En el año 2001, se publicó un libro del historiador canadiense Robert Gellately: Backing Hitler. Consent and Coercion in Nazi Germany. Al año siguiente se publicó la traducción al español: No sólo Hitler. La Alemania nazi entre la coacción y el consenso (Ed. Crítica, Barcelona). Era una época en que los historiadores se habían aplicado a estudiar como se había gestado el apoyo al régimen nazi, como se había desarrollado y como se había debilitado e incluso como se mantenía soterradamente en varios sectores de la población alemana.
La importancia de las fuentes
El aporte de Gellately fue muy importante y mantiene plena vigencia porque se dedicó a estudiar un volumen de documentos que en décadas anteriores no habían recibido gran atención, por ejemplo los expedientes judiciales, los expedientes e informes sustanciados por la Gestapo, listas y documentos policiales. Eran los restos de la minuciosa documentación producida por la burocracia alemana. Muchos documentos fueron destruidos pero en algunas regiones y municipios se conservaron.
En una nota sobre las fuentes utilizadas, Gellately se refiere a los Archivos Federales. Antes de la unificación de Alemania, el historiador había trabajado en Coblenza (RFA) y en Potsdam (RDA). Luego todo fue unificado en Berlín. También existe un Bundesarchiv-Militärarchiv-Freiburg que califica como muy útil. Los archivos capturados por las potencias ocupantes fueron consultados en el Archivo Osoby de Moscú y las copias conservadas en el United States Holocaust Memorial Museum de Washington. Existen materiales valiosísimos – dice el autor – en el Institut für Zeitsgesischte de Munich que contiene información primaria, por ejemplo copia de los decretos de la Gestapo, de la Kripo y otras reparticiones policiales.
En cuanto a los Archivos regionales y locales, Gellately establece que son fundamentales para estudiar la dimensión social de la aquiescencia y la represión durante el Tercer Reich. Estos archivos fueron destruidos en casi todas las ciudades de Alemania con el objeto de borrar la huella de los crímenes. Pero hubo excepciones: 70.000 expedientes de Düsseldorf, 19.000 de Wurzburgo y 12.000 de Spira. Son fichas de la Gestapo de Rin-Ruhr, Baja Sajonia y Palatinado. También estudió los archivos de una docena de ciudades de todo el país.
El historiador accedió a todas las colecciones de documentos publicadas y las detalla. En su exhaustiva tarea examinó página por página los principales diarios de la época con especial atención en el Völkischer Beobachter, el principal diario durante el Tercer Reich, y revistas como Der Schwarze Korps. Sin embargo como lo que interesaba era estudiar el proceso de nazificación que sufrió la prensa también estudió el Berliner Morgenpost, el Rheinische Landeszeitung y colecciones de periódicos locales recopilada por la organización nazi Frente Alemán del Trabajo. Un extenso detalle es dedicado por el autor a las fuentes secundarias y obras de consulta.
Las conclusiones de Gellately
Aunque el libro no tiene desperdicio nos concentraremos en sus conclusiones, donde el autor sintetiza magistralmente el resultado de su investigación.
Gellately establece tres etapas o fases para referirse al proceso a través del cual el pueblo alemán llegó a apoyar a Hitler y la dictadura nazi. Esta periodización no coincide con otras establecidas por autores dedicados al estudio del Tercer Reich. La primera fase se extiende desde el nombramiento de Hitler como Canciller, el 30 de enero de 1933, hasta 1938-1939; la segunda fase desde el comienzo de la guerra en setiembre de 1939 hasta el comienzo de la invasión de territorio alemán en 1944 y la fase final desde esta fecha hasta la caída del régimen en mayo de 1945.
En los meses inmediatamente posteriores al nombramiento de Hitler como Canciller, los alemanes comenzaron a vivir una especie de vuelta a la “normalidad”. Para los ciudadanos cuyo sentido del equilibrio social se había visto perturbado por los años de crisis – afirma Gellately – esa mítica “normalidad” significaba volver a disfrutar de un empleo estable, de un poco de seguridad y de una esperanza de un futuro mejor.
