Últimas noticias: siguen apareciendo cómplices del holocausto nazi. Por ahora la última fue Irmgard Furchner que, en 2022, había sido condenada como cómplice en la muerte de más de 10.000 personas en los campos de exterminio en Polonia cuando era una adolescente que trabajaba allí. Murió el pasado 7 de abril a los 99 años.
El 30 de enero de 1933, Hitler fue designado a la cabeza de un gobierno derechista de coalición y empezó un proceso de nazificación que culminaría doce años después, en mayo de 1945, con el derrumbe final del Tercer Reich.
Desde entonces los investigadores no solamente han profundizado en los orígenes del peculiar fascismo alemán, sus antecedentes y la forma en que, en pocos años, los nazis consiguieron un apoyo masivo de alemanes, austríacos y en otras naciones europeas como para perpetrar algunos de los mayores crímenes de la historia de la humanidad, especialmente un genocidio que si bien se

concentró en los judíos europeos con unos seis millones de víctimas también abarcó a los gitanos (sintis y romaníes), a polacos, eslavos especialmente rusos y civiles de otras naciones sometidos a exterminio sistemático, a la muerte por el trabajo esclavo, o por saqueo y hambreamiento y a la represión sangrienta contra rehenes de la población civil, la persecución y muerte de cualquier opositor, la eliminación sistemática de enfermos mentales y discapacitados, de religiosos e intelectuales en países ocupados y la comisión de macabros experimentos con seres humanos. Todo está registrado en la vida y en la historia.
Por las más diversas razones, la búsqueda, apresamiento y juzgamiento de los criminales nazis ha sido cansina, leniente y extendida en el tiempo. Los culpables activos del genocidio fueron muchos cientos de miles, millones de hombres y mujeres, que participaron de las más diversas formas. Millones escaparon y siguieron sus vidas como si nada. Algunos miles fueron juzgados y unos pocos cientos condenados a prisión y unas pocas decenas ejecutados. El balance es lamentable, mezquino, lleno de amnistías, mentiras, ocultamientos y olvidos.
Aún con tanta dilación y el tiempo inexorable, los perpetradores principales, los que dieron las órdenes, a todo nivel, han muerto. Los repudios han demorado o se han trastocado y naturalmente han aparecido los que reivindican a los criminales, no solo los justifican sino que los enaltecen pero también ha llegado, lenta pero seguramente, la hora de los cómplices. Dentro de estos cómplices se ha empezado a destacar a las mujeres. Ya hace doce años, la historiadora Wendy Lower publicó Hitler’s Furies y en el mismo año aparecieron ediciones en español como Las arpías de Hitler, la participación de las mujeres en los crímenes nazis, o las mujeres alemanas en los campos de exterminio nazis.
En 1992, Lower descubrió documentos en Zhitomir, en Ucrania, que el Ejército Rojo había encontrado cuando reconquistó la región en 1944. En los archivos la historiadora encontró hojas pisoteadas y con los bordes quemados que habían sobrevivido la evacuación haciendo tierra quemada que habían efectuado los nazis al retirarse hacia el Oeste.
Los archivos contenían correspondencia interrumpida, papeles hechos trizas con la tinta descolorida, decretos con las firmas pomposas de insignificantes funcionarios nazis, informes de interrogatorios policiales “con los temblorosos garabatos de los aterrorizados campesinos ucranianos”. La historiadora también encontró los nombres de jóvenes alemanas de la región que habían sido activas constructoras del imperio de los nazis en los territorios del Este.
La lista de maestras, secretarias, oficinistas y enfermeras eran la punta de un iceberg criminal. Durante la posguerra cientos de mujeres habían sido llamadas a testificar en investigaciones y habían sido muy comunicativas. No se habían mostrado arrepentidas sino incluso orgullosas de lo que habían hecho pero los investigadores estaban más interesados en lo que habían hecho sus esposos, sus novios o sus colegas varones.
La conquista y los planes imperialistas de los nazis, especialmente en Polonia y en Ucrania, movilizó a todos los alemanes. Los organismos más poderosos, las SS, la Wehrmacht y la policía, eran los principales ejecutores del genocidio. Los hombres controlaban esas instituciones pero allí también trabajaban mujeres. Mujeres destacadas en el frente, en apoyo a los hombres pero con autoridad para emitir órdenes.
Christa Schroeder, por ejemplo, fue secretaria personal de Hitler, desde 1933 hasta 1945, y sus expresiones indican que ella y sus colegas reconocían su papel y su concepción nazi racista y colonialista en los términos que se suelen atribuir a los varones. Las mujeres alemanas en el Este tuvieron un poder sin precedentes sobre los que consideraban seres subhumanos, tuvieron poder para maltratar y hasta para matar a quienes percibían como la escoria de la sociedad.
También estuvieron muy próximas o en los escenarios del crimen. Sus hogares estaban muy cerca de los guetos o de los campos de concentración o de exterminio. Hubo mujeres que fueron estrictas administradores y también ladronas, torturadoras y asesinas. Estas se mezclaron con el medio millón de mujeres alemanas que se desplazaron al Este (a Polonia, Ucrania, Bielorrusia, los Balcanes). La Cruz Roja alemana formó a 6.400 mujeres durante el Tercer Reich y llevó al frente a unas cuatrocientas mil, a la retaguardia o a zonas próximas a los frentes en los territorios orientales.
