Ante la anomia moral del poder

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No porque campee la anemia moral en la cúspide del poder (en su amplio y variado espectro), aquí en el Uruguay como en vastas zonas del mundo, es que vamos a resignar nuestra voz para denunciarla y exponer nuestro pensamiento respecto de ellos que tan livianamente la representan.

Asimismo, no debemos pensar que todo está perdido y que nada resta por hacer, dado que ellos ostentan, y en algunos casos detentan, el poder y uno como individuo aislado tendería a sentirse  débil como para osar enfrentarlos en la arena de lo público, con las armas de la democracia republicana.

Sin embargo, este es el  momento en el que con mayor razón debemos permanecer erguidos y desafiantes en el medio del temporal de la arrogancia, la sinrazón y la cortedad de miras que ellos y otros más,  a un lado y otro del espectro político, bien como aquellos que son sus interlocutores en el mundillo de las finanzas y las organizaciones telúricas de la clase dominante, esas organizaciones que se pasan el poder corporativo de una generación a otra, cerrando tanto la sangre como la mente a espacios de dignidad.

12 Héctor-Valle-200x230Es dable recordar, hoy más que nunca, que el poder primero es el del ciudadano quien luego, por delegación electoral, lo transfiere a un sector político que al representar a aquel y a la suma de quienes los auparon al poder, deben cumplir con el mandato otorgado por aquellos. Eso o arrodillarse y dejarse llevar  por el poder fáctico, ese que permanece en la sombra, sea el vernáculo como el trasnacional y al que aun ni siquiera se le ha rozado. .

Esa cadena de compromisos constitucionales se ha roto con la fuerza de la angurria y la borrachera que  alcanza a quienes representan, con las siempre honrosas salvedades de seres nobles. Los comprables,  pasan a sentirse además dueños del destino del Estado y, paralelamente, buscan tapar con fango sus oídos al clamor popular.

Son esas heces directrices, en el más amplio espectro del poder, quienes incumplen con sus deberes surgidos de compromisos programáticos a los cuales ahora si no relegan ciertamente relativizan y pasar a dar otras interpretaciones en tanto en cuanto  más convenga a sus fines espurios.

Luego, la crisis no es de la política como tal, sino de algunos de los máximos integrantes de su sistema de representación junto con todo aquel advenedizo que ubicado en los  escalones siguientes hacen sus deberes para congraciarse con aquellos y ya que está llevar algo para su propio molino.

Junto con ellos están, por favor no le hagamos ese desaire,  no pocos de los máximos representantes de la dirigencia empresarial, corporativa, del mundillo de las finanzas, como de aquellos parias que creen representar a las trasnacionales con asiento en el Uruguay y que no son más que meros peores de amos desconocidos, sin que con ello restemos responsabilidades a otras corporaciones que, como la sindical, aunque en muy menor grado, ha comenzado a presentar algunas islas de la misma o parecida calaña que aquellos, o que, por su cortedad de miras, incluso en nociones elementales de civilidad y con un bajo pensamiento crítico terminan siendo funcionales a los mismos.

Ahora bien, como ya lo hemos expresado más arriba, la responsabilidad primera está en nosotros, en los ciudadanos, uno a uno, al tiempo que no debemos creer que esto es el final sino ver en él un estadio más,  vil por cierto, de la sinfonía humana. Y entonces renovar nuestro compromiso para con la democracia participativa, compromiso que sólo se constata con nuestra presencia y acción en la arena de lo público y societario.

Aun hay margen para la persona, siempre lo hay, basta, claro está, que no nos quedemos en la mera crítica y nos atrevamos, cada quien en su esfera de acción, bajar al terreno y actuar. Y si tal espacio no existiera o fuera ínfimo es nuestro deber hacer para que el mismo aparezca y  crezca. No nos queda otra.

Mientras los supuestos poderosos chapotean en sus vómitos por exceso de arrogancia, de inhumanidad y de necedad, es tarea nuestra, hombres y mujeres de a pie, con una pizca de vergüenza y de temor por el mañana que dejaremos a nuestros hijos y a los hijos de los otros, el bregar porque un horizonte de mayor dignidad que acorte distancias con esta dura realidad.

