“La quimera”: La prodigiosa arcilla de los sueños

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La pobreza, la imaginación, los sueños de grandeza de una comunidad deprimida y desesperanzada, la historia y hasta la surrealista búsqueda de un amor perdido pero tatuado en la memoria y en el corazón del circunstancial protagonista, son las cinco principales líneas argumentales que explora -con tan fina como singular sutileza- “La quimera”, el potente y revulsivo film italiano de la cineasta Alice Rohrwacher, quien rescata la mejor tradición del emblemático y aun vigente neorrealismo italiano.

Esta película, que es una suerte de fábula y una historia si se quiere envuelta por una aureola de realismo mágico, condensa la mejor tradición del cine italiano de posguerra, signado por un abordaje que aterriza en el universo cotidiano de los seres humanos, con todas sus plétoras y miserias.

Como se recordará y haciendo un poco de historia, que en este caso es sumamente pertinente, durante la dictadura del fascista Benito Mussolini, al igual que en la Alemania nazi, todas las expresiones culturales estaban rígidamente controladas por el Estado. Sin embargo, en 1937, paradójicamente, en pleno gobierno autoritario, nació Cinecittá, un inmenso complejo de arte audiovisual proyectado por el arquitecto Gino Peressutti, que cuenta con 73 edificaciones, de las cuales 21 son estudios cinematográficos. Es, pese a su origen, todo un emblema.

Por entonces, el cine italiano era un cine oficial, porque cualquier expresión independiente estaba rigurosamente prohibida.  En ese contexto, más allá de su eventual calidad artística, todas las películas eran panfletarias y, por ende, idealizaban al régimen, que a su vez abrevaba del glorioso pasado del imperio romano.

El trabajo audiovisual de la época abundaba en apócrifos dramas de impronta nacionalista o en comedias meramente costumbristas, que jamás ponían foco en la problemática real de las personas.

Empero, esa suerte de mordaza que amputaba la creación desapareció con la caída de la tiranía y la instalación de la republica italiana, que restituyó el derecho de los italianos a ser dueños de su propio destino y el de los artistas a dar rienda suelta a su creatividad, sus inquietudes y sus ideas.

Eliminada la censura y la prohibición de abordar desde el punto de vista temático los problemas que aquejaban a la población, nació una corriente cinematográfica que escribió la mejor historia del cine italiano de posguerra: el neorrealismo.

Esta vertiente, que decantó rápidamente hacia un cine de denuncia, visibilizó particularmente las dramáticas secuelas de la dictadura y la guerra: la miseria social, la pobreza y el desempleo, entre otras lacras heredadas del período más oscuro que padecieron los italianos.
Los precursores y auténticas figuras señeras de esta escuela cinematográfica que con matices mantiene hasta hoy plena vigencia, fueron Roberto Rossellini, cuyo filme emblema, “Roma, ciudad abierta” se considera el primer exponente del movimiento, y otros paradigmáticos maestros de la talla de Vittorio De Sica, Federico Fellini y Luchino Visconti, por citar apenas cuatro de tantos realizadores referentes.

Aunque existe naturalmente una fuerte identificación entre la posguerra y este movimiento realmente revulsivo, que marcó su impronta y su cenit hasta entrada la década del sesenta del siglo pasado, varios cineasta posteriores recogieron el legado para seguir creando cine de calidad y de superlativo realismo, que reflejara, como en una suerte de espejo, los problemas cotidianos de la gente, con sus dramas, sus alegrías, sus desvelos y sus sueños.

Más allá de la auténtica invasión del cine de industria, con su parafernalia de acción desenfrenada, sus efectos especiales y su pesado bagaje de tecnología, que suele seducir a las audiencias, en particular a las más jóvenes, el cine con el sello del neorrealismo sobrevive felizmente hasta el presente.

Aunque a priori se podría afirmar que las producciones que van en esa línea están destinadas a paladares exigentes y cultos, aun hay un nicho, nada pequeño, que es receptivo a esta impronta artística sin dudas intransferible. No en vano, películas como “Siempre habrá un mañana” (2023),  de la actriz, directora y guionista italiana Paola Cortellesi, y “Extrañeza” (2022), de Roberto Ando, lograron cosechar un singular éxito tanto en su país de origen como en el exterior y aun en Uruguay, donde aun hay una minúscula legión de cinéfilos que siguen apreciando ese cine de elite, que, en lo personal, considero una suerte de delicia.

