Hablar de la importancia del conocimiento es usual en las sociedades actuales. Nadie pone en duda su lugar públicamente más allá de posiciones filosóficas o políticas. Puede discutirse el tipo de conocimiento nuevo que se genera o la dirección de esa renovación constante, pero no una percepción general de que cada vez sabemos más de más cosas. No obstante, tal visión optimista no deja ver que las sociedades también pueden producir ignorancia en múltiples aspectos. De ello y en particular de una de sus formas, el negacionismo de hechos históricos incómodos, se hablará en el siguiente artículo.
La producción de conocimiento y particularmente aquel de aplicación inmediata resulta cada vez más significativo para la acumulación del capital. Es decir, siempre fue importante y, por ejemplo, Marx advirtió lo que significaba la ciencia como fuerza productiva para el capitalismo industrial en el siglo XIX. Y de alguna manera, también muestra un “clima de época” el hecho que Engels haya introducido la noción de «socialismo científico» en relación al previo “socialismo utópico”. Pero en las últimas décadas, con el cambio cualitativo que supone el avance de formas de capitalismo informacional o cognitivo (y que se van conectando y articulando a las formas previas de capitalismo), el requerimiento de conocimiento y de actividad científica asumen un protagonismo cada vez mayor. De este modo han surgido etiquetas como la de “sociedad del conocimiento”, impulsada en su momento por la UNESCO.
A partir de aquí puede quedar flotando la idea de que esa producción de conocimiento y su divulgación con ayuda de los medios actuales de comunicación, se extiende capilarmente por la sociedad. Y que más allá del desafío para los sistemas educativos, solo queda subirse al tren, no quedarse atrás en esto que está ocurriendo y así alcanzar el “desarrollo”. El problema es que el capitalismo cognitivo es más contradictorio de lo que parece y esconde sus facetas más oscuras. Y este es el punto que debe plantearse y discutirse. Porque paralelamente a lo producido en esa “sociedad del conocimiento”, también se generan formas de lo que podríamos llamar “sociedad del desconocimiento” o “sociedad de la ignorancia”. Este es un tema muy amplio y puede llevarnos por distintos caminos. Por ejemplo, se podría hablar del conocimiento que no se genera y es clave, pero aquí se propone recorrer otro sendero.
Un punto de partida posible es lo planteado por el filósofo Daniel Innerarity. Por ejemplo, en la introducción a su libro “La sociedad del desconocimiento” indica lo siguiente: “la industria del petróleo ha publicado estudios para generar confusión en torno al cambio climático; grandes farmacéuticas ocultaron información desfavorable sobre la seguridad y la eficacia de los medicamentos; las empresas del tabaco niegan los efectos perniciosos de fumar… Pero no es esta desinformación intencional la que más debería preocuparnos, sino aquella ignorancia que no tiene sujetos culpables sino circunstancias objetivas que hacen de ella algo inevitable, en todo o en parte” (Galaxia Gutemberg, página 11).
Bien puede acompañarse a Innerarity en la primera parte de la cita con ejemplos de que bajo el aparente conocimiento, se esconden intentos muy concretos de generar dudas sobre diversos temas que afectan poderosos intereses. De hecho, esto es bastante sabido: en los ejemplos mencionados y en otros, la clave es que existen científicos, burócratas y políticos que se prestan a funcionar como “operadores de la duda”.
Por ejemplo, con el cambio climático primero ocurrió la negación y luego la aceptación difusa con posturas de mesura no alarmista sobre lo que está ocurriendo y la idea de considerar las “dos campanas”, de modo que la conclusión terminaba siendo algo así como ok, después de todo existe un problema con el cambio climático pero no es tan grave, tampoco se trata de exagerar con el tema. Y además, la ciencia lo resolverá. La industria petrolera agradecida. Y la sociedad puede estar tranquila…hasta que aparecen eventos climáticos extremos que afectan la vida cotidiana como lo ocurrido en Rio Grande del Sul.
Sin embargo, y siguiendo con la cita que estamos analizando, el autor luego introduce la idea de que más que sujetos culpables habría que hablar de algo abstracto que denomina “circunstancias objetivas”. Y aquí hay un problema. Porque bajo éstas “circunstancias”, también operan agentes sociales que defienden sus intereses y que pueden resultar verdaderos productos sociales de ignorancia. Lo que sucede es que muchas veces no es tan fácil rastrear tales actores e intereses.
