El arte como representación alegórica con sentido místico y fuertes apelaciones bíblicas, es la propuesta de “El Bosco: el jardín de los sueños”, el tan subyugante como impactante documental del realizador español José Luis López Linares.
En esta producción cinematográfica de noventa minutos de duración, treinta relevantes personalidades de la cultura comparten su pasión por el monumental tríptico del mítico plástico holandés Hieronymus Bosch (El Bosco) y reflexiones sobre las diversas connotaciones de este trabajo.
Como se sabe, el cuadro es parte del patrimonio artístico del Museo del Prado y una de las piezas más codiciadas por críticos, investigadores y meros degustadores del arte.
Con motivo de los quinientos años de la desaparición física de El Bosco, José Luis López Linares, cineasta tres veces premiado con el Goya, asume el complejo desafío de decodificar una de las obras pictóricas más famosas y controvertidas del arte universal.
A cinco siglos de su muerte, poco se sabe sobre el pintor holandés. La falta de información sobre su vida así como la impronta mística de sus pinturas, lo transforman en un enigma.
Incluso, no se sabe con certeza la fecha de su nacimiento, la cantidad de cuadros que pintó y de qué fecha datan esas piezas.
Su principal coleccionista fue Felipe II de España, quien reunió varios de sus cuadros en El Escorial y los transformó en objeto de veneración, con particular predilección por El Jardín de las delicias.
En ese marco, el prestigioso cineasta convocó al propio Museo del Prado a una nutrida legión de intelectuales, que incluye a escritores, músicos, investigadores, críticos de arte y hasta científicos, con el propósito de ensayar diversas lecturas sobre el cuadro de este pintor surrealista sin dudas inclasificable.
En este caso, el disparador del proyecto fue la pesquisa realizada por el historiador holandés Reindert Falkenburg, en torno a los diversos misterios que rodean la obra del pintor y, en particular, a
El jardín de las delicias.
Según el especialista, esta monumental pieza pictórica fue planteada como tema de conversación de los nobles de la época, hipótesis que estaría avalada por minuciosos estudios y pesquisas.
En este contexto, el debate es una auténtica cabalgada interdisciplinaria, en cuyo contexto los exponentes vierten sus opiniones y ensayan diversas miradas sobre el sentido simbólico del cuadro, partiendo de la tesis que se trata de una propuesta artística de extrema complejidad.
El itinerario incluye análisis globales de la obra, así como percepciones personales, acorde con la visión subjetiva de cada invitado interpelado.
Obviamente, el coloquio se desarrolla en el propio Museo del Prado, que abre sus puertas a las diversas lecturas y sensibilidades en torno al objeto de análisis.
Este inusual trabajo cinematográfico incluye abundantes referencias históricas informativas, que reseñan la identidad del autor, los misterios de su obra, los materiales con los que fue confeccionada, las técnicas empleadas y la cosmovisión de la época.
Por supuesto, no faltan apelaciones al explícito sentido bíblico del cuadro, a las miradas críticas a la vida cortesana de la época y a su intrínseca arquitectura creativa, que tiene connotaciones futuristas.
El tema central de la película es, por supuesto, la visión de cada observador sobre una obra de extrema decodificación, que desafía la imaginación, la comprensión y la inteligencia del observador, partiendo de la tesis que todos los participantes en esta suerte de seminario son intelectuales de real fuste.
Más allá de eventuales discrepancias en torno a la polisemia de la obra, es claro que El jardín de las delicias es una radical mirada sobre el dolor, la muerte y la condena, a causa del pecado.
Obviamente, esa es la mirada subjetiva del propio autor y una suerte de adaptación de los textos bíblicos y hasta de las propias concepciones del escritor florentino Dante Alighieri, en su inmortal libro “La divina comedia”.
En esta auténtica epopeya pictórica el pintor representa el tercer día de la creación narrada en el Antiguo Testamento, una imagen del paraíso bíblico, un jardín agitado por la pasión de la lujuria y, finalmente, la condena del ser humano en el infierno.
Por supuesto, la obra simboliza alegóricamente el principio y el fin de la humanidad, acorde a las concepciones ideológicas radicalmente dogmática de la época.
Empero, más allá de la percepción subjetiva de este cuadro excepcional por parte de los calificados observadores, José Luis López Linares se permite otras libertades interpretativas y lecturas si se quiere semióticas más actualizadas.
En ese contexto, no faltan extrapolaciones bastante contemporáneas que aluden, por ejemplo, a la revolución sexual que eclosionó en las décadas del sesenta y el setenta del siglo pasado, que, en este caso, estarían asimiladas al denominado pecado original. En ese sentido, las imágenes del legendario festival de música de Woodstock constituyen una suerte de paradigma de la libertad que desafía las cortapisas del statu quo hegemónico de la época.
Más allá de eventuales interpretaciones, “El Bosco: El Jardín de las delicias”, es una verdadera apoteosis para los sentidos y una experiencia cinematográfica realmente fascinante y removedora, que desafía la inteligencia y hasta el espíritu crítico de un público de paladar fino y exigente.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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