Las banderas no se arrean porque algunos miserables hayan traicionado personas e ideales. Por el contrario, deben ser asidas con más fuerza y mayor sentido.

Allá ellos si prefieren ahogarse en medio de las monedas y otras limosnas que otros más poderosos dejan caer de la mesa principal para que estos otros las recojan del piso, de donde jamás saldrán. A fin de cuentas, pese al tremendo daño que causan, son tristes sombras en busca de su máscara, con la que pretenden cubrirse de una identidad que ya entregaron al tótem de la nada.

Es por ello que hoy tiene más sentido que nunca, en lo que a nosotros respecta,  ser de izquierda, sin desmedro de quienes  con otras posiciones actúan  con honestidad y elevadas miras societarias. Para nosotros el sentido de pertenencia está con los más caros ideales de la izquierda universal: libertad responsable, solidaridad para con el diferente y  un compromiso ineludible de trabajar codo a codo para dotar de sentido y dignidad el destino de los desposeídos del mundo.

Aun hoy y por mucho tiempo más huele a tierra mojada el legado de las víctimas de la barbarie, porque forma parte de nuestro decálogo del deber ser y  a su influjo y recuerdo no pocas veces nos movemos. Ellos sí están en nuestra memoria colectiva, ellos sí forman parte del panteón de la dignidad y la solidaridad humana. Ellos integran, junto a nuestros principales referentes históricos,  el panteón nacional de hombres y mujeres que por su hacer responsable y solidario, como por su pensar crítico y edificante son los referentes máximos de esta joven Nación, aun en formación.

A los capitostes de izquierda y de derecha, como a las lacras que representan a la ruleta financiera mundial, nuestro desprecio. Ellos ya no transitan sendero alguno, salvo el serpenteado que va hacia las fauces del tótem que más idolatran, el de la angurria y mezquindad. Tótem frente al cual caen en cuclillas para rendirle pleitesía, habiendo dejado en el transcurso de esa senda de degradación, su moral, su dignidad, y hasta su conciencia.

Sepan esos señorones del poder de nuestro frontal repudio, al tiempo que les lanzamos mirándolos a los ojos una serena advertencia cívica: Al pueblo no se lo pisotea, a las gentes que confiaron no se las traiciona sin más. Toda acción tendrá su reacción, su consecuencia.

O, para decirlo con otras palabras, a la vez que con mayor especificidad y elocuencia, en esta vida toda siembra tiene su cosecha. No por vía del odio ni mucho menos por medio de la violencia. Eso sería, digámoslo: eso nos haría ser como ellos, no. Ellos mismos a lo largo del tiempo serán sus propios jueces interiores, aunque no lo quieran, y  dictarán las sentencias que ellos mismos tomarán sobre sus tristes personas.

La vida misma así nos lo enseña, aunque no lo quieran ver hoy, aunque se rían de quienes escribimos y actuamos sin doblegarnos junto con todos aquellos que  también se atreven a  pensar con espíritu crítico y a hacer, vale repetirlo, de cada una de nuestras esferas de acción ámbitos propicios para la mejor construcción de una sociedad más justa, por digna, más libre y más responsable.

Aquellos otros, las alimañas, no saben ni podrán jamás comprender que una vida vivida con dignidad y en solidaridad con los otros, especialmente los diferentes, es un fin en sí mismo.

Esa es la secreta e íntima victoria del hombre y de la mujer de a pie. De todos quienes hacen de la vergüenza una luz que guía sus pasos y los de los suyos, estén donde estén, sean quienes sean, todos, eso sí defensores de una democracia participativa que estos miserables inquilinos del poder jamás nos podrán arrebatar.

Ellos no pasarán, nunca. ¡Arriba las banderas y arriba los que luchan!

Por: Héctor Valle
Historiador y geopolítico uruguayo

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