Los socialdemócratas del PSD, que habían apoyado decididamente a la República de Weimar, esperaban que los nazis cometieran algún error, que adoptaran alguna medida derechista radical, pensando que con los poderosos sindicatos y sus fuerzas populares podrían organizar una huelga general, como lo habían hecho antes para desbaratar el golpe de Kapp en la década del 20.
Los nazis evitaron cuidadosamente cometer tales “errores” y en cambio presentaron sus medidas como medidas de carácter preventivo para proteger a la población de una supuesta revolución comunista. La policía y las SA (la sección de asalto) estuvieron activas en los primeros meses de 1933 pero el terror estuvo estrictamente focalizado en los comunistas a quienes se apresó, destituyó y envió al primer campo de concentración instalado en Dachau.
La nazificación del país se produjo por etapas al cabo de las cuales todas las organizaciones no nazis fueron eliminadas, especialmente los partidos políticos y los sindicatos. Los métodos que utilizaron los nazis fueron muy meditados y se caracterizaron por su astucia. Los partidos no fueron ilegalizados de un golpe sino uno por uno, culminando con la autodisolución del Zentrum, el poderoso partido católico (para esto contaron con la valiosa ayuda del Vaticano, a través de su Secretario de Estado, monseñor Eugenio Pacelli quien en 1939 sería el Papa Pío XII, conocido como “el Papa de Hitler”).
En general – advierte Gellately – no fue necesario recurrir al terror para acabar con las organizaciones no nazis de cualquier signo existentes en el país. El terror no se utilizó para mantener a raya a las mayorías o a las minorías más importantes sino para atacar a la izquierda. Hitler supo seducir a muchos alemanes apelando en todo momento a sus temores más recónditos y a sus esperanzas más secretas, aceptaron de buen grado lo que se les decía y se comprometieron instrumental y sentimentalmente con la dictadura nazi.
La mayoría de la gente parecía dispuesta a aceptar la idea de vivir en una sociedad vigilada y a prescindir del ejercicio de las libertades que normalmente identificamos con la democracia siempre que hubiese calles sin delincuencia, una vuelta a la prosperidad y lo que consideraban un buen gobierno.
No hubo resistencia organizada. Como decía el historiador germanoestadounidense Dietrich Orlow solamente hubo algún que otro gruñido desorganizado. El historiador alemán Hartmut Mehringer (1944-2011) decía que el nuevo régimen contó con mucho más que el respaldo de la inmensa mayoría de la población, que se mantuvo hasta el atentado contra Hitler el 20/7/1944 y especialmente después.
Hitler nunca se planteó enfrentarse a amplios sectores de su mundo social. Instaló un tipo de dictadura único en su especie y terminó realizando lo que el destacado historiador alemán Martin Broszat (1926-1989) llamó “un experimento de dictadura plebiscitaria”: un sistema autoritario, basado en la existencia de un líder que contase con el apoyo popular. El Führer estuvo siempre obsesionado, hasta la paranoia, por la opinión pública y la reacción de los ciudadanos ante todo tipo de medidas oficiales. Pretendía que los alemanes no solamente se adaptasen al nuevo sistema sino que se sintieran motivados por “el ideal”, que ratificaran que el Tercer Reich representaba “lo mejor de las tradiciones alemanas”, que participaran en muestras de afecto hacia Hitler y su visión de la “comunidad” (la Volksgemeinschaft) y, a nivel práctico que contribuyeran al nuevo orden colaborando activamente con la policía y el partido.
Los nazis supieron cultivar a la opinión pública y por esa razón no tuvieron necesidad de recurrir al terror generalizado para fortalecer su régimen. Muchos alemanes los siguieron, “no porque fueran robots carentes de juicio” sino porque se habían convencido de las ventajas de Hitler y de los aspectos “positivos” de la dictadura. La población tendía a perdonar a Hitler cuando las cosas no salían bien o no resultaban según lo previsto y, en cambio, echaban la culpa a los subalternos del Führer.
