Umberto Eco los vio venir

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 / Precisamente hoy, 25 de abril, se cumplen treinta años de la magistral conferencia de Umberto Eco titulada “El fascismo eterno”, presentada en un congreso organizado en la Universidad de Columbia, en 1995. Los conceptos de Eco resuenan hoy con una vigencia extraordinaria en los Estados Unidos de Trump, donde muchos intelectuales acusan al magnate, matón y extravagante, de estar instaurando el fascismo en su país. Es forzoso parafrasearlo hoy.

El fascismo italiano era ciertamente una dictadura, pero no era totalmente totalitario, no por su levedad sino por la debilidad filosófica de su ideología -advierte Eco-. Contrariamente a lo que muchos piensan el fascismo en Italia no tenía una filosofía especial. El artículo sobre fascismo firmado por Mussolini en la Enciclopedia Treccani fue escrito por o inspirado en Giovanni Gentile, pero reflejaba una noción hegeliana tardía del Estado Absoluto y Ético que nunca fue completamente realizado por Mussolini. Mussolini no tenía una filosofía: sólo tenía retórica.

En sus comienzos era un ateo militante al principio pero cuando le convino suscribió un Concordato con la Iglesia Católica que se transformó en uno de sus principales apoyos y recibió al obispos que bendecían los estandartes fascistas. Después Mussolini siempre mencionaba a Dios en sus discursos y no le molestaba ser llamado el Hombre de la Providencia.

El fascismo italiano fue la primera dictadura de derecha en gobernar un país europeo -dijo Eco- y todos los movimientos posteriores se inspiraron en el régimen de Mussolini. El fascismo italiano fue el primero en instalar una liturgia militar, un folclore, incluso una forma de vestir y de portar insignias. En los años treinta surgieron movimientos fascistas, en Gran Bretaña, en Letonia, Estonia, Lituania, Polonia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Grecia, Yugoslavia, España, Portugal, Noruega e incluso en Sudamérica.

Fue el fascismo italiano el que convenció a tantos líderes europeos liberales de que el régimen estaba llevando a cabo interesante reforma social, y que era una alternativa levemente revolucionaria para enfrentar al comunismo que tanto temían.

Sin embargo Eco señala que la expansión del fascismo de hace un siglo no es razón suficiente para explicar porque su solo nombre se haya transformado en un sinécdoque, es decir una palabra que puede ser usada para calificar a movimientos distintos. Eso no se debe -advierte Eco- a que  el fascismo contenga en su esencia, todos los elementos de cualquier forma posterior de totalitarismo, porque por el contrario, el fascismo no tenía esencia.

El fascismo era un totalitarismo confuso, un rejunte de distintas ideas políticas y filosóficas, una colmena de contradicciones. ¿Puede concebirse un movimiento realmente totalitario que podía combinar la monarquía con la revolución, el Regio Esercito con la milizia personal de Mussolini, la concesión de privilegios a la Iglesia con una educación estatal que ensalza la violencia, el control estatal con el libre mercado?

El Partido Fascista nació jactándose de promover un nuevo orden revolucionario, pero fue financiado por los más conservadores de entre los terratenientes que esperaban una contrarrevolución. En sus comienzos, el fascismo era republicano. Aun así sobrevivió por veinte años proclamando su lealtad a la familia real, mientras que el Duce (el indiscutido Líder Máximo) se encontraba codo a codo con el Rey, a quien ofreció el título de Emperador.

Pero cuando el Rey despidió a Mussolini en 1943, el partido reapareció a los dos meses, con apoyo alemán, bajo el estandarte de una república “social”, reciclando su antiguo guión revolucionario, ahora enriquecido con matices casi Jacobinos. Todo era y es contradictorio en el fascismo.

Las contradicciones no quieren decir que el fascismo italiano fuera tolerante. Gramsci fue enviado a prisión hasta su muerte; los lideres de oposición Giacomo Matteotti y los hermanos Rosselli fueron asesinados; la prensa libre fue abolida, los sindicatos fueron desmantelados y los disidentes políticos fueron confinados en islas remotas. El poder legislativo se transformó en una mera ficción y el poder ejecutivo (que controlaba tanto al judicial como a los medios masivos) impuso nuevas leyes, entre ellas las que llamaban a preservar la raza (el gesto formal de apoyo de los italianos a lo que se transformó en el holocausto).

La imagen contradictoria no fue el resultado de tolerancia, sino de la confusión política e ideológica. Pero era una confusión rígida, una confusión estructurada. El fascismo estaba firmemente asentado en ciertos cimientos arquetípicos.

