora, porque avizora una transformación profunda de la realidad, acorde con la prédica de una generación que hizo de la revolución una suerte de paradigma irrenunciable.

En esta perenne página musical que pasó a la historia, está condensada la prédica ideológica de Dylan y de sus compañeros de ruta, que se abren camino, por supuesto con grandes dificultades, en una sociedad salpicada de acechanzas, pero también de violencia, de prepotencia y de segregación.

Como esta película recrea la peripecia del autor en un espacio temporal que reconstruye apenas la primera mitad de la década del sesenta, hay acontecimientos que están ausentes y no son mencionados y tampoco evocados, ni siquiera subliminalmente.

Sin embargo, no faltan referencias bastante explícitas a la denominada Crisis de los Misiles de 1962, cuando la instalación de plataformas para el lanzamiento de proyectiles nucleares en Cuba estuvo a punto de originar una guerra atómica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. El conflicto fue desactivado a tiempo, luego del acuerdo alcanzado por el presidente John Kennedy y el gobernante soviético Nikita Jrushchov. La tensión entre ambas potencias generó en los estadounidenses una suerte de psicosis colectiva por el lógico temor a una eventual conflagración nuclear, que es recreada en la película con una acento si se quiere bastante más irónico que dramático.

Por supuesto, otro episodio que no es soslayado aunque solamente es explicitado a través de informativos televisivos, es el asesinato del presidente John Kennedy, acaecido el 22 de diciembre de 1963, en Dallas, en plena campaña electoral. El aciago suceso, que fue atribuido a una suerte de lobo solitario llamado Lee Harvey Oswald, que luego también fue ultimado, sigue rodeado del más absoluto misterio, porque la hipótesis no se sostiene.

Empero, la mención a estos dos hitos no desvía el foco del relato, que siempre está centrado en el mensaje ideológico del autor y, por supuesto, en su impronta creativa, con un nuevo y crucial punto de inflexión que se registra en el Festival de Folk de Newport (Rhode Island) de 1963, cuando el cantautor decepciona a sus seguidores al abandonar los instrumentos acústicos y cambiarlos por eléctricos, lo cual es considerado casi como una suerte de traición. Esa situación genera agrias disputas e incluso hasta incidentes, cuando la muchedumbre le exige al ídolo que baje del escenario o vuelva a su matriz creativa original. Este cambio coincide con la grabación de otra canción célebre que pasó a la historia: “Like a Rolling Stone”, concebida e interpretada mediante una impronta eléctrica y roquera.

“El perfecto desconocido” recrea el periplo de vida de un destacado artista real en el primer tramo de su exitosa carrera, sin soslayar su perfil humano, sus conflictos afectivos, sus rupturas, encuentros y desencuentros y hasta su intrínseco narcisismo, que parece no ceder ni siquiera por el vínculo con un referente como Johnny Cash, otra figura icónica de la escena musical norteamericana.

Obviamente, hay una clara reivindicación de la libertad creativa, que sintoniza perfectamente con su concepto de libertad, de autonomía ideológica y obviamente de emancipación, en un tiempo histórico de fervor revolucionario que, con el tiempo, se fue marchitando lentamente hasta desaparecer. No en vano sesenta años después, Estados Unidos está estancado, por voluntad de sus propios electores, en un una suerte de pantano regresivo, luego de la elección, por segunda vez, del ultraconservador y fascista presidente Donald Trump.

Esa compulsión colectiva a recuperar la matriz más reaccionaria de su pasado, está distante a años luz del destello de esperanza que se instaló en la década del sesenta del siglo pasado, cuando se avizoraba un cambio profundo de mentalidad que le permitiera al país transformarse en una sociedad más igualitaria y tolerante.

Bob Dylan fue, desde su lugar, uno de los paradigmas de esa impronta transformadora y verdaderamente libertaria que impregnó al imaginario colectivo de una época caracterizada por la efervescencia, la pasión y el entusiasmo.

Aunque en mi opinión personal la película deja gusto a poco porque sólo recrea una época tan rica en forma epidérmica, sin profundizar en los conflictos de una sociedad que por entonces estaba radicalmente polarizada, igualmente rescata la dialéctica del mensaje del gran Bob Dylan, que ha perdurado en el tiempo por su impronta intrínsecamente emancipadora, más allá que en el presente asistimos a un escenario mundial signado por la incertidumbre y por la dictadura del mercado.

No en vano, algunas de las canciones de Dylan se transformaron en auténticos himnos generacionales, que fueron reproducidos y cantados como una suerte de consigna o como auténticos alaridos de rebeldía, en un contexto en el cual era habitual la criminalización de la protesta, no sólo en los Estados Unidos sino también en las naciones latinoamericanas, aherrojadas por abominables dictaduras criminales que operaron, durante las décadas del sesenta y el setenta, bajo el paraguas del imperio.

Más allá de su eventual rigor histórico, este largometraje marca un mojón en lo que atañe a la recuperación de la memoria y la recreación de la utopía emancipadora, que hoy parece cada vez más distante, porque naufragó amargamente con el devenir del tiempo y con las mutaciones geopolíticas.

Pese a que Timothée Chalamet reproduce casi a la perfección el clásico sonido nasal de la voz de Dylan, su interpretación en el rol protagónico no parece demasiado convincente. Esa circunstancia le resta algo de brillo a una película que tiene un sesgo claramente testimonial y documental, más allá de su mixtura entre realidad y ficción. Empero, pese a todo, la musicalización es una suerte de disfrute para quienes nos sentimos admiradores del icónico cantautor y compartimos su mensaje ideológico, su ética y sus convicciones.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

FICHA TÉCNICA

Un completo desconocido (A Complete Unknown). Estados Unidos 2024). Dirección: James Mangold. Guión: James Mangold y Jay Cocks. Fotografía: Phedon Papamichael. Edición: Andrew Buckland y Scott Morris. Reparto: Timothée Chalamet, Edward Norton, Monica Barbaro, Elle Fanning, Boyd Holbrook, Scoot McNairy.

 

 

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