Gellately refiere que al desarrollar su obra le vino muchas veces a la cabeza el título de un artículo de Fritz Stern (1926-2016) [i] “El nacionalsocialismo como tentación”. Stern demostró que hasta los alemanes más cultos encontraron razones para apoyar al sistema aunque estaban menos sometidos a la autoridad, menos engañados y menos obligados de lo que se suele pensar.
Muchos alemanes respaldaron totalmente las campañas emprendidas por los nazis contra los que estos calificaron como criminales políticos y se sintieron satisfechos de que fueran enviados a los campos de concentración recién creados. Lejos de ser un secreto o una reserva, los campos de concentración fueron ampliamente publicitados e incluso quienes vivían en la proximidad de los campos se manifestaban en forma favorable a su instalación. Nunca fueron una vergüenza oculta ni mucho menos.
La mayoría de la población no tuvo que enfrentarse a la Gestapo, a la Kripo [ii] o a los campos de concentración. Para la mayoría de los alemanes, la faceta represiva o terrorista del nazismo se convirtió en un concepto social formado a través de lo que los ciudadanos se contaban unos a otros y de las noticias que publicaba la prensa o que se escuchaban por la radio. Los historiadores han prestado muy poca atención a este tipo de concepciones – advierte Gellately – cuando en realidad tuvieron un papel importantísimo durante la dictadura.
Las actividades cada vez más frecuentes de la nueva policía y de los campos de concentración, sobre todo cuando estos fueron presentados como centros disciplinarios donde el Estado debía recluir a los “criminales políticos” y “asociales” de todo tipo para someterlos a una “terapia de trabajo” (Arbeitstherapie), contaron con el apoyo de todos los estratos sociales. Durante la década de los 30 aparecieron miles y miles de artículos sobre los campos y los métodos preventivos más radicales para combatir a los criminales. Fueron publicados para obtener el apoyo y la aprobación del público.
Cuando se habla de las prácticas represivas del Tercer Reich – explica Gellately – por lo común se piensa en la Gestapo y en las SS custodiando los campos pero no en la policía uniformada ni en la Kripo. Sin embargo, estas últimas contribuyeron a reforzar el apoyo de la población a la dictadura: los buenos ciudadanos agradecían que la policía pusiera a buen recaudo a los normalmente considerados como criminales o escorias de la sociedad. Hasta hace pocos años – señala el autor – no hemos llegado a darnos cuenta del importante papel desempeñado por la policía común y sus dirigentes en el Holocausto en el Este de Europa ocupada y en la legitimación de la dictadura en Alemania.
En todo caso fue una represión selectiva y gradual. Sin tradiciones democráticas arraigadas y en el contexto de la crisis y las ambigüedades de la República de Weimar, bajo Hitler el pueblo alemán demostró estar más dispuesto a apoyar la represión. Como se podía comprobar a través de los medios de comunicación, la policía invadió cada vez más aspectos de la vida social y privada. El nuevo sistema se dedicó a erradicar o a marginar, con todas sus fuerzas, a colectivos cada vez más amplios que no querían o no podían adaptarse. Algunas autoridades llegaron a proponer tomar medidas contra cualquiera que fuese considerado socialmente “inadecuado”.
Hubo una propuesta de ley – que finalmente no llegó a aplicarse – referida a los individuos extraños a la comunidad, por ejemplo todos aquellos hombres y mujeres que mostraran, entre otras cosas, “defectos anormales de inteligencia o de carácter” (aussengewöhnlicher Mängel der Verstands oder des Charakters). Esta propuesta nunca llegó a incluirse en el Código Civil pero los borradores que se conservan muestran el tipo de medidas que podían llegar a concebirse en la dinámica de exclusión del racismo. A cierta altura de la guerra, dos profesores universitarios calcularon que habría que eliminar al menos un millón de ciudadanos alemanes para librar al Estado de todas las formas de desviación social.
