Cien años después, 1914 ¿Se podrá repetir?

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Cien años después del comienzo de la Primera Guerra, el mundo alcanzaría un mayor progreso; la guerra de 1914 fue un juego que arrojó una suma inferior a cero, la guerra de 1914 fue tal vez la más irracional de las grandes guerras – una guerra que solo tuvo derrotados. Hay un debate entre los historiadores sobre cual fue el principal país responsable y, generalmente, Alemania ocupa este papel. Es una tesis razonable ya que, entre las grandes potencias europeas, Alemania todavía no había conocido la democracia y – lo que es más importante -, como se había retrasado en terminar su revolución industrial, no había construido un gran imperio en Asia y en África, al contrario de lo que había sucedido con el Reino Unido y Francia.

Veinte años después de terminada la primera, estalló la Segunda Guerra Mundial, que, en realidad, fue una continuación resentida de la anterior. ¿Podría esto significar que sería posible una tercera guerra entre los grandes países? No, porque cien años después el mundo alcanzaría una etapa más elevada de progreso o de civilización; y también porque la guerra entre grandes países, que – como ya quedó demostrado – fue un juego que arrojó resultados negativos en 1914, hoy dejó de tener ningún sentido.

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Para comprender la falta de sentido de las guerras entre grandes países existe un factor adicional, de carácter estructural, a los dos factores que acabé de citar. Ya en 1914 la causa principal de las guerras capitalistas – la definición de fronteras entre los grandes Estados-nación – estaba dejando de existir porque estas fronteras estaban prácticamente definidas; en 2014, están totalmente definidas e intentar alterarlas resulta inviable.

Veamos este argumento con una perspectiva histórica. Las guerras conducidas por los antiguos imperios cobraban sentido en las sociedades precapitalistas porque eran la principal forma de apropiación del excedente económico por parte de los que tenían más fuerza. Con la revolución capitalista, la apropiación del excedente pasó a ser realizada en el mercado, por medio del lucro, de forma que las guerras dejaron de tener la importancia económica que tenían en las sociedades precapitalistas.

Mientras tanto, durante la revolución capitalista que duró cerca de 300 años, las guerras siguieron siendo atractivas. Estaban, entonces, formándose los Estados-nación en Europa y, para ellos, ampliar sus fronteras por medio de guerras era fundamental porque solo un gran mercado interno haría viable la revolución industrial. Por esto, durante esta larga transición, muchas fueron las guerras. Pero, en 1914, estas fronteras ya estaban razonablemente definidas.

Había, sin embargo, una causa «racional» para la guerra de 1914. Los países que llevaron a cabo antes su revolución industrial y capitalista, Reino Unido, Francia, Bélgica y Holanda, tuvieron la fuerza suficiente como para reducir a la condición de colonia a los pueblos de Asia y de África. Era el imperialismo moderno que surgía. Pero Alemania e Italia, que se demoraron en su industrialización, no estaban satisfechas con esta distribución de las colonias entre las grandes potencias.

El imperialismo antiguo o clásico entró en crisis en la Primera Guerra Mundial con el colapso de los imperios Austro-Húngaro, Ruso y Otomano, pero un segundo tipo de imperialismo – el industrial – aún aparecía como viable, y la lucha por definir el dominio de las colonias tal vez sea la principal explicación para esta guerra. Pero pronto este segundo tipo de imperialismo también perdió viabilidad; en el mundo moderno, los costos de imperializar a otros países se habían vuelto más altos que los beneficios.

Las grandes potencias lideradas por los EE.UU. cambiaron su estrategia hacia un tercer tipo de imperialismo que ya utilizaban en América Latina y al que yo denomino «imperialismo de hegemonía ideológica». Buscan y, por lo general, logran convencer a las elites locales que la ocupación de sus mercados a través del financiamiento y de las inversiones directas, es beneficiosa para ellas. Pero, para eso, las guerras entre las grandes potencias no son necesarias. Bastan las guerras localizadas contra pequeños países renuentes a aceptar la dominación por la hegemonía de los países ricos.

Por Luiz Carlos Bresser-Pereira
Economista brasileño

Traducido para LA ONDA digital por Cristina Iriarte

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