Semblanza de un amigo: Julio Manzur

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Me expreso desde un lugar muy cercano al festejado por sus 80. Nacimos a 15 cuadras en Guichón, las mismas que hoy tenemos entre nosotros en Pocitos. También a los 15 salimos del pueblo y aquí estamos después de un también cercano periplo vital. Me eligieron disertar por ser el que hace más tiempo conoce a Julio. A él desde chico nada le fue liviano, entregaba pan en los hogares y vendía bizcochos frente a la escuela. Unos  quince años después amasaba y repartía pastas en Montevideo. Y cursando la Facultad atendió su cantina hasta la clausura en el 1972. Juntos, dos años después, ambos con esposa, tres hijos y sin trabajo fijo remunerado emigramos a Buenos Aires.

No obstante, ya habíamos alquilado un Estudio que luego compartimos con dos colegas. Uno de ellos, Nils Marchand, tuvo la audacia y generosidad de recomendarnos como directores para dos enormes obras en Colonia y Paysandú. Volvimos y lo que siguió ya es mas  conocido, pero no del todo. Implicaba vivir solos toda la semana en esas obras y el finde haciendo carretera para atender la familia. Tampoco que, por mucho tiempo, distante 400 kilómetros, mantuvimos la identidad y sentido de pertenencia al pueblo proyectando y haciendo allí obras sin cobrar un solo peso.

Sostengo que la trascendencia más genuina es a través de la familia y ello incluye la suya. Poco tiempo detrás de Julio, su padre cargó las amasadoras y con su madre hermanas y hermano se vino a la capital integrando a todos en una odisea de trabajo y estudios de cuyos excelentes resultados son fieles portadores los integrantes aquí presentes. Estuve al tanto percibiendo como se apoyaban y Julio les prestaba atención, convirtiéndose con el tiempo en su referente. Por lo demás me había presentado la madre de mis hijos y asoció a colegas de su generación en la Empresa constructora que ahora eficientemente dirigen los suyos.

A la vez construyó relaciones que mantiene y están presentes. Como corolario, sus sobrinos y nietos son portadores de esa herencia familiar, casi genética, de valores, principios y buen comportamiento social. Me consta.         

Mi reconocimiento

En tan extenso tiempo de vida tuvimos y tenemos diferencias. Y aunque ninguno heredó la tolerancia, las zanjamos con altura y aquí llegamos, expertos en situaciones límites y aprendices en pasarla bien. Con la misma ventaja que cuando niños ya que, veteranos, paradójicamente, todos volvemos a ser iguales y recuperamos tiempo para hacer lo que querramos. Por eso Julio, buen descendiente de fenicios, prosigue con su leal compañera Alexandra viajando por todo el mundo y aquí cosechando afectos sembrados tanto tiempo atrás. Ahora por el camino de la sabiduría, muy consciente que es asimilable solo en pequeñas dosis.

Me congratulo en ser su amigo, sabiendo que no es por descarte. Y me sumo a la concurrencia, cuya presencia importa mucho más que esta breve crónica teñida por el aprecio.    

Así que brindaremos por los aquí presentes y también por los que ya no están, pero llevamos con nosotros, no como una mochila, sino como un aura vital.    ¡Salud!

Luis Fabre

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