La represión y el confinamiento durante la primera fase del Tercer Reich no se realizó en forma masiva o aleatoria sino de modo selectivo y localizado. A medida que el Estado de derecho fue siendo reemplazado por la “justicia policial” y aparecieron los tribunales especiales, se fue introduciendo en el procedimiento de la ley y el orden un componente de arbitrariedad e imprevisibilidad y cuando esto sucedió los ciudadanos hicieron notar su disgusto a la dictadura. De todos modos, este tipo de “terror” no fue concebido como una estrategia general para el control de toda la nación sino que perseguía el objetivo de eliminar a ciertos “enemigos evidentes” que ya se encontraban al margen de la sociedad y que se consideraban, hasta cierto punto, como una amenaza.
La noción misma de “enemigo” se iría ampliando con el paso del tiempo pero esta tendencia también reflejaba el deseo de conseguir el apoyo y la benevolencia de la población. Los objetivos de la discriminación, la persecución y el confinamiento no fueron elegidos por Hitler y sus secuaces de acuerdo con sus preferencias o en función de sus propios prejuicios y gustos personales. Sin embargo, las prácticas represivas, la coerción y la persecución hicieron que la dictadura ganase muchos más adeptos que los que perdió.
Una visión simplista del Tercer Reich puede llevar a pensar que Alemania era una especie de campo de entrenamiento militar donde los ciudadanos fueron víctimas de una doble estrategia de propaganda y terror. La propaganda nazi no se habrá comprendido bien – advierte Gellately – si se piensa que fue un simple lavado de cerebro o una manipulación emocional. La idea del lavado de cerebro estuvo muy en boga durante la Guerra Fría pero la idea de lavar el cerebro a sesenta millones de personas debe ser descartada de inmediato. El hecho de que un concepto tan carente de fundamento se repita tan a menudo, quizás se deba a que representa nuestra dificultad para enfrentarnos a la magnitud de las atrocidades que fueron cometidas en nombre de tantos alemanes y con su apoyo. (el subrayado es nuestro).
Lejos de imponer por la fuerza mensajes repulsivos o no deseados por la población, Hitler y los nazis midieron cuidadosamente sus palabras, sus escritos y particularmente sus actos, para obtener y conservar el apoyo del pueblo. Conviene recordar el “giro positivo” que supuso el Tercer Reich, ejecutado según las instrucciones del Ministerio de Instrucción Popular y Propaganda (Goebbels), que estuvo acompañado desde el primer momento por una serie de éxitos políticos, como el programa de creación de empleo, la construcción de autopistas, la promesa de un auto para cada familia, las vacaciones asequibles y las Olimpiadas. [iii]
El régimen nazi logró acabar con la depresión con más rapidez que cualquier otro país industrializado. Lo que contó para la mayoría de los alemanes fue, al parecer, que millones de personas volvieran a encontrar trabajo y que los ingresos familiares aumentaran progresivamente sin que el costo de vida lo hiciera a la par.
Por otra parte, hubo importantes factores externos. El feroz anticomunismo de los gobiernos inglés y francés hicieron que cuando Hitler llegó al poder, ambos países cambiaran su estrategia ante Alemania. Mientras Hitler iba rompiendo, punto por punto, cada capítulo del Tratado de Versalles de 1919, británicos y franceses adoptaron una complaciente estrategia de apaciguamiento. Al no tomar ningún tipo de medida para contener a Hitler, los Aliados contribuyeron a engrandecer su imagen. De hecho, hicieron que apareciera como un gobernante con más talla internacional que Bismarck y para los alemanes había logrado lo imposible “recuperar para su país el lugar que le correspondía” y sin disparar un tiro.
El precio a pagar por esas fáciles conquistas sería inmenso pero eso corresponde a una segunda etapa de las relaciones entre el pueblo alemán y la dictadura nazi, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial en setiembre de 1939. En ese momento, el nacionalismo se convirtió en un factor superlativo y muchos de los que posiblemente tuvieran reparos o disidencias con Hitler y el nazismo, pusieron al patriotismo por delante de cualquier otra cosa.
