La estrategia de China

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  Fernando Delage / En algún momento entre 2003 y 2004, el mundo dejó de preguntarse si China se había convertido o no una gran potencia; abiertamente se le empezó a tratar como tal. Se asumió que la República Popular no era sólo un gigante demográfico cuya economía llevaba dos décadas y media creciendo a un alto ritmo sostenido. Ya no podía obviarse por más tiempo que ese crecimiento tenía unas implicaciones internacionales. El extraordinario grado de apertura de su economía al exterior y la adhesión a la Organización Mundial de Comercio en 2001 aceleraron la integración de China en la economía global y le dieron en 2004 el cuarto mayor PIB del planeta; ya era el tercero en 2007.

El impacto global del ascenso chino no es, sin embargo, sólo económico. Por las mismas fechas Pekín ejercía un activismo diplomático desconocido hasta entonces que revelaba su decisión de ejercer una mayor influencia política. De Sudán a Irán, de América Latina a Corea del Norte, China se ha convertido en un actor con el que ya no se puede dejar de contar. Esa creciente proyección política se ve reforzada asimismo por la mejora de las capacidades militares chinas, cuya finalidad inquieta tanto a sus vecinos como a Estados Unidos. Por lo demás, en su nueva estrategia internacional Pekín tampoco ha olvidado la dimensión cultural y de “soft power”, demostrando un buen conocimiento de las fuerzas globales.

El creciente peso económico, diplomático, militar y cultural chino atrae la atención del resto de las potencias. Gobiernos y estrategas de medio mundo valoran el alcance del nuevo poder chino, así como sus efectos sobre el equilibrio regional y global. Pero ese esfuerzo de análisis será siempre incompleto si no parte de las motivaciones de sus dirigentes, de las opiniones de sus estrategas (por cierto cada vez más plurales) y tiene en cuenta la suma de factores que influyen en las decisiones. En grandes líneas, el contexto de la política exterior de Pekín viene definido por: (a) la percepción china del mundo y de su propio papel en el sistema internacional; (b) los elementos externos que determinan la diplomacia china, en particular su relación con Estados Unidos y con sus vecinos asiáticos; y (c) por último, las circunstancias políticas, económicas y sociales internas.

Los observadores del ascenso chino dedican buena parte de sus análisis a discutir si China es una potencia revisionista o una potencia defensora del status quo. El veredicto tendrá quizá que esperar a una China plenamente consolidada en su poder internacional, lo que de mantenerse la actual trayectoria podrá estar cerca de conseguir hacia mediados de siglo. A fecha de hoy, tanto el comportamiento de Pekín como las declaraciones de sus líderes permiten pensar que China no pretende en absoluto una ruptura del sistema internacional (cuestión distinta es que prefiera un mundo multipolar). Más que intentar cambiar el sistema internacional, lo que está demostrando es una gran capacidad para utilizarlo de manera que responda a sus propios objetivos.

Los dirigentes chinos eran conscientes de que su cada vez mayor poder económico estaba transformando el perfil internacional de la República Popular, mientras que los cambios en el sistema internacional también exigían una reconsideración de su percepción del mundo. Tres décadas de reformas habían producido una China muy diferente, al tiempo que la implosión de la Unión Soviética había transformado el equilibro político mundial. Los líderes chinos se vieron obligados a gestionar la emergencia de su país como gran potencia, y a hacerlo en el contexto de una transformada estructura de poder internacional.

El resultado de esa evolución es una China que está desarrollando intereses estratégicos globales y, por tanto, ha venido a depender de ese sistema internacional. Como señaló Jiang Zemin en su último informe como secretario general del Partido Comunista en 2002, las próximas dos décadas proporcionan a China una “oportunidad estratégica” (zhanlue jiyu) que “no se puede dejar pasar”. Pekín debe concentrarse en su modernización económica y militar, evitar conflictos innecesarios y ganar prestigio y poder internacional. China, es cierto, puede sentirse incómoda con la idea de un orden mundial dominado por Estados Unido; sin embargo, no intentará transformarlo mediante el uso de la fuerza: un sistema internacional estable es la condición indispensable para asegurar su crecimiento así como un mayor status diplomático. China ha aprendido de este modo a utilizar el sistema internacional como parte de su estrategia de desarrollo: “si asciende dentro del sistema en vez de aspirar a transformarlo, no sólo tendrá una mayor influencia en la definición futura del sistema internacional, sino que además será más probable que el auge de China se produzca de manera pacífica”.

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