“La quimera”, que incursiona naturalmente en esta inagotable escuela cinematográfica, es una suerte de fábula con fuertes tintes realistas, que alude también a los sueños que cada uno de nosotros atesoramos en nuestro interior.

Quimera, que en la clásico mitología griega era un monstruo imaginario que vomitaba llamas y tenía cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón, es, según el diccionario de la Real Academia Española, algo que se imagina como posible o verdadero, pero no lo es. El concepto está intrínsecamente asociado a la utopía, pero sin alcanzar realmente su dimensión. Es, ante todo, una expresión de deseo bastante improbable, aunque casi nada sea imposible.

El título de la película trasunta una emoción que es compartida por los personajes que habitan esta historia de ficción y, en forma muy particular, por su protagonista Arthur (Josh O’Connor), un británico con conocimientos de arqueología que liderará una aventura realmente insólita rumbo a los albores mismos de una historia gloriosa: la de la antigua Roma Imperial  y, en este caso, del pueblo etrusco, habitante de la región conocida como Etruria, que nunca llegó a fundar una nación, pero sí fue una civilización destacada, emplazada en la antigüedad en las península itálica y concretamente en Toscana.

En ese contexto, este pueblo llegó a ser una gran potencia naval que surcó con sus barcos el Mediterráneo occidental, lo cual le permitió establecerse en Cerdeña y Córcega. Herederos de la Grecia helénica, los etruscos fueron brillantes orfebres y artistas, con lo cual dejaron, pese a lo efímero de su existencia, un rico legado en materia cultural, que incluye esculturas, cerámicas, pinturas, joyería y valiosas piezas arquitectónicas.

Aunque casi nada de eso se perdió, los etruscos fueron conquistados por el poderoso imperio romano y virtualmente desaparecieron como comunidad autónoma.

El tesoro de los etruscos es realmente la quimera que constituye el corazón de esta película, que, además de a su protagonista, incluye también a una banda de ladrones de tumbas, una actividad que se ha transformado en una suerte de trabajo y fuente de sustento para un núcleo de personas humildes, en la década del ochenta del siglo pasado.

En un país en pleno desarrollo económico que siguió a la crisis de la posguerra, estos italianos siguen siendo tan pobres como cualquier pobre latinoamericano o uruguayo. Por supuesto, el propósito de estos humildes lugareños no es sólo dejar de pertenecer a la clase social más sumergida de la sociedad italiana sino también transformarse en ricos y soñar a lo grande, sin necesidad de trabajar. Sin embargo, el propio oficio de saqueador de tumbas que supuestamente atesoran esas riquezas requiere de un esfuerzo que trasciende a sus propios deseos.

Este relato puede ser perfectamente parangonado con la denominada fiebre del oro de California, un fenómeno social ocurrido en los Estados Unidos entre 1848 y 1855, caracterizado por la gran cantidad de inmigrantes que llegaron a San Francisco en busca del valioso metal, con la diferencia que en esa contingencia los yacimientos de oro eran reales y en esta película la riqueza es, valga la redundancia, una suerte de quimera.

Este largometraje, salvando las obvias diferencias, también puede ser relacionado con “La quimera del oro” (1925), una de las más imperecederas obras maestras del inconmensurable maestro, actor, director, guionista y productor Charles Chaplin ambientada en Alaska. Se trata de una auténtica alegoría de sesgo crítico en torno a la ambición, protagonizada por un marginal.

En “La quimera”, todos son soñadores, porque soñar es gratis y ellos lo tienen muy claro. Por eso, se dedican a saquear tumbas donde supuestamente encontrarían objetos que les puedan cambiar sus vidas, lo cual se trata de una actividad clandestina y penalizada por la ley. Empero, estos topos humanos también participan en desfiles y escenifican espectáculos de pasatiempo, en los cuales abunda un humor bien italiano, que se despliega generosamente en esta historia.

