Parece que en lugar del ambiente cerrado, impersonal, de las grandes superficies, la comunidad opta por la familiaridad del comercio de barrio. Desde hace algunos años, vienen haciendo punta algunas cafeterías y librerías-café, donde los diarios y libros pasibles de ser hojeados, aún sin comprarlos, reúnen a clientes de distintos grupos de edades cotidianamente. Es un atisbo de recuperación de convivencia social en locales abiertos al espacio público, de fácil visualización y acceso. También, ubicado en medio del barrio, un conjunto de cines con cafetería de Pocitos recibe un público mayoritariamente de la vecindad. Puedo agregar la instalación de nuevos colegios privados, cuyos alumnos y acompañantes circulan cotidianamente desde las manzanas cercanas.
Sin embargo, el pequeño comercio al alcance peatonal se había mantenido a duras penas en competencia con los supermercados, merced a su atención personalizada, entregas a domicilio y la libreta de crédito, resabio de antiguos almacenes. La política de precios de estas grandes superficies, amparada en una agresiva promoción y la inducción al consumo en un ámbito artificialmente creado, especialmente propicio empezó a ceder espacio a los pequeños expendios. Por lo demás, la desproporción entre el acceso y recorrido, el tiempo insumido para una compra al menudeo, son sutiles dificultades que inhiben al cliente-peatón. Incluso los nuevos servicios de compra telefónica son emulados localmente con rápidas entregas en bicicleta o a pie.
Percibiendo el cambio
La implantación masiva de nuevos comercios de cercanía que ahora vemos, proviene en parte, de las reseñadas constataciones.
Estos flamantes locales, sucursales de grandes cadenas, representan un desafío para su administración con obtención de réditos y la inclusión de un trato más personal con la clientela. Ello es así por la necesidad de ofrecer precios competitivos en una organización descentralizada cuyos costos de funcionamiento inciden más que en las casas centrales.
Neutralizando el miedo
Aún sin proponérselo, la implantación de estos nuevos comercios de cercanía es una pequeña victoria sobre la inseguridad y la exclusión. Los espacios comerciales cerrados y controlados, liderados por los shopping, se habían apoderado del usuario, eliminando junto con la inseguridad, las relaciones y los encuentros entre el vecindario. Simultáneamente, por otras sutiles formas de exclusión y autoexclusión en la ciudad contemporánea, han disminuido los diversos vínculos sociales en los espacios públicos (la calle, la plaza, la feria). Es el tiempo de la experiencia individual del consumidor y el auge de la representatividad social del consumo.
Resistiendo este fenómeno inducido, la renovación y equipamiento de plazoletas barriales, liderados por el equipado espacio de la rambla, los dispositivos de circulación peatonal en las veredas, las bici sendas, atraen ciudadanos a espacios controlados-sin cámaras-socialmente.Aunque justo es reconocer, volviendo a Pocitos, se utiliza más la placita frente a una seccional policial como la de calle Pereira que la excelente Plaza Gomensoro en la misma zona. Lo cierto es que se renueva el arcaico encuentro e interacción entre la gente; niños, ancianos y jóvenes, en un ámbito de libre acceso, regido por las normas de costumbre autoimpuestas por los usuarios. Esta movida creciente está en sinergia con otras como las grandes corridas, multitudinarias, en los espacios de todos.
Y en fechas señaladas como la del reciente día del Patrimonio, en que el interés de la gente impulsa las recorridas peatonales guiadas.
Conclusiones
La moraleja es que utilizar, vivir la ciudad en el ámbito colectivo, resulta una acción eficiente para desplazar su ocupación y su tránsito para el uso indebido, para el delito. No ceder el espacio público a la violencia y al miedo es resultado de ejercer nuestro derecho a él.
Por el Arq. Luis Fabre
luisfabre@gmail.com
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