La muerte como fatal alegoría

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La muerte como potente y revulsivo disparador literario proyectado a una escenografía ficticia pero con rasgos geográficos, sociales y culturales si se quiere bastante reconocibles, es el núcleo argumental de “El inglés”, la nueva novela del narrador canario Martín Bentancor, publicada por Estuario Editorial.

El relato confirma la evolución y consolidación creativa de uno de los autores emergentes más relevantes y representativos de nuestra rica y añeja tradición narrativa.

Este trabajo, que cosechó el Premio Nacional de Literatura 2014 que otorga el Ministerio de Educación y Cultura, se suma a una producción sorprendentemente profusa para un escritor de apenas 36 años de edad.

EL INGLES

Como se sabe, Bentancor es autor de “Procesión” (2009), “El despenador” (2010), “La redacción” (2010), “El aire de Sodoma” (2012) y “Muerte y vida del sargento poeta” (2013).

En todos estos títulos, el artista ha revelado una particular sensibilidad para construir historias profundamente humanas, mediante un acento que le otorga una intransferible identidad.

En este caso, la materia temática es la muerte de un viejo chacarero en un ignoto y cuasi olvidado pueblito del interior, en una historia que se bifurca en dos vertientes narrativas que transcurren en forma paralela.

En ese marco, el velorio es apenas un mero pretexto para construir un ambiente cargado de recuerdos, que se dirimen en torno al féretro que contiene el cadáver.

Como es habitual en las comunidades que mantienen enhiestas sus más arraigadas tradiciones, el funeral deviene en una tertulia, en la cual participan el yerno del fallecido, el maestro del poblado, el fletero Fagúndez y un extraño anciano llamado a secas Samurio, quien oficia de narrador.

Obviamente, la larga vigilia transcurre durante toda una noche, acorde a la necesidad de los dolientes de despedir al muerto con todos los ritualismos que las costumbres demandan.

Durante esa suerte de ejercicio de masoquismo colectivo, que el autor se encarga de fustigar, desfilan familiares, amigos y vecinos, entre besos, sollozos, rezos, bostezos y hasta subrepticios mensajes por celular que encubren secretos, complicidades e infidelidades cargadas de prohibida lascivia.

Empero, en ese ambiente sobrecargo de honda emotividad, aflora una historia tan o más potente que la del propio finado: la del enigmático inglés que otorga título a esta novela.

Partiendo de la premisa que el recuerdo abreva naturalmente del pasado, el relato del no menos extraño Samurio alumbra una peripecia humana tan impactante como sorprendente.

La recreación, que a su vez se nutre de otras recreaciones, da cuenta de un poderoso pionero llamado William Collingwood, quien compró tierras en abundancia en la desolada Tercera Sección, en el ya lejano año 1922.

No menos extravagante es el arribo del visitante a bordo de un Ford T, circunstancia que denuncia su abolengo y su radical disociación de la humilde condición social de los pobladores de ese espacio desolado y agobiado por las rutinas del medio rural, en un paraje cercano al Río Santa Lucía.

La evocación de este personaje -que jamás logró adaptarse al lugar y entró en un tenso conflicto con los lugareños- también presenta a un devoto sirviente chino, quien es una suerte de guardaespaldas del foráneo millonario, y a una hermosa mujer también de procedencia desconocida.

Martín Bentancor construye dos historias que minimizan o literalmente borran las fronteras de la temporalidad, en un relato que indaga en la peculiar psicología de los personajes de un pueblo chico.

Por supuesto, más allá de eventuales extrapolaciones, la literatura del autor puede ser parangonada con la de Mario Delgado Aparaín y el mítico Pueblo Mosquitos que ha cobijado toda su producción.

Ello no obsta valorar la identidad de esta figura cada vez más consolidada de la escena editorial local, que destaca particularmente por su poder de descripción y la intrínseca sensibilidad de su discurso literario.

En efecto, la prosa de Bentancor es removedora e incisiva, como si se tratara de un pintor que pincela en sus lienzos todos los rasgos emocionales de la condición humana, en una construcción que mixtura el drama con la comedia trágica y hasta el humor negro. En ese aspecto, la molesta mosca que sobrevuela el cadáver es una suerte de macabra metáfora.

“El Inglés” es un retrato explícito, osado y provocador, que denuncia la crónica molicie y resignación de los pobladores del medio rural, condenados de por vida a la humillación de servir al más poderoso sin pedir nada a cambio más que el mero derecho a seguir respirando hasta el epílogo del ciclo vital.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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