El amor, el desamor, la pérdida irreparable y la agobiante carga de la culpa son apenas cinco de los elocuentes ejes temáticos que propone “Y la nombraron mujer”, el libro de relatos de la escritora Léonie Garicoits, que fue publicado por Editorial Yaugurú
Este trabajo literario es bastante más que un mero libro que narra historias de mujeres. Es, ante todo, un auténtico catálogo de sensaciones, sentimientos y experiencias existenciales, casi siempre signadas por la amargura.
En ese contexto, la clave es observar al mundo desde una dimensión intrínsecamente femenina, sin que ello suponga una suerte de militante manifiesto feminista.
La autora asume, no sin razón, que la sensibilidad de la mujer es radicalmente diferente a la del hombre, por razones biológicas, psicológicas, empíricas y hasta sociológicas.
Empero, no soslaya que la realidad es siempre una construcción colectiva, marcada por pautas inexorablemente vinculares y relacionales.
En esta selección de relatos concebidos en prosa poética, Léonie Garicoits dota a sus personajes femeninos del coraje indispensable para vivir y aun para sobrevivir, más allá de eventuales contingencias adversas.
Esas inflexiones emocionales, que conmueven y a la vez remueven, están presentes ya en la primera narración, sugestivamente intitulada “Sola”. En este cuadro existencial, que está narrado en tercera persona, subyace la angustia de la soledad, la pérdida y el más absoluto de los desencantos.
No menos contundente es “Rincón”, que trasunta todo el drama que origina el advenimiento de la vejez, la cual deviene padecimiento, dependencia, aislamiento y hasta marginación.
El tercer cuento, que en buena medida sintetiza el espíritu de esta obra, es precisamente “Mujer”, cuya protagonista es Lilith, la primera y demonizada fémina de la tradición judeocristiana que habría precedido a la propia Eva.
Ella representa simbólicamente a la mujer rebelde, iconoclasta y no sometida a dogmas y prejuicios, que abandonó el Edén por voluntad propia y construyó su propio destino de libertad y emancipación.
En tanto, en “Casa” los sueños discurren entre la esperanza y la más amarga desazón, por la demoledora frustración del amor que ya no está pero se sigue añorando.
Una de las historias sin dudas más dramáticas y desgarradoras es “Ómnibus”, que confronta al lector con tragedias históricas del pasado. Por más que la narración no es tan explícita y juega permanentemente con la ambigüedad, es claro que la protagonista experimenta el miedo a ser supliciada por la represión.
“No pudieron hacerla hablar, su silencio era perro con ella, su silencio la había traicionado pero ella no traicionaba su silencio”, es la elocuente sentencia de la escritora, quien contextualiza la peripecia de una mujer atribulada que afronta una traumática experiencia.
Otro relato sin dudas removedor, que alude también a un tiempo de pesadilla, es “Despacho”, donde subyace la evocación del terror en su más contundente dimensión.
En este relato, que impacta por su poder descriptivo, la voz de un hombre es el elemento detonante del imaginario regreso a un pasado de espanto, de cárcel, represión, tortura y salvaje violación de los derechos humanos.
“Y la nombraron mujer” es una visión simbólica y cuasi alegórica sobre la intrínseca sensibilidad femenina, que discurre entre el amor, el desamor, el abandono, la soledad, la pérdida, la culpa y la violencia política, doméstica y de género.
Las sugestivas ilustraciones de Elián Stolarsky que acompañan cada relato, confieren a este trabajo literario una elocuente dimensión humana.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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