La mujer: ¿Cuerpo o persona?

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Hay muchos hombres que, ante su negación a conocerse y así “aceptarse”, optan por intentar dominar a la mujer en lugar de consensuar con ella modos y espacios de interacción.

Tales individuos al negarse, consciente o inconscientemente, a “trabajar” sus propias historias, personales y familiares, conviven con sus miserias y limitaciones psicosociales proyectándolas en los otros, entre los cuales la mujer suele ser la víctima propiciatoria. De ahí a la “violencia de género” media un cachetazo o la vejación, lisa y llana.

Los niños y las niñas también son sus víctimas porque la saña de las bestias es contra lo sensible, contra aquello que estos seres incompletos no pueden tratar en ellos mismo: su costado femenino.  Intuyen, cuando poseen una intelección básica, que admitir su propia sensibilidad les sería muy nociva, socialmente e inmanejable, íntimamente.

La Iglesia Católica en general, y la argentina en particular, de un modo u otro les facilita aquella tarea de dominación. Obviamente, no lo hace adrede ni, menos que menos, orgánicamente. Pero el trato denigrante que le da la estructura eclesiástica a lo sexual, a lo largo y ancho del mundo, termina, guste o no, allanando el camino de las bestias.

El sexo del catolicismo dogmático es el sexo vergonzante. Individuos que hacen cuestión de venerar a una mujer madre y virgen, al tiempo que desde hace siglos deben hacer votos de castidad, lleva a que de una u otra forma el mensaje implícito sea interpretado de la siguiente manera: El sexo es sucio, la castidad es el camino a la pureza, con lo cual el “camino al cielo” si no está garantizado se le acerca bastante.

Es decir que no solo niegan al sexo, sino que lo degradan a la categoría de lo prohibido, de “lo sucio”. Al hacer y promover tal aberración desde el poder – considérese que, por ejemplo, en Argentina la Iglesia Católica es parte importante del poder permanente – barren con la libido – tan vasta como profunda – lo cual es aun más grave, puesto que en tierra de machos la afectividad, sea en el amor fraterno, como en el amor erótico y en general toda muestra de sensibilidad (incluidas también las caricias y las lágrimas) están prohibidas.

En las últimas semanas, sea en Irlanda como en Argentina, las mujeres han conseguido significativos avances para despenalizar el aborto.

Hace un largo – larguísimo – tiempo que la mujer viene luchando por su emancipación. Pero por la mayor y más obvia: su condición primera de persona humana.

La mujer, convengamos, no es ni receptáculo de los “humores” machistas, ni tampoco un “mero” cuerpo (“vientre” o “incubadora”).

Es a ella – a la persona-mujer – a quien le compete determinar, por ejemplo, las circunstancias y el momento de procrear. Las huestes dogmáticas, azuzadas desdelos centros de poder dogmáticos procuran demonizarla, cuando “se atreve” a liberarse, desplegando una perversa “ética intrauterina” (léase: “caza de brujas”).

Le compete a la sociedad en su conjunto estudiar de manera equilibrada este asunto, desde que la mujer sea considerada como persona y así arribar a políticas públicas reproductivas que lleven consigo contención, información y alternativas, entre las cuales el aborto legal, consensuando tiempos y modos para su aplicación.

Ninguna mujer aborta por gusto o con alegría, pero sí son muchísimas las que resultan mutiladas o muertas, la inmensa mayoría de estos casos fatales son experimentados por mujeres pobres.

Vivimos en sociedades con una elevada hipocresía.

Hay mucho para tratar y sabido es que para ello antes que ríos de tinta, importan las actitudes.

Aquí va una propuesta, en la que, naturalmente, nos incluimos.

Hasta ahora nosotros, los hombres, nos hemos interpuesto en este camino de estricta Justicia, el de terminar de comprender y respetar su condición de persona-mujer.

Para ello, hemos empleado la violencia en su dantesco y vasto despliegue de modos e intensidades, bien como los más haciendo un uso miserable de la palabra como arma, y otras mil maneras de dejar salir nuestras miserias, no encontrando mejor forma que proyectarlas y descargarlas en la mujer.

No tenemos vergüenza. Tengámosla, pues es posible.

Comencemos a hacer algo. Seamos los varones, personas por un día entero. Y luego, también el día siguiente, y así hasta que alcancemos a tratar a la mujer, sin lastimarla ni denigrarnos.

Porque ella es persona a tiempo completo.

 

Por Héctor Valle
Investigador social y periodista

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