
El martes 20 de octubre, mediante la modalidad de zoom, la abogada, historiadora y escritora Marcia Collazo, realizó la primera de dos partes de un curso sobre los charrúas, centrada particularmente sobre el genocidio de dicha etnia.
Con una participación de 35 personas, apoyada en imágenes alusivas (cuadros de distintos artistas) y con una profusa documentación, durante una hora y media dio muchos detalles de una parte de nuestra historia que no es tan conocida, y de la cual ha renacido el interés desde hace cuarenta años a esta parte y que cuenta con una organización (Consejo Nacional Charrúa, desde 2005) que reivindica su pertenencia charrúa.
La parte fundamental de su disertación tuvo como sustento las investigaciones de dos antropólogos de fuste como fueron Daniel Vidart (El mundo de los charrúas) y Renzo Pi Ugarte. El primero, más que nada, que ha investigado sobre la etnia charrúa y también lo ha hecho desde la etimología, empezando por la denominación de “charrúas”, que indistintamente fueron denominados: jacroas, churruchíes, zachurrúas, charruases, charrucos… El término “charrúa” es un vocablo gallego, referido al Carnaval, y significa rubicundo, desmelenado, vestido con harapos, y era un personaje que portaba unas sonajas que sacude, según Vidart.
Hubo varios cronistas europeos que hablaron sobre los charrúas, entre ellos Diego García (sus Memorias, de 1526), Ulrico Schmidel en 1536, Barco Centenera (1602), Ruy Díaz de Guzmán (1612), y el padre Lozano.
Además, tanto Félix de Azara como el presbítero Dámaso Antonio Larrañaga, hacen una apología de los charrúas, desde lo fisonómico, y la admiración y el reconocimiento de que ellos eran los verdaderos dueños de la campaña, sus poseedores legítimos.
¿Genocidio o etnocidio?
Si bien desde el punto de vista jurídico es correcto afirmar que el exterminio de los charrúas fue un genocidio, según la profesora Collazo se aplicaría con mayor precisión etnocidio, por cuanto este se da, frecuentemente, cuando hay una aniquilación sistemática por motivos étnicos de una cultura viva por parte del Estado.
La disertación se estructuró en torno a algunas preguntas. La primera es: ¿hasta qué punto podemos reivindicar los uruguayos el ancestro charrúa? Desde un estudio del genotipo y del fenotipo como continuidad no es posible hacerlo, pero sí como relato, como discurso. Es decir que el charruismo ha pasado a formar parte de nuestra identidad, y si bien en cuanto al genotipo se pierde al mezclarse, al mestizarse, algo se conserva, ciertos valores asociados como el valor, la resistencia, la intrepidez, o el sacrificio en pos de un objetivo.
Ahora bien, ¿quiénes integraban la macroetnia charrúa? Tenemos a los charrúas propiamente, pero también a minuanes, bohanes y guenoas. Pero también hay consenso entre los investigadores a no incluir en esa macroetnia a yaros, chanás, y guaraníes del litoral oeste y los tupi-guaraníes del este.
Lamentando que hay pocos mapas que muestran la zona de influencia de la macroetnia charrúa (y en general los datos son escasos por un cierto desdén e ignorancia por el tema, sobre todo por el eurocentrismo histórico que permea nuestra historia nacional), podemos decir en primer lugar que los charrúas se desplazan hacia el norte por la colonización española, es decir yendo del suroeste al noroeste. Por cierto los primeros exploradores que tienen contacto con ellos lo hacen en la ribera norte del Río de la Plata.
Y por cierto, ¿de dónde llegaron los charrúas? Se vinculan genéticamente a los indios asentados en la Patagonia desde hace 10.000 años atrás conocidos como chonik (que significa los “indios verdaderos”). Y comparten, a no dudarlo, un espíritu indomable, como los mapuches, que permanecen, aún hoy, en resistencia. Los charrúas permanecieron resistiendo durante tres siglos, a pesar de su inferioridad en armas y logística. El cálculo que se hace sobre su población está estimada en 1500 charrúas.