Y aquí Eco llega al punto medular de su argumentación. Sólo existió un Nazismo. No podemos etiquetar el falangismo hipercatólico de Franco como Nazismo, ya que el Nazismo es fundamentalmente pagano, politeístico y anticristiano. Pero el juego fascista es uno que puede jugarse de muchas formas, y el nombre del juego no cambia.

La noción de fascismo no es distinta a la noción de Wittgenstein de un juego. Un juego puede ser competitivo como puede no serlo, puede requerir alguna habilidad especial o ninguna, puede involucrar dinero o no. Los juegos son distintas actividades que presentan solo algún “parecido familiar”, como lo explicó Wittgenstein.

El término «fascismo» se adapta a todo porque es posible eliminar de un régimen fascista uno o más aspectos, y siempre podremos reconocerlo como fascista. Quítenle al fascismo el imperialismo y obtendrán a Franco o a Salazar; quítenle el colonialismo y obtendrán el fascismo balcánico. Añádanle al fascismo italiano un anticapitalismo radical (que nunca fascinó a Mussolini) y obtendrán a Ezra Pound. Añádanle el culto a la mitología celta y el misticismo del Grial (completamente ajeno al fascismo oficial) y obtendrán uno de los gurús fascistas más respetados: Julius Evola.

A pesar de esta confusión, considero que es posible indicar una lista de características típicas de lo que me gustaría denominar «Ur-Fascismo», o «fascismo eterno» concluye Eco. Tales características no pueden quedar encuadradas en un sistema; muchas se contradicen mutuamente, y son típicas de otras formas de despotismo o fanatismo, pero basta con que una de ellas esté presente para hacer coagular una nebulosa fascista (el subrayado es nuestro).

 

He aquí los “indicadores” señalados por Umberto Eco:

  1. CULTO A LA TRADICIÓN – La primera característica de un fascismo es el culto a la tradición. El tradicionalismo es más antiguo que el fascismo. No fue típico sólo del pensamiento contrarrevolucionario católico posterior a la Revolución Francesa, sino que nació en la edad helenística tardía como reacción al racionalismo griego clásico. Esta nueva cultura debía ser sincrética. Sincretismo no es sólo, como apuntan los diccionarios, la combinación de formas diferentes de creencias o prácticas. Una combinación de ese tipo debe tolerar las contradicciones. Todos los mensajes originales conllevan un germen de sabiduría primitivo y, cuando parecen decir cosas diferentes o incompatibles, lo hacen sólo porque todos aluden, alegóricamente, a alguna verdad primitiva.

Como consecuencia, ya no puede haber avance del saber. La verdad ya ha sido anunciada de una vez por todas, y lo único que podemos hacer es seguir interpretando su oscuro mensaje. Es suficiente mirar la cartilla de cualquier movimiento fascista para encontrar a los principales pensadores tradicionalistas. La gnosis nazi se alimentaba de elementos tradicionalistas, sincretistas, ocultos.

Si curiosean en los estantes que en las librerías americanas llevan la indicación New Age – decía entonces Eco –  encontrarán incluso a San Agustín, quien, por lo que se, no era fascista. Pero juntar a San Agustín con Stonehenge (monumento megalítico) – eso es un síntoma de fascismo.

