La compleja investigación de los más deleznables actos de barbarie perpetrados por el nazismo doce años después del dramático epílogo de la Segunda Guerra Mundial”, es la propuesta temática de “Agenda secreta”, el film testimonial del realizador germano Lars Kraume.
El protagonista real de esta historia es el fiscal general Fritz Bauer (Burghart Klaussner), quien desplegó una lucha judicial sin cuartel para lograr el enjuiciamiento de notorios criminales del Tercer Reich, en una situación de absoluta soledad.
La película está ambientada en 1957, en un tiempo histórico de inflexión para Alemania, que comenzaba a recuperarse de los estragos perpetrados por el dictador Adolf Hitler y de la destrucción ocasionada por la propia guerra.
En ese contexto, el film describe el clima enrarecido de un país aun estremecido por el miedo, la sospecha y la desconfianza, donde notorios personajes del derrocado gobierno autoritario todavía conservaban un considerable poder.
Ese cuadro situacional generó en la sociedad germana una suerte de ominosa complicidad, que apostó claramente a la desmemoria y al literal entierro de un pasado de espanto.
Este largometraje puede perfectamente extrapolarse a la recordada “Laberinto de mentiras”, ópera prima del cineasta milanés Giulio Ricciarelli, que recrea el mega-juicio entablada, entre 1963 y 1965, contra un grupo de nazis que perpetraron incalificables violaciones a los derechos humanos en el campo de concentración de Auschwitz.
Aunque se trata de episodios y personajes diferentes, ambos films pueden conformar una suerte de díptico destinado a asumir y arrojar luz sobre un pasado tan ominoso como denigrante.
En este caso concreto, el núcleo de la pesquisa judicial es nada menos que Adolf Eichmann, el jefe de la temible SS, quien huyó de Alemania y se refugió en la Argentina.
Este sinistro personaje y copartícipe del holocausto, que a juicio de Hannah Arendt personificada la “banalidad del mal”, fue capturado, trasladado a Israel, enjuiciado y ulteriormente ejecutado.
Apoyando únicamente por el fiscal Karl Angermann (Ronald Zehrfeld), Fritz Bauer –judío y socialista- asume toda la responsabilidad histórica de transformarse en un verdadero azote para los asesinos que transformaron a Alemania y a los países ocupados en gigantescos campos de exterminio.
Por supuesto, su pretensión de aprehender y llevar a juicio a Eichmann contrasta con el desinterés mixturado de complicidad de los hombres que detentan el poder en la época.
En una situación tan extrema -que lo hace sentirse por supuesto como un extranjero en su propia tierra- contacta al servicio secreto israelí El Mossad, con el propósito de viabilizar la captura del notorio criminal de guerra.
Esta contingencia configura una situación realmente paradójica, en la medida que debe actuar clandestinamente para participar en un acto de justicia, destinado a castigar los atropellos perpetrados contra millones de víctimas y a reconciliar al país con su propio pasado.
Por supuesto, parece claro que el fiscal general no confía en modo alguno en la justicia alemana, infiltrada -como otros estamentos del gobierno- por ex nazis que permanecían encubiertos y detentaban posiciones de poder durante el período de la restauración.
Toda la historia se centra en esa suerte de épica que lo enfrenta radicalmente al pasado pero también al presente, sin aliados fuertes que puedan respaldarlo ni eventuales garantías de éxito.
Lars Kraume reconstruye minuciosamente esa atmósfera opresiva que amenaza con aplastar al protagonista, en lo que es un crudo retrato de la incierto y controvertida Alemania de la post-guerra.
Tras la fachada del tan promocionado “milagro alemán” que logró poner de pie al país luego de la pesadilla, se oculta una perversa intriga política destinada a enterrar las miserias subyacentes.
La descripción de ese cuadro otorga a esta película su real potencia testimonial, además de denunciar la existencia de una suerte de policía moral capaz de perseguir a las personas por secretos de sus vidas privadas y sus preferencias sexuales.
“Agenda secreta” es una película realmente indispensable, en la medida que rescata un crucial fragmento de historia poco conocido pero no por ello menos contundente y aleccionadora.
Lars Kraume reconstruye a un personaje crucial de la Alemania de la segunda mitad del siglo pasado, en un film que convoca a una profunda reflexión sobre la necesidad de superar las fracturas de la memoria, denunciar la infamia y bregar con la consecución de la causa superior de verdad y justicia.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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