Un pasado oscuro y ominoso que encubre los secretos de una atribulada familia, sus mentiras, sus odios, sus conflictos, sus miserias y sus más enconados rencores, es el disparador temático de “Nieve negra”, la tensa coproducción argentino-española del realizador Martín Hodara (“La señal”).
La película está cruzada por las culpas subyacentes, en un núcleo humano en el cual conviven simultáneamente la complicidad, la vesania y hasta la abominación.
Todo el relato está encubierto por un manto de silencio, en el cual jamás queda claro quién es la víctima y quién el victimario. Tal vez – por acción u omisión- todos sean culpables.
El protagonista de esta historia ambientada en el gélido sur argentino es Marcos (Leonardo Sbaraglia), quien, luego de una larga ausencia, regresa a su país junto a Laura (Laia Costa), su esposa embarazada.
El motivo de su retorno es la muerte de su padre, que ha legado a sus tres hijos valiosas propiedades que son codiciadas por poderosos inversionistas extranjeros.
Con la hermana aquejada de una patología psiquiátrica, el contencioso debe dirimirse entre Marcos y Salvador (Ricardo Darín), quien vive como una suerte de salvaje en una cabaña emplazada en un paisaje helado.
El apoderado de la herencia es un sagaz abogado encarnado por el interminable Federico Luppi, quien deberá interceder para que las tierras sean vendidas a una minera multinacional que ha formulado una oferta irresistible.
Empero, el obstáculo aparentemente insalvable es la enconada resistencia de Salvador, quien desea permanecer en el lugar donde está enterrado el cuerpo de un hermano menor y donde deberán inhumarse los restos del progenitor fallecido.
Todo parece originarse en el sentimiento de culpa del huraño Salvador, quien carga sobre sí con la eventual responsabilidad en la muerte del joven Franco, en un presumible accidente de caza.
Se trata de un hombre hosco e introvertido, quien comparte el inhóspito paisaje patagónico únicamente con los lobos y sobrevive como puede en condiciones siempre adversas y literalmente escindido de la civilización.
La actitud de abierta hostilidad es más gélida aun que el ambiente, donde abundan las huracanadas ventiscas, las tormentas de nieve y las sensaciones térmicas bajo cero que congelan hasta los huesos.
Su postura confrontativa trasunta un profundo rencor hacia Marcos por cuentas pendientes del pasado, al punto de limitarse a intercambiar algunas palabras con su hermano sin posibilidades de acuerdo.
Ambos están separados por un auténtico océano de odio, que contrasta claramente con la felicidad expresada en las fotos y los objetos de familia cobijados bajo el techo de una construcción de madera que ha soportado todos los rigores del clima.
Obviamente, esas imágenes están contaminadas por la hipocresía y naturalmente encubren la violencia doméstica a la cual sometía el jefe de familia a sus hijos.
Esa relación irreconciliable constituye el mayor núcleo de preocupación de la esposa de Marcos, quien –sin comprender el alcance real del conflicto- observa atribulada que el jugoso negocio de la eventual venta está a punto de fracasar.
Casi todo el relato transcurre en un espacio geográfico casi siempre oscuro y dramáticamente desolado, donde tres seres humanos dirimen una problemática convivencia alimentada por las pasiones.
Alternando los espacios temporales entre el pasado y el presente, el director y guionista Martín Hodara construye una historia tensa y de trazo superlativamente realista.
En ese contexto, las pesadillas más frecuentes del protagonista están naturalmente pautadas por algunos de los trágicos acontecimientos que enlutaron a la familia.
Empero, el cineasta reserva para los últimos cinco minutos del metraje la dilucidación de una trama argumental deliberadamente enrevesada, oscura y compleja. En efecto, nada parece ser lo que realmente es.
En “Nieve negra”, el lenguaje gestual reemplaza a las palabras, en una suerte de duelo histriónico que enfrenta al siempre talentoso Leonardo Sbaraglia con un sorprendente y versátil Ricardo Darín.
Más allá de su mero formato de thriller con abundante suspenso hasta el propio epílogo, Hodara trabaja con la psicología de los protagonistas cuya intrínseca densidad emocional alimenta la historia.
Empero, el film no se limita a describir ese enfrentamiento fratricida marcado por un rencor de génesis multicausal, sino que también indaga en el sórdido territorio de la ambición material representada por la codiciosa esposa de Marcos y el abogado que interpreta Federico Luppi, en un papel realmente hecho a su medida.
Esta no es una mera película policial, sino un crudo y revelador retrato de trazo intimista que denuncia las peores miserias humanas, en cuyo contexto todos –de algún modo- son cómplices y culpables.
Las espectaculares panorámicas de paisajes nevados y la oportuna música incidental que sintoniza perfectamente con la tensión del intrincado relato, coadyuvan a transformar a “Nieve negra” en un producto cinematográfico que contiene todos los ingredientes necesarios el consumo masivo.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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