Bastantes análisis del terrorismo yihadista recurren a generalizaciones y hablan de “terror islamista frente a civilización occidental”, como si nosotros fuéramos una categoría compacta y ellos estuvieran representados por los terroristas. No quiero decir con esto que no haya una distinción radical entre los terroristas y nosotros, sino que quizás estamos cometiendo el error de entendernos de una manera enfática y dando a entender que con el terrorismo se expresa una comunidad entera.
Tras el éxito de la convocatoria y la fuerza unificadora del horror frente a la barbarie que se expresa en la manifestación contra el terrorismo en París, podemos hacernos algunas preguntas. El rassemblement que tanto adoran los franceses ocultaba que ni eran todos que los estaban ni estaban todos los que eran. Ausencias y presencias fracturaban el deseo totalizador de la convocatoria. Habría que mencionar la ausencia en la manifestación de los líderes del Frente Nacional, partido que encabeza todas las encuestas de intención de voto. Y tampoco podemos dejar de constatar que algunos mandatarios representaban a países donde no se respeta la libertad de expresión y otros derechos con los que la mayoría de los manifestantes se identificaban.
Disuelta la manifestación se hecho evidentes mayores diferencias entre nosotros, cuando se trata de hacer diagnósticos o mejorar nuestra seguridad, como se demostró en el Parlamento Europeo sobre el control de los pasajeros de líneas aéreas.
Si analizamos el tipo de discursos que se van elaborando, se puede constatar cierto reproche interno que pone en cuestión la consistencia de ese nosotros. Se extienden los lamentos hacia un multiculturalismo o relativismo cultural que habría fragilizado la conciencia de un nosotros occidental y generado una falta de confianza e incluso un cierto desprecio hacia nosotros mismos.
Hay quien considera a los musulmanes inasimilables para la convivencia democrática e incluso violentos. No pocos hablan como si los jóvenes violentos fueran los portavoces de la frustración de los musulmanes, de los que se da a entender que constituyen una comunidad compacta. Ahora bien, ni hay una comunidad musulmana de este tipo, ni se deja representar por unos jóvenes radicalizados, que más bien constituyen una ruptura con el Islam de sus padres y con la cultura de las sociedades musulmanas.
Los yihadistas inventan un Islam que oponen a Occidente, se mueven dentro de una cultura occidental de la comunicación y de la violencia, no están insertos en las comunidades religiosas locales sino que alimentan su radicalización en las redes sociales globales. El hecho de que entre los más radicales haya una alta proporción de conversos —un 22% de los que se enrolan en el combate del Estado Islámico, según la policía francesa— pone de manifiesto que se trata más bien de una franja marginal de la juventud y no del corazón de la población musulmana.
Los musulmanes franceses están más integrados de lo que parece. Algo querrá decir el hecho de que haya musulmanes entre las víctimas (como en el reciente atentado de París o en el de Toulouse en 2012). Hay más musulmanes en el Ejército y la policía de Francia que en Al Qaeda. Los musulmanes no comparten ninguna aspiración política en bloque, no son un lobby, y están presentes en todos los partidos del espectro político francés. Suele ser el Estado el que se dirige a ellos como una comunidad, mientras que la realidad es que han experimentado el típico proceso de individualización, tan propio del esquema republicano.
¿Quiénes son entonces estos jóvenes terroristas? Muchos tienen un pasado delincuente y han encontrado en la religión un relato para dar un sentido a su malestar, a su falta de oportunidades y a su exclusión social. El joven yihadista recrea una identidad a partir de una versión mítica de las sociedades musulmanas, cuya lengua muchas veces no habla, ni comparte sus usos y costumbres.
Sería un fracaso de nuestra forma de vida que creyéramos más a lo que dicen de sí mismos que a lo que son. Y habrían conseguido su objetivo si consiguieran que nos concibiéramos a nosotros mismos como ellos se piensan: como una comunidad cerrada donde cada uno se ajusta al estereotipo previsto. Las victorias o derrotas se resuelven previamente en los modos de pensar.
Por Daniel Innerarity
Catedrático de Filosofía Política e investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco
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