Fiel a la consigna del neorrealismo italiano, esta película está ambientada en locaciones humildes habitadas por personas comunes. La única excepción es, a priori, el protagonista, que es un extranjero y una persona culta y educada, para quien la tarea no es ciertamente una mera actividad de pillaje sino una aventura rumbo a las entrañas mismas de la historia y también una búsqueda personal impregnada de afecto y amor, vinculada a la obsesión con su novia Beniamina (Isabella Rosselini), la hija de una matriarca local, que desapareció hace tiempo y cuya muerte todos se niegan a asumir. Para su madre, es una ilusión típica de una mentalidad alienada y para el hombre una utopía casi de dimensión sobrenatural.

Naturalmente, hay reiteradas apelaciones al realismo mágico en su versión cinematográfica, cuando el protagonista recurre, por ejemplo, a un zahori como el que utilizan los rabdomantes, los cultores de la denominada rabdomancia, que es radicalmente negada por la ciencia. Sin embargo, quienes desempeñan esa actividad y los que creen en ella afirman que estas personas, con únicamente una varilla de metal, pueden hallar oro, petróleo y otras riquezas ocultas en las entrañas de la tierra. La hipótesis científica sería que los estímulos eléctricos, electromagnéticos, magnetismos y radiaciones de un cuerpo emisor pueden ser percibidos y, en ocasiones, manejados por una persona, por medio de artefactos sencillos mantenidos en suspensión inestable como un péndulo. En ese marco, sería posible localizar la presencia de algunos de los objetos o valiosos bienes que se buscan.

Los estados de ánimo de estas personas que sueñan con la recuperación de lo perdido pero también padecen la ausencia, están representados mediante una estética singular, que se condensa en recurrentes alteraciones de la imagen. En tal sentido, el rodaje privilegia el trabajo con cámara rápida o lenta o el plano invertido, gracias al giro vertical de 180° de la cámara. Se trata de recursos técnicos que si bien no tienen a priori nada de novedoso, revelan la predilección de la cineasta italiana por hacer cine con talento y valor agregado y, naturalmente, despojado de los eventuales artificios visuales que son habituales en los productos de industria, actualmente gobernados por la digitalización.

Empero, el relato transcurre, a menudo a ritmo pausado y en otros momentos bastante más acelerado, como una suerte de delirante fantasía que tiene, simultáneamente, un sesgo radicalmente dramático y otro humorístico.

La mayoría de esos personajes cuasi anónimos, constituida por los simpáticos ladrones lugareños que saquean tumbas, persiguen el sueño de la grandeza y de la riqueza. En el caso del protagonista, su utopía es tal vez más utópica todavía: encontrar a su novia desaparecida. Esa búsqueda es, naturalmente, el único objetivo de su existencia, al punto que ese hombre inicialmente atildado y con sólidos conocimientos de arqueología, deviene en un ser humano decadente y de ropas desprolijas, muy similar a sus circunstanciales compañeros de aventuras.

Incluso, en el epílogo de esta narración, el protagonista, que con el tiempo y el agotamiento físico y emocional ha devenido en alienado, construye imaginariamente dos mundos paralelos: el que está sobre la superficie de la tierra y el que estás bajo la tierra. La convivencia entre esos dos universos, que son espaciales pero a la vez temporales, adquiere en este caso una estatura claramente mística, que opone a la vida  con la muerte.

Aunque “La quimera” no es ciertamente un film político, sí habilita reflexiones que pueden tener un componente ideológico, representado en la pobreza. En este caso, las víctimas de este flagelo social son los lugareños, quienes ansían no sólo abandonar su condición de miserables en lo material sino también transformarse en ricos, lo cual parece ser tan utópico como que el decadente arqueólogo encuentre a su amor desaparecido.

Se trata de una historia impregnada de poesía visual y conceptual, que atrapa por su hondo y sensible realismo, por sus prodigios estéticos pero también por una fantasía cuasi surrealista, que cobija el amor, las emociones y los sueños.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

FICHA TÉCNICA
La quimera (La chimera). Italia, 2023). Dirección: Alice Rorhwacher. Guión: Alice Rohrwacher, Carmela Covino, Marco Pettenello. Fotografía: Helene Louvart. Edición: Nelly Quettier. Reparto: Josh O’Connor, Carol Duarte, Isabella Rossellini, Alba Rohrwacher, Lou Roy-Lecollinet y Vincenzo Nemolato.

 

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