La guerra revolucionó al régimen: gran expansión del sistema de campos de concentración, persecución de marginados sociales, programa de eutanasia y la exacerbación del racismo. Las tendencias radicales del nazismo, que habían sido permanentemente impulsadas por Hitler, habían permanecido latentes o parcialmente ejecutadas. Ahora se desataron totalmente. El racismo alcanzó el máximo horror en Polonia y en los países del Este.
En setiembre de 1941, los judíos que no habían abandonado Alemania fueron obligados a llevar la estrella amarilla y a ser recluidos en guetos. No tardaron en ser deportados sistemáticamente al Este y con ello a un destino de horror. Los judíos que quedaron exentos de estas medidas, los que habían contraído matrimonios mixtos, fueron sometidos a terribles humillaciones.
Los trabajadores extranjeros, provenientes en un comienzo de Polonia, fueron obligados a trabajar como esclavos. Los alemanes vieron como eran tratadas miles y miles de personas pertenecientes a “razas foráneas”, obligadas a vivir entre ellos bajo un brutal sistema de segregación (apartheid). Este racismo cotidiano tuvo efectos colaterales en todo el país. La mayoría de la población aceptó, en mayor o menor grado, las doctrinas racistas y, a lo sumo, dio pocas muestras de que le molestaran.
Hasta hace poco – decía Gellately – los historiadores habían subrayado la pasividad de los alemanes bajo el Tercer Reich y presentaban al “estado policial” nazi como una institución tan invasiva que no dejaba más espacio a la iniciativa ciudadana que los meros actos de carácter ritual o ceremonial. Ahora sabemos – concluye – que aunque no todos los ciudadanos estuvieran de acuerdo con todas las medidas adoptadas por la dictadura, por ejemplo con ciertos aspectos de la persecución de los judíos y de los trabajadores extranjeros en Alemania, el régimen no tuvo la menor dificultad para conseguir que la población denunciara las supuestas infracciones de la normativa racista.
El suministro de información a la policía o al partido fue una de las contribuciones más importantes de la participación ciudadana en el Tercer Reich. Un rasgo característico, que lo distingue del fascismo italiano, fue que el nazismo no tuvo dificultad en conseguir la colaboración de los ciudadanos de a pie. La población cooperó en la puesta en práctica del antisemitismo y en la aplicación de las medidas raciales a los trabajadores extranjeros y desde luego no dudó en suministrar información acerca de los delitos comunes (el subrayado es nuestro).
Sin duda hubo personas verdaderamente convencidas y fanáticos devotos – sigue diciendo Gellately – pero no era necesario que todos los alemanes se convirtieran en partidarios acérrimos del régimen para que este pudiera poner en práctica sus objetivos ideológicos. Cuando una persona, independientemente de las razones que pudiera tener, hacía una denuncia a la policía o escribía una carta al partido dando cuenta de comportamientos indeseables, sin importar si sus motivos eran sinceros o egoístas, contribuía a la realización de la ideología nazi y hacía funcionar la dictadura. Todas las denuncias apoyaron al sistema y nunca faltaron. Esa forma de participación de los ciudadanos y su disposición a informar al partido o a la policía fueron devastadores para la resistencia. Como había muchos denunciantes había poco espacio para organizarse.
La invasión a la Unión Soviética, el 22 de junio de 1941, aceleró la realización de actos sanguinarios y creó el contexto para el Holocausto. La “guerra de exterminio” en el Este fue utilizada como pretexto para asesinatos masivos sistemáticos. El historiador británico Richard Overy ha demostrado que el enfrentamiento con la Unión Soviética fue monstruoso en todas sus facetas y calculó que perdieron la vida aproximadamente 25 millones de soviéticos, diecisiete de los cuales fueron civiles.
La brutalidad del Holocausto y la guerra contra la URSS repercutieron también en Alemania. Los campos de concentración, que en cierta medida habían desaparecido de los medios de comunicación al estallar la guerra, empezaron a invadir el ámbito social de Alemania a partir de los años centrales del conflicto. Se hizo imposible ignorar la presencia de los presos en la vida cotidiana. Para muchos alemanes supusieron, lo mismo que los millones de trabajadores esclavos, una confirmación de las teorías nazis y de la concepción que ellos mismos tenían acerca de la superioridad social y racial de su pueblo.