Y lo cierto es que actualmente se libran verdaderas guerras encubiertas para direccionarnos en como pensamos sobre distintos temas. Se podrá argüir que esto no es nuevo y es correcto, pero el punto es que la ciencia aplicada también genera herramientas más sofisticadas que pueden servir para introducir y maximizar la ignorancia en diferentes temas. Llevemos esto ahora al terreno político.
Estados Unidos recurre a verdaderas agencias productoras de ignorancia social cuando interviene directa o indirectamente en otros países. Por otra parte, ¿caben dudas de que mientras se generan en ese país extraordinarios avances científicos, una parte de la sociedad norteamericana es de ignorantes?. Carl Sagan, aquel conocido astrofísico y extraordinario divulgador aludió varias veces a ese “analfabetismo científico” de su sociedad pero también recordaba, entre muchos ejemplos posibles de otros lugares, que el jeque Abdel-Aziz Ibn Baaz de Arabia Saudita, emitió un edicto (fatwa) en 1993 declarando que el mundo es plano. Sobran los comentarios.
Y sabemos que así como las redes sociales pueden amplificar una información correcta, también pueden hacer lo mismo con una información falsa. Y por tanto crear desconocimiento. ¿Y por qué ocurre esto?. En principio porque las sociedades tienen menos capacidad que antes de detenerse en examinar una información, de hecho hay una sobrecarga de información, tienen más problemas para gestionar la atención en algo frente a la dispersión de la cultura “zapping” y muchas veces tienden a quedarse en titulares. Además las sociedades son cada vez más desiguales no solo en lo económico sino también en su capital cultural y la capacidad de análisis que proveen. Desafío evidente para cualquier proyecto alternativo de sociedad.
Lo urgente es tener capacidad de neutralizar rápidamente la producción de ignorancia creada en primer lugar por la ultraderecha. Esto ha pasado con Trump. El conocido investigador en comunicación Ignacio Ramonet, recordaba el dato que una cuarta parte de los estadounidenses están dispuestos a renunciar a la democracia a favor de un líder dominador que “haga lo que hay que hacer”. Ignorancia social pura en la potencia hegemónica en declive.
Lo mismo puede decirse de lo ocurrido con el gobierno de Bolsonaro en Brasil y ahora con Milei en Argentina. Se basan en la producción de ignorancia sobre distintos temas como forma de controlar disidencias desde la propia sociedad. De modo que tampoco es casual que uno de los objetivos preferidos de las derechas sea el ataque a todo lo referido al campo del conocimiento y de la educación. En particular, pero no solamente, de las Humanidades y del amplio arco de disciplinas que se ocupan de investigar la sociedad. Es decir, de todo ese espacio de conocimiento que tiene la potencialidad (esto es, que puede hacerlo pero no necesariamente lo hace) de generar y difundir herramientas de análisis crítico de la sociedad.
Y esto nos lleva al tema del negacionismo Porque teniendo presente que mayo es un mes de la memoria en Uruguay, principalmente con la marcha anual del 20 (escribimos sobre esto, en este medio, el año pasado con el sociólogo Germán Coca, “La marcha anual del 20 de mayo y su importancia simbólica”), es necesario conectar al menos escuetamente el tema planteado con el negacionismo, como una forma más de ignorancia social inducida por actores concretos.
Porque también en Uruguay, hay agentes políticos (grupos dentro de los partidos de derecha, sectores militares) que intentan generar ignorancia sobre el pasado reciente. Nuevamente dicho: muchas veces la negación histórica funciona bajo la forma de “operadores de la duda”: hubo excesos pero es cosa del pasado, no fue tan así como dicen, seamos plurales y libres y por eso es necesario oír todas las campanas, entre otras múltiples frases tontas habituales.
Pero otras veces se es más directo. A fines de febrero de este año se informaba que el gobierno de Uruguay había eliminado la expresión «terrorismo de Estado» de las escuelas del país para hablar de la última dictadura cívico-militar. La información, que circuló regionalmente, indicaba que la medida desató una ola de repudios por el avance del discurso negacionista y la queja de los gremios docentes.
Es decir, también en Uruguay y aunque no lo parezca, existen actualmente formas de negacionismo con el objetivo de generar ignorancia social sobre el terrorismo de Estado en las nuevas generaciones. Sobra decir que esto es distinto a discutir interpretaciones diferentes de eventos históricos. De lo que se habla aquí es de negar, ocultar o tergiversar procesos represivos sistemáticos y responsabilidades civiles y militares que acumulan sobrada evidencia. Y esto es simplemente crear ignorancia social. Y cuando se trata de esto, se requieren posiciones y acciones rápidas y contundentes.
18 de mayo 2024
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