Se organizaron en jefaturas (cacicazgos), elegidos por un consejo tribal y la sociedad era de modo horizontal, salvo en circunstancias especiales (como la de guerras) que nombraban un cacique general. Tenían una cultura nómade, la construcción de sus viviendas era con palos curvos al que tendían sus cueros.
Sus principales caciques fueron Zapicán, Abayubá, Tabobá y Magalona. La aprobación de un plan de acción no era obligatoria entre los caciques, y de hecho eso hizo que algunos de ellos se salvaran de las matanzas de Salsipuedes, Mataojos y otros lugares.

Lo cierto es que prestaron su brazo armado con Artigas y fueron a la conquista de las Misiones con Rivera, que, como todos sabemos, los traicionaría, siendo el brazo ejecutor de unas decisiones que afectaban a intereses económicos muy poderosos que estaban en juego.
El plan de exterminio y sus razones
Había una serie de problemas en la Banda Oriental al momento de su independencia, hacia 1830, el cual el principal era el tema de la tierra. La posesión de la tierra, y del ganado que estaba sobre ella, era un obstáculo para la propiedad privada rural, ya que desde una edad remota ellos eran dueños, de hecho, de la más bella porción de la República.
Otro problema era el orden y la seguridad del medio rural, por los delitos y el caos de la campaña, que no debemos atribuir únicamente a los charrúas.
Además, era imposible lograr su domesticación, ya que los charrúas eran ariscos, orgullosos y desconfiados, de difícil evangelización. Eran infieles, bárbaros, salvajes e irredentos (que no podían obtener la salvación cristiana e irían directamente al infierno).
El momento de su exterminio fue, precisamente, el del surgimiento de la República y su primera Constitución, por ser un obstáculo de los intereses económicos de la oligarquía terrateniente, compuesta por criollos y patricios, y del imperialismo británico, que buscaba mercado para sus productos y así ampliar el comercio.
Ya desde 1760 los hacendados, nucleados en asociaciones, tenían la verdadera intención de arrebatarles la tierra y apoderarse de sus dominios. Lo cierto es que la coacción física del naciente Estado Oriental sobre los charrúas era poco eficaz en el ámbito rural y por ello las clases poderosas deciden exterminarlos, utilizando la misma violencia física que condenaba en aquellos.
El 16 de enero de 1830, el Parlamento encomienda al general Rivera para que averigüe la situación de los charrúas, qué terrenos están en su poder y si hay vagos y desertores entre ellos. Esto es se pide un informe detallado, pero tras esto hay una orquestación deliberada y una preparación del terreno para la matanza. Para ello Bernabé Rivera y el General Laguna se contactarán para tener la posibilidad de un tratado (parlamento, negociación) entre la Nación Charrúa y el Estado.
Siendo presidente Fructuoso Rivera (1830-1834), éste tiene tres prioridades: 1) pacificar la campaña, 2) solucionar el problema del indio, y 3) atraer la inmigración europea.
Para acceder al poder, Fructuoso Rivera echó mano de los europeos (británicos), de los abrasilerados, los masones y los jefes políticos. Por cierto, Rivera es elegido por 27 votos en 35 (el voto era indirecto, cantado, y había fraude). De hecho, quienes gobernaron fueron los llamados “cinco hermanos”, que se habían casado con las hermanas Obes, porque Rivera se fue a hacer, expresamente, “una campaña contra los indios”.
Por último, hay que señalar que la historiadora también destacó algunas obras literarias, como el Tabaré, de Zorrilla, y otras, que nos muestran cierta mirada sobre los charrúas, sobre todo desde un culto a su valor. No en vano Marcia Collazo proviene de una familia de escritores y artistas. Sus abuelos maternos fueron Sara de Ibáñez y Roberto Ibáñez. Su madre fue la escritora Suleika Ibáñez. Su padre, Vladimiro Collazo, fue un reconocido artista plástico e historiador.
Y para la segunda parte, que se realizará el próximo martes 27 de octubre, por el mismo medio, la pregunta disparadora será: ¿cuál fue el cebo para convencer a los charrúas y atraer a sus principales jefes?
Por Sergio Schvarz
Escritor, poeta, y ensayos breves
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