  1. RECHAZO DEL MODERNISMO – El tradicionalismo implica el rechazo del modernismo. Tanto los fascistas como los nazis adoraban la tecnología, mientras que los pensadores tradicionalistas suelen rechazar la tecnología como negación de los valores espirituales tradicionales. Sin embargo, a pesar de que el nazismo estuviera orgulloso de sus logros industriales, su aplauso a la modernidad era sólo el aspecto superficial de una ideología basada en la Sangre y la Tierra (Blut und Boden). El rechazo del mundo moderno se camuflaba bajo la forma de una condena a la vida capitalista, pero concernía principalmente a la repulsión del espíritu de La Revolución Francesa. La Ilustración, la Edad de la Razón, son vistas como el principio de la depravación moderna. En ese sentido, el Fascismo puede definirse como irracionalismo.
  2. CULTO DE LA ACCIÓN – El irracionalismo depende también del culto de la acción por la acción. La acción es bella de por sí, por lo tanto, debe actuarse incluso sin reflexión alguna. Pensar es una forma de castración. Por eso la cultura es sospechosa en la medida en que se la identifica con actitudes críticas. Desde la declaración atribuida a Goebbels («Cuando oigo la palabra cultura, busco mi pistola») hasta el uso frecuente de expresiones como «intelectuales degenerados», «universidad, guarida de comunistas», la sospecha hacia el mundo intelectual ha sido siempre un síntoma de Fascismo.
  3. RECHAZO DEL PENSAMIENTO CRÍTICO – Ninguna forma de sincretismo puede aceptar el pensamiento crítico. El espíritu crítico opera distinciones, y distinguir es señal de modernidad. En la cultura moderna, la comunidad científica entiende el desacuerdo como instrumento de progreso de los conocimientos. Para el Fascismo, el desacuerdo es traición.
  4. MIEDO A LO DIFERENTE, RACISMO – El desacuerdo es, además, un signo de diversidad. El Fascismo crece y busca el consenso explotando y exacerbando el natural miedo a la diferencia. El primer llamado de un movimiento fascista, o prematuramente fascista, es contra los intrusos (rechazo a los inmigrantes). El Fascismo es racista por definición.
  5. APELA A LA FRUSTRACIÓN – El Fascismo surge de la frustración individual o social. Por esto es que una de las características típicas de los fascismos históricos ha sido el llamado a las clases medias frustradas, una clase sufriendo por alguna crisis económica o humillación política, asustadas por la presión de los grupos sociales subalternos. En nuestra época, en la que los antiguos «proletarios» se están convirtiendo en pequeña burguesía (y los lumpen son excluídos de la escena política), el fascismo encontrará su público en esta nueva mayoría.
  6. NACIONALISMO Y XENOFOBIA – A los que carecen de una identidad social cualquiera, el Fascismo les dice que su único privilegio es el más vulgar de todos, haber nacido en el mismo país. Éste es el origen del nacionalismo. Además, los únicos que pueden ofrecer una identidad a la nación son los enemigos. De esta forma, en la raíz de la psicología Fascista está la obsesión por el complot, por la conspiración, posiblemente internacional. Los seguidores deben sentirse asediados. La manera más fácil para apuntar a una conspiración es apelar a la xenofobia. Ahora bien, el complot debe surgir también del interior: los judíos solían ser el mejor objetivo, puesto que presentan la ventaja de estar al mismo tiempo dentro y fuera pero en tal sentido son funcionales los zurdos, los afrodescendientes, los inmigrantes, Etc.
  7. FORTALEZA Y DEBILIDAD DEL ENEMIGO – Los seguidores deben sentirse humillados por la riqueza y la fuerza ostentada por los enemigos. Cuando era niño – decía Eco – me enseñaban que los ingleses eran el pueblo de las cinco comidas: comían más a menudo que los pobres pero sobrios italianos. Los judíos son ricos y se ayudan mutuamente gracias a una red secreta de recíproca asistencia. Sin embargo, los seguidores deben estar convencidos de que pueden derrotar a los enemigos. De este modo, gracias a un continuo salto en el foco retórico, los enemigos son simultáneamente demasiado fuertes y demasiado débiles. Los gobiernos fascistas están condenados a perder sus guerras, porque son constitucionalmente incapaces de valorar con objetividad la fuerza del enemigo.
  8. VIDA PARA LA LUCHA – Para el Fascismo no hay lucha por la vida, sino más bien, vida para la lucha. El pacifismo es entonces traficar con el enemigo. Es malo porque la vida es una guerra permanente. Esto, sin embargo, lleva consigo un complejo de Armagedón. Puesto que los enemigos deben ser derrotados, tiene que haber una batalla final, de donde resultará la obtención del control del mundo. Una solución final de ese tipo implica una sucesiva era de paz, una Edad de Oro que contradice el principio de la guerra permanente. Ningún líder fascista ha conseguido resolver jamás esta contradicción.