La Wehrmacht formó a unas 500.000 jóvenes como apoyo a los frentes de combate, como operadoras de radio, redactoras de fichas, controladoras aeronáuticas, instaladoras de escuchas y más de 200.000 sirvieron en el Este. Las secretarias jugaban un importante papel en la distribución de víveres y municiones y en la organización de los transportes.
La Oficina de Raza y Reasentamiento de Heinrich Himmler, desplegó a miles de mujeres como trabajadoras sociales, examinadoras raciales, educadoras y asistentes de maestras. En el Warthegau, una zona de Polonia anexada donde se practicaba la “germanización” y en otras regiones “coloniales” se envió a miles como agentes de la “civilización germánica” aunque indudablemente, los aspectos constructivo y los destructivos de la ocupación nazi eran inseparables.
Muchas mujeres se horrorizaron por la violencia de la guerra y el holocausto y procuraron distanciarse o minimizar su papel. Pero en el caso de las 500.000 enroladas por las SS, como auxiliares de la Gendarmerie, la Gestapo y los campos, el distanciamiento no parecía posible y, en cambio, la participación directa en los crímenes aumentaba. Muchas secretarias fueron “asesinas de escritorio” y sádicas que no solamente escribían a máquina las órdenes de deportación o muerte sino que participaron en las masacres de los guetos.
Al terminar la guerra fueron pocas las mujeres alemanas que se refirieron abiertamente a sus experiencias. Estaban demasiado asustadas o avergonzadas para contar lo que les había ocurrido o lo que habían hecho. Pero esta “discreción” no se debía necesariamente a un sentimiento de culpa. Muchas tenían buenos recuerdos de ese pasado. Raciones abundantes, bienes suntuarios, primeros romances, hermosas mansiones, sirvientes a sus órdenes, fiestas y lujos. El futuro del Reich parecía ilimitado y este imperaba sobre Europa. Para muchos alemanes y alemanas, los años anteriores a la derrota de su país, habían sido los mejores de su vida.
Como dijimos al principio, Irmgard Furchner (1925-2025) fue una adolescente que se desempeñó como secretaria en un campo de concentración en la Polonia ocupada. En el 2022 se la juzgó como cómplice en más de 10.000 asesinatos. El hecho de que una secretaria, un engranaje pequeño en la máquina de exterminio, haya sido juzgada como cómplice fue un cambio novedoso aunque muy tardío en la justicia alemana.
La Sra. Furchner, cuyo nombre original era Irmgard Dirksen, trabajó en Stutthof, un campo de exterminio que fue el primer campo nazi construido fuera de Alemania en setiembre de 1939, estaba ubicado en una zona aislada, húmeda y boscosa al oeste del pequeño poblado de Sztutowo, en Polonia. Se considera que unas 65.000 personas habrían muerto en horrendas condiciones en ese campo, incluyendo presos judíos, polacos no judíos y soldados soviéticos prisioneros.
Peter Müller-Rakow, el fiscal del juicio que se celebró en el norte de Alemania, en el 2021, dijo que se la acusaba por la responsabilidad concreta que tuvo en el funcionamiento diario del campo. El día en que se le había convocado para sentencia, Irmgard huyó del hogar de ancianos en que se encontraba cerca de Hamburgo pero la policía la detuvo. Se la había juzgado como menor de edad porque así era cuando actuó en Stutthof. La fiscalía investigó el caso durante cinco años. Durante el juicio la corte escuchó el testimonio de varios sobrevivientes que eran niños en aquel entonces. Fue condenada a dos años de prisión en suspenso.
La declaración de la acusada, en el sentido de que ella no sabía lo que sucedía en el campo fue controvertida porque nadie podía eludir el humo de los crematorios o el hedor de los cuerpos quemados. Dominik Gross, el juez que presidió el tribunal señaló que la acusada había sido una trabajadora auxiliar en el propósito concreto del campo, una integrante de la maquinaria burocrática que podría haberla abandonado sin consecuencias si lo hubiera querido.
Originalmente Stutthof fue establecido como un campo para internar civiles, después se convirtió en un campo para “educación por el trabajo”. En enero de 1942 se transformó en campo de concentración y fue circundado con alambradas de púa electrificadas. A fines de ese año, el teniente coronel de las SS, Paul-Werner Hoppe (1910-1974), que había sido jefe de guardias en Auschwitz, se hizo cargo del campo. En marzo de 1945, ordenó la evacuación del campo y envió a los internos en una marcha de la muerte hacia el Suroeste.
Hoppe fue capturado por los británicos en 1946 e internado en Escocia hasta 1947. En enero de 1948 fue trasladado a un campo de prisioneros en Alemania y cuando iba a ser extraditado a Polonia escapó y llegó a Suiza donde trabajó como jardinero durante años. Cuando volvió a Alemania, en 1953, fue juzgado y condenado a nueve años de prisión. Finalmente fue liberado en 1960.
Por su parte Irmgard Magdalene Dirksen, que había nacido en mayo de 1925 en Danzig, trabajó como mecanógrafa en un banco y con 16 años fue contratada en Stutthof. Allí habría encontrado a su futuro marido, Heinz Furchstam, un oficial de las SS. Se casaron después de la guerra y cambiaron su apellido por Furchner. Ella se desempeñó como administrativa en el norte de Alemania y su marido falleció en 1974. Según la revista Der Spiegel, Irmgard habría fallecido el 7 de abril pasado, a seis semanas de cumplir 100 años.
Por el Lic. Fernando Britos V.
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