El historiador alemán Ulrich Herbert señaló que durante la época nazi se produjo en la sociedad alemana “una notable despreocupación por los derechos humanos y la protección de las minorías” que fue intensificándose con el paso de los años y que condujo a un profundo embrutecimiento moral de Alemania.
Yo postulo – dice Gellately – que en el estudio de las representaciones idílicas de los campos de concentración y de sus prisioneros ofrecidas por los medios de comunicación de la época, podemos encontrar una explicación parcial de esa insensibilización social, y una de las claves para entender los orígenes y el desarrollo de ese “embrutecimiento moral”. La cuestión no es si los alemanes conocían o no la existencia de los campos sino más bien que tipo de conocimiento tenían y como les llegó ese conocimiento. He sostenido – dice el autor – que debemos investigar no sólo el lado oculto , sino también los aspectos públicos del terror, y estudiar detenidamente la propaganda que hizo el régimen de los campos y de sus prisioneros. (el subrayado es nuestro).
La etapa final, la más dramática y sanguinaria del nazismo tuvo lugar en Alemania en los últimos seis meses de la guerra cuando el frente interno se convirtió en frente de batalla. Casi todas las ciudades y pueblos del país vivieron su propia versión del Apocalipsis, con escenas que sólo se puede reconstruir parcialmente basándose en los juicios celebrados al final del conflicto. Mucho queda por contar de esta historia, sostenía Gellately.
Durante los últimos meses el tipo de víctimas fue ampliándose cada vez más hasta incluir a los alemanes que no seguían las pautas marcadas o mostraban el más ligero indicio de no querer seguir adelante. Aunque al final muchos dudaban siempre hubo otros dispuestos a seguir luchando. Las brutalidades cometidas por la policía, las SS, la Wehrmacht e incluso por los ancianos del Volkssturm, fueron al parecer casi ilimitadas. No se puede explicar su afán por continuar atribuyéndolo a un único motivo, ni siquiera al racismo porque los asesinos no vacilaron cuando sus víctimas eran alemanes, italianos o franceses.
Por fin resta la respuesta a la interrogante de ¿porqué los alemanes siguieron apoyando a Hitler hasta el final? Según Gellately hay una multiplicidad de factores que incluso varían de una persona a otra. Había “optimistas” que se negaban a aceptar que la guerra estaba perdida. Había quienes confundían la esperanza con el sueño de una supuesta “arma milagrosa” que daría un giro total a los acontecimientos. Seguramente incidía fuertemente la culpa por los crímenes cometidos, especialmente en el Este; sabían lo que habían hecho y esperaban una invasión sangrienta. Algunos siguieron combatiendo contra un enemigo que había sido demonizado hacía tiempo. Otros esperaban que las potencias occidentales perdonaran a los nazis para atacar juntos a la Unión Soviética. Otros se obsesionarían con “cumplir con su deber”. Muchos fanáticos no fueron capaces de ver por si solos la situación tal como era en la realidad, ni siquiera sus aspectos más atroces. No todo terminó en 1945.
Lic. Fernando Britos V
[i]Fritz Richard Stern fue un destacado historiador estadounidense de origen alemán, especializado en historia de Alemania, historia judía e historiografía. Fue profesor y decano de la Universidad de Columbia en Nueva York y se enfocó en las complejas relaciones entre alemanes y judíos en los siglos XIX y XX y en el surgimiento del nazismo durante la primera mitad del siglo XX.
[ii]La Gestapo (Geheimestaatspolizei) fue la policía secreta de Estado, la policía política creada por Goering en 1933. La Kripo (Kriminalpolizei) fue la sección de investigaciones criminales de la policía, una especie de policía judicial, los detectives.
[iii]Para profundizar en estos aspectos recurrir a Götz Aly (2006) LA utopía nazi: como Hitler compró a los alemanes.
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