  9. ELITISMO DE MASAS – El elitismo es un aspecto típico de toda ideología reaccionaria, en cuanto es fundamentalmente aristocrático, y los elitismos aristocráticos y militaristas implican el desprecio por el débil. El Fascismo sólo puede avocar por un elitismo popular. Cada ciudadano pertenece al mejor pueblo del mundo, los miembros del partido son los ciudadanos mejores, cada ciudadano puede (o debe) convertirse en miembro del partido. Pero no puede haber patricios sin plebeyos. El líder, que sabe perfectamente que su poder no lo ha obtenido por mandato, sino que lo ha conquistado con la fuerza, sabe también que su fuerza se basa en la debilidad de las masas; tan débiles que necesitan y merecen un gobernante. Puesto que el grupo está organizado jerárquicamente (según un modelo militar), todo líder subordinado desprecia a sus subalternos, y cada uno de ellos desprecia a sus inferiores. Todo ello refuerza el sentido de un elitismo de masas.
  10. CULTO AL HÉROE – En la perspectiva fascista, todos están educados para convertirse en un héroe. En todas las mitologías, el “héroe” es un ser excepcional, pero en la ideología Fascista el heroísmo es la norma. Este culto al heroísmo está vinculado estrechamente con el culto a la muerte. No es una coincidencia que el lema de los falangistas fuera ¡Viva la muerte! En sociedades no fascistas, se le dice al público que la muerte es desagradable, pero que debe encararse con dignidad; a los creyentes se les dice que es una forma dolorosa de alcanzar una felicidad sobrenatural. El héroe Fascista, en cambio, aspira a la muerte, anunciada como la mejor recompensa de una vida heroica. El héroe Fascista está impaciente por morir, y en su impaciencia, más a menudo consigue hacer que mueran los demás.
  11. MISOGINIA Y ARMAMENTISMO – Puesto que tanto la guerra permanente como el heroísmo son juegos difíciles de jugar, el Fascista transfiere su voluntad de poder a cuestiones sexuales. Éste es el origen del machismo (que implica desdén hacia las mujeres y una condena intolerante a costumbres sexuales no-estándar, desde la castidad hasta la homosexualidad). Y puesto que hasta el sexo es un juego difícil de jugar, el héroe Fascista juega con las armas que se transforman en un ejercicio fálico de sustitución (ersatz).
  12. POPULISMO SELECTIVO – El Fascismo se basa en un populismo selectivo. En una democracia, los ciudadanos gozan de derechos individuales, pero el conjunto de los ciudadanos sólo está dotado de un impacto político desde el punto de vista cuantitativo – se siguen las decisiones de la mayoría. Para el Fascismo, los individuos en cuanto individuos no tienen derechos, y el Pueblo es concebido como una entidad monolítica que expresa la voluntad común. Puesto que ninguna cantidad de seres humanos puede poseer una voluntad común, el líder pretende ser su intérprete. Habiendo perdido el poder de delegar, los ciudadanos no actúan; son llamados sólo para desempeñar el papel de Pueblo. De esta manera, el Pueblo es sólo una ficción teatral. Para poner un buen ejemplo de populismo cualitativo, ya no necesitamos Piazza Venezia o el estadio de Nuremberg. En nuestro futuro se perfila un populismo cualitativo ,televisión o Internet, en el que la respuesta emocional de un grupo seleccionado de ciudadanos puede ser presentada o aceptada como la Voz del Pueblo. En razón de su populismo cualitativo, el Fascismo debe oponerse a los «podridos» gobiernos parlamentarios. Cada vez que un político arroja dudas sobre la legitimidad del parlamento porque no representa ya la Voz del Pueblo, podemos percibir olor a Fascismo.
  13. El Fascismo habla una Neolengua. La Neolengua fue inventada por Orwell en 1984, como lengua oficial del Ingsoc, el socialismo inglés. Pero elementos de Fascismo son comunes a formas diversas de dictadura. Todos los textos escolares Nazis o Fascistas se basaban en un léxico pobre y en una sintaxis elemental, con la finalidad de limitar los instrumentos para el razonamiento complejo y crítico. Pero debemos estar preparados para identificar otras formas de Neolengua, incluso cuando adoptan la forma inocente de un popular reality-show o programa de conversación, o un discurso de gritos y palabrotas al estilo Milei. Debemos prestar atención a que el sentido de las palabras “libertad”, “dictadura”, no se vuelva a olvidar. El Fascismo está aún a nuestro alrededor, a veces con trajes de civil. Sería mucho más fácil para nosotros que alguien se asomara a la escena del mundo y dijera: «Quiero volver a abrir Auschwitz, quiero que las camisas negras vuelvan a desfilar solemnemente por las plazas italianas». La vida no es tan simple. El Fascismo puede volver todavía con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el dedo cada una de sus formas nuevas, cada día, en cada parte del mundo.

Vale la pena recordar las palabras de Franklin Roosevelt el 4 de noviembre de 1938: “Me atrevo a afirmar que si la democracia americana deja de progresar como una fuerza viva, intentando mejorar día y noche con medios pacíficos las condiciones de nuestros ciudadanos, la fuerza del fascismo crecerá en nuestras tierras”. Tan clarividente Roosevelt como Eco.

Lic. Fernando Britos V.

 

 

 

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