“Si Dios quiere”; la dicotomía entre el escepticismo y la fe

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La eterna dicotomía entre ateos y creyentes con trasfondo social es el elemento movilizador de “Si Dios quiere”, la comedia dramática del debutante realizador italiano Edoardo Maria Falcone, que propone una visión crítica sobre las conductas dogmáticas y los prejuicios.

En buena media, el film es una radiografía de la sociedad italiana del presente y en particular de la clase burguesa, casi siempre aferrada a estereotipos que definen claramente una idiosincrasia. El protagonista de esta historia es Tommaso (Marco Giallini), un exitoso cirujano cardiovascular de firmes convicciones, que tiene la pretensión de marcar el rumbo de su familia.

Ateo convencido y bastante liberal, el profesional está casado con Carla (Laura Morante), quien funge como mera ama de casa, y tiene dos hijos: Bianca (Ilaria Spada) y Andrea (Enrico Oetiker), quien es un avanzado estudiante de medicina.
Empero, contrariamente a la voluntad del cabeza de familia, el joven renuncia a la posibilidad de transformarse en colega de su padre y decide ordenarse de cura.

SI DIOS QUIERE (1)Por supuesto, esta inesperada opción originará un enojoso conflicto que sacudirá las estructuras mismas de un grupo familiar sin grandes desavenencias. Obviamente, Tommaso procurará evitar -por todos los medios-que el vástago concrete su idea de consagrar su vida al servicio de la Iglesia, desafiando radicalmente las enseñanzas recibidas en su hogar.
En ese contexto, asumirá una postura cautelosa para no despertar sospechas, pero no renunciará a conocer el motivo del crucial paso que está por dar su hijo. En el marco de su “investigación”, descubrirá que el detonante de esa decisión es la influencia de Don Pietro (Alessandro Gassman), un sacerdote que cultiva un estilo nada convencional en su trabajo pastoral.

Esta es la escenografía humana que Edoardo Maria Falcone construye en esta comedia satírica, que está en línea con otros regocijantes productos que provienen del cine europeo. Por supuesto, el film pone sobre el tapete el diálogo entre creencias, partiendo de la premisa que el ateísmo es también una suerte de credo o doctrina.

En este caso concreto, la confrontación es nada menos que entre la religión y el racionalismo científico, dos versiones ortodoxas que colisionan entre sí por su inmutabilidad. No obstante, la película no se detiene en ese mero choque de trenes entre la fe y el escepticismo y el materialismo y el espiritualismo, sino que también indaga hacia el interior del núcleo familiar donde se dirime el conflicto doméstico. En ese contexto, hay miradas muy agudas respecto a la familia, las parejas tradicionales con esquemas de sumisión y la “incuestionable” autoridad paterna.

Todo, por supuesto, está conjugado en clave de comedia, aunque el tema central de la trama promueva ulteriores reflexiones que apuntan a cuestionar estilos de vida. No faltan algunos diálogos tan divertidos como incisivos, que revelan y deslizan las segundas intenciones de personajes bien representativos de una sociedad cargada de prejuicios.
Ello genera situaciones por momentos hilarantes y naturalmente bien disfrutables, que recogen algunos clichés típicos de la mejor tradición de las comedias italianas de otrora.

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Edoardo Maria Falcone, director y por supuesto también guionista, sabe explotar adecuadamente esas viñetas costumbristas, en un liviano relato que no trasciende a la mera anécdota trivial. Aunque la clave es hacer reír pero también reflexionar al espectador, la película no ahonda en eventuales debates dialécticos en torno a la lucha de la Iglesia por sobrevivir en una sociedad cada vez más escéptica, aferrada a su cotidianidad y vacía de espiritualidad.

En cambio, sí aporta algunos apuntes críticos en torno a los dogmas laicos y religiosos que rigen las conductas sociales de las personas. Empero, una de las mayores virtudes de esta propuesta cinematográfica es el trabajo interpretativo de un calificado reparto actoral, donde se lucen ampliamente Marco Giallini y Alessandro Gassman.

Hay, asimismo, plausibles aciertos fotográficos, que privilegian la recreación de suburbios, calles, paisajes rurales e inmensos edificios, que se integran armónicamente a la historia. “Si Dios quiere” -título que ya se por sí sugiere una mirada satírica- es una comedia lineal y nada enrevesada que recupera el placer de apreciar cine italiano, circunstancia no muy frecuente en nuestro circuito de exhibición local.

Más allá del tema que alimenta la trama argumental, la película no trasciende a la mera anécdota que reflexiona superficialmente sobre creencias, prejuicios y dogmatismos.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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