Parece que esta vez es verdad. Grecia se encuentra ante una verdadera encrucijada, en un momento decisivo. El estado griego no puede pagar los vencimientos de deuda que llegan antes de julio y cumplir con sus obligaciones con trabajadores y pensionistas con sus propios recursos. Sencillamente no da la plata.
Ya sé que esto se viene diciendo desde hace tiempo y suena repetido. Pero algunos hechos concretos sugieren que esta vez el país sí está jugando los descuentos. Empezando en marzo, el gobierno central ha ordenado a los gobiernos municipales que depositen en las arcas del estado sus propios fondos, lo que parece ser una estrategia para hacer acopio de recursos ante problemas de liquidez. El calendario de pagos de deuda que Grecia tiene por delante es, por usar un eufemismo, difícil. La reorganización del equipo encargado de negociar con la comisión europea indica que el gobierno del primer ministro Alexis Tsipras está poniendo toda la carne en el asador.
Sobrevolando esta situación están las negociaciones con los acreedores, la financiera trinidad que forman el Fondo Monetario, la comisión europea y el banco central europeo. La intensidad del esfuerzo negociador deja claro que las partes creen preferible encontrar un punto de acuerdo a un impago unilateral de parte de Grecia. Pero eso no simplifica las cosas: las posiciones de las partes acerca del contenido de esos acuerdos son muy distintas y nada garantiza un acuerdo.
No es Fácil
Las negociaciones entre Grecia y la Comisión Europea son la enésima reedición de la contradicción entre dependencia y soberanía. Grecia necesita recursos del Banco Central y los socios europeos para poder pagar sus gastos y, a la vez, cumplir con los vencimientos de su deuda. He ahí la dependencia. Los acreedores, en consecuencia de esa necesidad, pueden imponer condiciones a Grecia. El gobierno griego puede acabar implementando políticas que no quiere y en las que no cree como consecuencia de esta condicionalidad. He ahí el problema de soberanía.
Como sabe cualquiera que no haya estado viviendo bajo una piedra los últimos cincuenta años, estas contradicciones son frecuentes. El historial de negociaciones del fondo monetario internacional, que granjearon a la institución una leyenda negra, es un buen ejemplo. Pero además de frecuentes, estas contradicciones son muy difíciles para el deudor porque todas las opciones parecen malas.
Para el perro flaco todo son pulgas
El gobierno griego puede elegir no pagar la deuda. Supongamos que dando un default a sus deudores el estado tiene los fondos suficientes para pagar sus gastos de funcionamiento y mantener los servicios públicos sin necesitar fondos europeos. ¿Cuál sería el precio de esta medida? En los modelos económicos de impago, uno de los problemas directos de esta línea de acción es un cierre de los mercados de capital durante unos años. Si no pagaste, nadie te presta. Si bien este es un problema real, se materializaría en un futuro hipotético ya que, de todos modos, los mercados de capitales tampoco prestan dinero a Grecia en este momento. En la presente situación, el precio de un impago para Grecia viene, en realidad, a través de otro canal: los fondos del Banco Central Europeo. Los bancos centrales están en el negocio de prestar dinero a un banco que, por ejemplo, necesita devolver dinero a sus ahorristas y no tiene caja para hacerlo. Si Grecia da un impago, los acuerdos firmados indican que el BCE cortaría el crédito a sus bancos. Esta especie de mordaza automáticamente llevaría a una crisis bancaria en Grecia o más bien a la profundización de la crisis bancaria que llueve desde hace años.
En consecuencia, por más entusiasmo que pueda generarnos que un país mande a pasear a sus acreedores, es probable que un impago unilateral empeore aún más la situación de los griegos, por lo menos a corto plazo, quizás detonando una salida del euro. He escuchado opiniones informadas que sugieren que a largo plazo esta sí es una buena estrategia pero hay que reconocer que la incertidumbre es enorme.
El gobierno heleno puede en cambio plegarse a las voluntades de sus acreedores europeos y volver a aceptar las condiciones acordadas por los gobiernos que lo precedieron. Eso probablemente le permitiría recibir liquidez para atravesar estos meses y reducir el riesgo de que el banco central le cierre la canilla a los bancos. Dicho así suena como una buena solución. Pero la interpretación de la crisis que hace Syriza, el partido de izquierda que gobierna el país, es que son precisamente estas condiciones (los recortes, los despidos de funcionarios públicos, las privatizaciones y los aumentos de impuestos) los que han traído el país hasta aquí. A la luz del resultado que parecen haber tenido estas políticas en los últimos años, es difícil no estar de acuerdo. Además, Syriza fue elegida para no aceptar estas condiciones. De alguna manera, ese es el mandato que recibió. Aceptar reeditar los pactos firmados por los gobiernos anteriores no sería una mera derrota “simbólica” (como se dice a menudo en la prensa) sino una bala de plata para el partido y su razón de ser.
Una tercera alternativa es intentar convencer a los acreedores de que hay otras políticas posibles que podrían ayudar a Grecia a recuperarse y a la vez, cumplir con sus compromisos financieros en la medida de lo posible. Ésta ha sido la estrategia griega y de su ministro de finanzas Yanis Varoufakis en estos meses. Si existiese un acuerdo sobre qué políticas son a la vez buenas para Grecia y sus acreedores, si se crea un espacio común, podría darse un acuerdo mutuamente favorable. El problema es que no está claro que exista este espacio común. Incluso en el hipotético caso de que los acreedores negociasen con la más absoluta buena voluntad, no es obvio que puedan llegar a un acuerdo que satisfaga a ambas partes. Y esa buena voluntad hipotética depende de condiciones políticas que están, al menos en parte, fuera del control del gobierno de Atenas.
Es probable que una ruptura de las negociaciones y un default griego acabe con el país fuera de la eurozona. Como ha repetido Varoufakis en varias ocasiones, esto podría alimentar la especulación sobre la permanencia de otros socios en la moneda única y acabar con un desmembramiento de la zona euro. La sola posibilidad de este escenario da al gobierno de Alexis Tsirpas cierto poder de negociación. Los socios europeos pueden ceder en su posición a cambio de evitar ese riesgo. Pero el éxito de esta estrategia depende del riesgo percibido más que del riesgo real. Si los socios europeos creen que es preferible jugársela en vez de seguir financiando el país, este margen de negociación desaparece. Si luego un fracaso en las negociaciones efectivamente acabase con un escenario como el que pinta Varoufakis, ya habrá tiempo para evadir responsabilidades entre las múltiples partes que están negociando.
La pesadilla de Krugman
En una entrevista realizada hace unos meses, el premio nobel norteamericano Paul Krugman, declaraba tener una pesadilla recurrente. De golpe, despertaba siendo un ministro de economía de un país del sur de Europa, negociando con unos acreedores adamantinos mientras los fondos se acaban y la población padece las consecuencias de una doble recesión. Todas las alternativas son difíciles o inciertas. Desde la humildad que nos impone la distancia, más que recetas y consejos desperdigados en internet, quizás lo único que quede sea desearle a los griegos buena suerte.
Por el Economista Felipe Carozzi
Doctorado en curso del Centro de Estudios Monetarios y Financieros de Madrid. Profesor asistente en London School del Reino Unido.
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